Joseph Perich
Dos vendedores de zapatos se encuentran en un pueblo del Togo (África).
Uno es optimista y el otro pesimista.
El pesimista dice:
– Aquí no hay nada que hacer. Todo el mundo va descalzo.
El optimista dice:
– Aquí hay un negocio seguro, nadie tiene zapatos.
REFLEXIÓN:
A 15 kilómetros de Puerto Príncipe, capital de Haití, tenemos una comunidad del Arca, como la de la Colmena de Tordera. Afortunadamente no han tenido ninguna víctima pero ahora les toca vivir en la calle. Claude, una persona discapacitada de esta comunidad, cuando le preguntamos, telefónicamente, por la catástrofe nos responde: «¡Eh! ¿No lo sabes? ¡Todavía hay gente viva!». Su monitor añade: «Sí, a pesar de todos los terremotos, económicos, sociales, políticos o geológicos; a pesar de todas las pruebas que este país de Haití vive desde su fundación, hace doscientos años, la vida resurge, la vida es más fuerte».
Cuando la vida nos da mil y una razones para llorar no podemos bajar los brazos. Debemos reaccionar con mil y una razones por las que tenemos derecho a sonreír. El pobre no es un pobre, es un oprimido, pero que tiene fuerza, piensa, puede organizarse y puede ser feliz.
Cuántas personas durante estos días habrán pasado horas ante la pantalla contemplando morbosamente escenas dramáticas de Haití, pero insensibles de cara a hacer un gesto solidario. Pero también es verdad que muchas personas y, a menudo no las más adineradas, han hecho aportaciones que seguro no quedarán sin recompensa.
Y es que «todo es relativo, excepto Dios y el hambre» (Pedro Casaldáliga).
Y para encontrar a Dios, a todos nos hace falta caminar hacia abajo, hacia las víctimas de este mundo, porque es donde Él se encuentra con mayor densidad.
«En la medida en que seamos capaces de bajar a los crucificados de sus cruces seremos también resucitadores (analógicamente), trabajadores por la justicia de las víctimas de hoy. Y resucitaremos en la medida en que seamos resucitadores « (Jon Sobrino)
Los profetas de calamidades, sin levantarse del sofá, nos quieren hacer creer que, ante los cada vez más numerosos «descalzos» de nuestro mundo, no hay nada que hacer. Nosotros podemos demostrar con hechos que podemos devolver las ganas de vivir, de luchar y de dar sonrisa ahora a los «descalzos» de Haití. Estemos seguros: ¡es el mejor «negocio» que podemos hacer!