Vivimos en una sociedad en la que se amontonan los mensajes que nos desinforman y ¿nos deforman? Mensajes cortos y rápidos, muchos de ellos sin posibilidad de profundizar, mensajes que ocupan espacio en nuestro pensamiento y, por supuesto, no nos invitan a contrastar.
Vivimos en medio de discusiones, enfrentamientos de personajes públicos, famosos… que se preocupan únicamente de conseguir que nos posicionemos en contra de aquel a quien se enfrentan por la razón que sea. Desde las tertulias más «livianas» de famosos que se pelean, a los diálogos más «relevantes» de política, sociedad, economía… pasando por los millones de mensajes que se reenvían, retuitean, que invitan al enfado, a la desconfianza, a la búsqueda de culpables.
Y, por supuesto, vivimos en un mundo globalizado, en el que podemos conectar con todos los países y culturas, podemos viajar real o virtualmente al corazón de cada una de ellas, con el sueño tal vez de descubrir ese ser humano común que somos; y por el contrario es un mundo globalizado en el que no todas las vidas cuentan lo mismo, no todas las ideas son posibles.
Todo esto nos lleva a tener los pensamientos que otros quieren, pensamientos que pretenden ser diversos y, sin embargo, son cada vez más únicos. Es evidente la falta de libertad interior y autenticidad a la que esto nos puede llevar y nos lleva.
Y en medio de esta realidad, una Palabra de esperanza «Si permanecéis en mi Palabra, seréis de verdad discípulxs míxs, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn 8).
Y junto a esta Palabra de esperanza, una realidad que nos invita a la confianza: la juventud hoy quiere y es capaz de dialogar, si le acompañamos primero a ese diálogo interior, desde el silencio. Dialogo interior, silencio que posibilita la escucha. Escucha que ayuda a conocer la verdad. Verdad que hace libre. Libertad que potencia la humanidad.
Así lo he descubierto una vez más, al tratar de dar voz a esta juventud, proponiendo un breve ejercicio que los llevara a su interior, y dejara salir lo que entienden, sienten, desean en este su mundo, que pide a gritos silencio y escucha, escucha personal, trascendente y social para poder dialogar. Jóvenes de diferentes edades, de diferentes ciudades y diferentes ámbitos.
Así lo cuentan algunxs de ellxs.
Nos cuentan que el silencio es esencial para vivir en autenticidad y relación con el mundo.
«El silencio es esencial en la vida de los jóvenes, sirve para saber conocernos más a nosotros mismos, para saber las cosas y las personas importantes que día tras día están a nuestro alrededor. Tenemos que escucharnos a nosotros mismos, pero también tenemos que saber escuchar a los de nuestro alrededor y a los que más lo necesitan».
Nos cuentan la necesidad de silenciar para escuchar los mensajes en el corazón, y así complementar la información que queda en nuestro pensamiento y razón.
«Qué afortunada soy de que las palabras que resuenan en mi corazón cuando hago silencio sean de esperanza… Qué suerte tengo de sentirme cálida, abrazada, acompañada.
Muy diferente a los pensamientos y palabras en mi cabeza… Buscando. Cansada. Agobiada».
Nos cuentan que están a la escucha de la Palabra que nos hará libres, conscientes de que es difícil escuchar sin imponer nuestro propio discurso.
«Señor, yo sé qué mundo sueño, qué mundo quiero construir. Pero me da miedo que esa misión sea solo mía, no tuya. Porque me es muy fácil hablar y dictar en tu nombre, pero me cuesta más callar y escuchar tu palabra. Dame silencio y escucha, Señor, para construir TU mundo, para traer TU Reino».
Gracias de nuevo, y quizás más hoy, en esta situación nueva para nuestro mundo, en el que algo tan pequeño como un virus puede cambiar tanto nuestra vida, nuestro día a día. Gracias porque vuestra voz joven, vuestra confianza, nos muestra también que algo tan pequeño (y grande) como el silencio en el que encontrar la Verdad, tan pequeño (y grande) como Dios, el amor, la libertad, puede ayudar en este tiempo a generar una nueva humanidad.
La juventud hoy quiere y es capaz de dialogar
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