Francisco Anaya Walker, america@scolopi.net
¡Esto es apasionante!
No me refiero a los enormes edificios que rascan el cielo, ni a los adornos navideños de las calles, ni a las tiendas, ni al Central Park y menos a aquella estatua que inspira tantos memes y caricaturas.
Es verdad que esta ciudad es impresionante por donde quiera que se le vea. Es centro de atención internacional para la prensa, para el turismo, para el arte, para la política, para el comercio…
Pero, lo que hoy me toca el corazón y me resulta ¡apasionante! es el entusiasmo de unos jóvenes que veo en esta ciudad y que se toman muy en serio su vida cristiana.
Hace algunos años leí, y luego comprobé, que la comunidad católica hispana en este país es actualmente una de las fuerzas crecientes más significativas de la Iglesia. Es creciente en número, en profundidad y, como dejó asentada la conferencia episcopal en sus documentos, es una presencia profética.
Comparto algunos breves testimonios de inmigrantes latinoamericanos, no solamente de Nueva York, sino de diferentes rincones de los Estados Unidos:
“Aquí no tengo familiares. Llegué solo. Pero el grupo juvenil es como mi familia de aquí. Me orientan, me ayudan, me quieren, me escuchan y también me corrigen. Sin mi grupo… no quiero imaginar dónde andaría. Me rescataron de mis malos pasos”.
“Algunos grupos pentecostales acosan y confunden a los adolescentes. Los atraen con celebraciones de mucha euforia, mucho baile, muchas lenguas, mucho llorar… y luego se quedan atorados en las emociones. Pero el peor acoso no es éste sino el de las drogas. Debemos cuidarlos desde la pastoral, debemos ser auténticos pastores”.
“Mis hermanos y mis amigos que viven en mi pueblo se sorprenden porque yo allá nunca me acercaba a la Iglesia. Aquí soy catequista, canto en el coro y participo en dos ministerios”.
“Estuve en discernimiento vocacional para ser sacerdote, el padre Alberto Moreno me orientaba en eso. Finalmente descubrí que mi vocación era otra pero siempre estaré agradecido por todo lo que aprendí en ese tiempo, por su amabilidad, por su interés en mi proceso, por ayudarme a descubrir mi camino”.
“Ya quiero regresar a mi país, pero estaré aquí unos años más trabajando para que mi familia salga adelante. En cuanto regrese voy a iniciar un grupo juvenil, como el de aquí, en la parroquia de mi pueblo. Ese es mi sueño”.
“Beto trabajaba mucho para enviar dinero a su familia y ya estaba pensando en regresar. Sólo Dios sabe. Él recoge los frutos que ya están maduros” (Testimonio acerca de uno de mis alumnos que murió en un accidente de tráfico un día que iba a su trabajo con sus compañeros. Los dos testimonios anteriores son de Beto, de la última vez que lo vi.).
“Estuve en un proceso de deportación y me tuvieron encerrado muchos días. Alguien me dejó una Biblia en la ventanita de la comida. Leer las cartas de San Pablo me consolaba… Dios mismo me estaba hablando en esos momentos difíciles”.
“Mis hijos nacieron aquí. Primero llegué yo y unos años después me alcanzó mi esposa. Ellos sí pueden ir cada año al pueblo y regresar. Me gusta que vayan porque conviven con sus abuelos, con sus primos y aprenden a valorar lo que tienen aquí”.
“El 98% de los jóvenes de nuestros grupos nacieron aquí. Sus padres son principalmente mexicanos y dominicanos. No es fácil la relación familiar porque los adultos no saben inglés y sus hijos en la escuela aprendieron más el inglés que el español. Tenemos retos importantes”.
“La próxima semana celebraremos el lanzamiento del Movimiento Calasanz en nuestra Parroquia St. Helena (NY). Después, todos los jóvenes estarán en mi ordenación diaconal”.
“Dejé mi pueblo sin haber terminado mis estudios. Aquí los padres me ayudaron para estudiar el bachillerato por el sistema abierto y luego presenté mis exámenes en el consulado mexicano. Cuando visité mi pueblo les dije a los chavos: Antes de cualquier otra cosa, terminen primero sus estudios”.
“En esos años el padre Mario Vizcaíno llegaba a algún lugar y buscaba apellidos de latinos en el directorio: Pérez, Hernández, García, etc. Les llamaba por teléfono, los invitaba a una misa en español y ellos se ponían muy contentos. Así empezó todo esto, con algo muy pequeño que fue creciendo con el tiempo y con mucho trabajo”.
“Sin el documento migratorio no podemos tener licencia de conducir y el trasporte público no llega a todas partes. Los que sí tienen documentos nos ayudan llevándonos, aun con el riesgo que esto les puede causar”.
“Venimos de muchos lugares, somos de culturas y lenguas distintas. Yo aquí aprendí el inglés y también el español porque mi lengua es el quiché (de Guatemala)”.
Y así podría armar un rosario de 40 testimonios gozosos, dolorosos, gloriosos y luminosos. Por ahora, esta pequeña muestra basta para compartir, a manera de boceto, una de las experiencias pastorales más asombrosas que he podido conocer.
Vivir la fe cristiana en un contexto tan complejo como éste, donde se cruzan historias trágicas con alegrías desbordantes; donde la pluralidad étnica es tan cotidiana; donde muchas personas viven cada día al borde de esa pesadilla llamada deportación; donde la respuesta a la pregunta “¿de dónde eres tú?” requiere una larga explicación; donde se re-descubren, se re-valoran y se defienden las raíces culturales como un tesoro muy preciado; donde la solidaridad se practica hasta el extremo; donde está rebasada la frontera entre la amistad y la fraternidad; donde toda eucaristía se celebra como si fuera la primera o la última; donde hay que cuidar con mucho esmero a las ovejas perdidas porque son abundantes y suelen andar peligrosamente perdidas; donde la mayoría de confesiones terminan con absolución, abrazo y lágrima… vivir la fe cristiana en estas circunstancias cuestiona, interpela, ilumina, edifica… y te invito a conocerla porque ¡es apasionante!
Mohuatzin okachi (Contigo +)