La parábola de los talentos me hablaba de un Dios que reparte de forma desigual, que abandona a sus siervos y los castiga cuando no cumplen sus expectativas. Esa fue mi interpretación durante años.
El texto es siempre el mismo así que pensé que para la reflexión de hoy podría tirar de recuerdos, de lo que ya me había dicho en otras ocasiones. Quizás podría escribir sobre cuando redescubrí que los talentos podrían ser nuestros dones, que se malgastaban si no se ponían al servicio del otro…
¿Para qué iba a leerlo de nuevo?
Entonces recordé que mi interpretación fue cambiando con el tiempo.
Para mí, el Evangelio funciona como un espejo: Si te fijas, aunque sabemos perfectamente cómo somos físicamente, seguimos mirándonos cada día en ellos. Si cierras los ojos seguro que tienes una imagen mental de tu aspecto. ¿Qué esperamos descubrir nuevo en nuestro reflejo entonces? Quizás nos miramos porque nos sabemos imperfectos, porque nos preocupa nuestro aspecto y la imagen proyectamos a los demás.
Ojalá miremos al Evangelio como quien se mira en un espejo: mirándonos por dentro, sinceros, reconociendo nuestros defectos y debilidades. Ojalá seamos capaces de interpretar qué quiere decirnos Dios en cada reflejo y qué imagen quiere que proyectemos a los demás.
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