No estoy a la intemperie – Iñaki Otano

Iñaki Otano

En aquel tiempo dijo Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno”. (Jn 10, 27-30)

Reflexión:

Gran parte del empeño que Jesús pone en su vida consiste en que nos convenzamos de que Dios no es un ser distante y frío, despreocupado de nuestra existencia, sino alguien entrañable, que se preocupa de cada uno de nosotros y quiere establecer una relación personal.

          Se ve muy especialmente en la parábola del “hijo pródigo”, que debiera llamarse del “amor del Padre”. Lo vemos hoy en este evangelio, que es solo un fragmento de cuando Jesús se presenta como el buen pastor que da la vida por cada una de las ovejas. Aparecen aquí tres afirmaciones básicas: 1) yo las conozco; 2) yo les doy la vida eterna; 3) nadie las arrebatará de mi mano. Y, junto a eso: no perecerán para siempre.

          El Señor conoce a sus ovejas, nos conoce a cada uno personalmente. Entre nosotros nos conocemos siempre imperfectamente: incluso a las personas más queridas no llegamos a conocerlas del todo. A menudo nos sentimos incomprendidos y muchas veces sin la capacidad de explicarnos: hay cosas de nosotros mismos que no sabemos expresar.

          Jesús nos dice que, aunque no nos entiendan los demás y aunque tampoco nosotros los entendamos ni nos entendamos del todo, Él si nos entiende hasta el fondo. Nos entiende incluso hasta en esas zonas de nosotros que no sabemos o no nos atrevemos a descubrir a nadie por pudor o por vergüenza. Es importante sentirnos comprendidos por Jesús: ya no estamos perdidos, no somos lo que él mismo llama ovejas sin pastor. El conocimiento que Jesús tiene de nosotros no es “general”, como parte anónima de un gran colectivo, sino “personal”: mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco.

          Si el Señor nos conoce no es para ejercer una autoridad despótica y fiscalizadota sino  para que nadie nos arrebate de su mano y para darnos la vida eterna. La vida eterna colmará nuestras aspiraciones más profundas, incluso aquellas que no somos capaces de expresar pero el buen pastor conoce. Eso nos tiene que llenar de confianza porque no estamos desamparados y a la intemperie. Podemos tener la sensación de vivir en el desierto y en pleno invierno. Víktor Frankl (1905-1997), que vivió la terrible experiencia de un campo de concentración, decía que “sin placer se puede vivir, pero sin sentido sólo cabe el suicidio”. Y ese es el drama de nuestro tiempo: vivir en el gélido desamparo personal y ambiental del sin sentido.

          La solicitud del buen pastor no excluye a nadie. Todos somos objeto de su cariño. Se interesa por cada uno, con una preferencia por los pequeños y últimos A una mujer saharaui, madre de numerosos hijos, le preguntaron a cuál de ellos quería más. Su respuesta fue: “Al pequeño hasta que crezca, al enfermo hasta que sane, al viajero hasta que regrese”. El buen pastor ama a todas sus ovejas, pero se inclina de un modo especial hacia la más necesitada. A la oveja golpeada, herida, fatigada o perdida la carga sobre sus hombros.