NUESTRO PAN DE CADA DÍA – Xabi Sierra

La austeridad, consiste en vivir con lo necesario, consciente en separar la delgada línea de la necesidad y el capricho. No se trata de gastar cuanto menos posible y de ahorrar lo máximo. Jesús nos lo ha explicado muchas veces, tenemos que vivir con lo necesario y no con excesos, “danos hoy nuestro pan de cada día”, no pedimos que nos dé el de toda nuestra vida, solamente lo que necesitemos hoy.

Las posesiones nos ciegan, nos hacen restar valor a muchas cosas, no nos dejan disfrutar de lo que no se puede poseer. Nos hemos convertido en consumidores natos de vida, todo lo valoramos según el coste, hasta nos engañamos diciendo que algo por ser más caro, es mejor. Hasta qué punto llegamos, que hasta nuestras relaciones son calificables en las redes sociales. Gente preocupada por ver que otros poseen cosas mejores, comparándose una y otra vez por todo. Exprimimos nuestro tiempo para ganar dinero y gastarlo en cosas que otros puedan ver. Ahora hasta lo gastamos en captar momentos a los cuales no les falta la foto que quedará publicada en las redes haciendo gala de nuestra humildad. Es tan ridículo el asunto, que publicamos fotos ayudando a otros para que nos adulen y vean lo buenos que somos.

Consumir y consumir es lo que se ve y todo para ser más “feliz”. San Francisco de Asís ya lo decía, que el camino más corto hacia la felicidad era el desprendimiento. Cuanto menos tienes menos necesitas, yo lo descubrí en mi aventura por los andes bolivianos. Allá teníamos lo justo y como un milagro la ceguera del consumo se atenuaba para poder observar que lo más valioso que tenemos es la persona que está delante.

De vuelta en la civilización del consumo no es fácil separarse y desprenderse, sin embargo, la Biblia, tan importuna como siempre (calificativo cariñoso de lo acertada que es cuando necesitas un buen consejo) te da la clave para afrontar esta lucha. Se trata de vivir en comunidad, como lo hacían las primeras comunidades.  Sin consumos ni ahorros que nos pierdan, compartiéndolo todo.

“Todos los creyentes permanecían unidos y compartían sus bienes. Vendían lo que tenían y repartían el dinero entre los que estaban necesitados. Los creyentes, compartían el mismo propósito, cada día solían dedicar mucho tiempo en el área del templo y comían juntos en las casas. Compartían la comida con sencillez y alegría.” (Hch 2, 44-46)

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