No te quedes mirando. No lo hagas, aunque Lucas hable de quienes volvían dándose golpes de pecho después de mirar el espectáculo. No te quedes mirando el amor entregado hasta el extremo ni la toalla que se ciñó y jamás se quitó. No te quedes mirando sus lágrimas en el huerto ni la ignominia de su arresto ni el juicio sin justicia y sin verdad. No te quedes mirando los goterones de sangre de su frente entre espina y espina ni los moretones y heridas en su hermoso cuerpo. No te quedes mirando su humanidad colgada de un madero ni la sangre y el agua vertiendo de su costado, aunque el profeta hubiera advertido que habríamos de mirar al que traspasamos. No. No te quedes mirando. Deja que se estremezca tu corazón, que el asombro te conmueva las fibras más hondas de tu ser y que sientas que no es posible seguir viviendo igual, después de haber mirado lo mirado. Y luego, con el corazón en ascuas, ve tú y haz lo mismo que hizo Él. En todo caso, no te quedes mirando.