Joseph Perich
El único superviviente de un naufragio llegó a la playa de una isla muy pequeña y deshabitada. Allí oró fervorosamente a Dios pidiéndole poder ser rescatado. Después, cada día, miraba hacia el horizonte para ver a alguien que pudiera ayudarle, pero nada de nada.
Finalmente abandonó la búsqueda y la espera. Optó por construir una cabaña de madera y así protegerse de las inclemencias del tiempo. En ella guardó sus pocas pertenencias.
Un buen día, después de dar vueltas por la isla a la búsqueda de alimentos, volvió a casa y encontró la cabaña en llamas. Una columna de humo se elevaba al cielo. Ya nada peor podía pasarle…, lo había perdido todo. Quedó completamente abatido, lleno de tristeza y de rabia.
-¡Dios mío, por qué me ha tenido que pasar esto a mí! ¿Qué maldad habré hecho?, se dijo amargamente.
Al amanecer del día siguiente se despertó con el ruido de un barco que se acercaba a la isla. Venía a rescatarlo.
-¿Cómo sabíais que me encontraba aquí? – preguntó el hombre a sus salvadores, ya en el límite de sus fuerzas.
-Vimos su señal de humo – contestaron ellos.
REFLEXIÓN:
Este año para poder contemplar los pasos de Nazarenos o Dolorosas de la Semana Santa ya no fue necesario viajar a lugares emblemáticos como Sevilla, Toledo… ni siquiera esperar la procesión del Viernes Santo en nuestra villa de Blanes. Sólo hay que salir a la calle para encontrarte con personas y familias que, llevando una vida honrada e incluso solidaria, ahora se encuentran acorraladas o amenazadas por la plaga del paro. Los náufragos del momento presente, y todos somos candidatos, vemos «quemar» su estatus social, sus nobles aspiraciones e, incluso, previsiblemente resbalar por la peligrosa pendiente de la degradación humana y psíquica. Especialmente preocupante es la situación de los inmigrantes: ellos no son los responsables de esta crisis, pero son los que pueden pagar el precio más alto.
El negro humo de esta fogata llega a Dios y nos puede recordar aquella visión de Moisés en el desierto: una «zarza ardiente» que se quemaba pero no se consumía. Una voz le decía: «Quítate las sandalias, porque el lugar que pisas es sagrado. He visto la opresión y los sufrimientos de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas por culpa de sus explotadores. Yo te envío al faraón; ve y haz que deje salir de Egipto a mi pueblo». (Ex.3, 7-10)
Estos nuevos «náufragos» o nazarenos merecen un respeto más que sagrado, merecen que su dignidad humana sea reconocida más que nunca y de forma efectiva. Empezamos por «descalzarnos» o desprendernos solidariamente de dinero, cosas y proyectos que nos impidan llevar una vida más austera, donde lo que cuente sea la relación fraterna. El pasado 28 de febrero el obispo de Lleida ponía el dedo en la llaga: «Hay muchas maneras de matar o de hacer imposible el vivir. La «insensibilidad» o «inactividad» ante la necesidad urgente que experimenta nuestro «hermano» nos afecta a todos, a cada uno en un nivel o de manera diferente. Todos debemos recordar la sentencia de San Juan: «El que no ama a su hermano es un homicida». (Jn 3, 14).
«Otro mundo es posible». Hay que promover valores de esperanza, compromiso, preocupación social, propuestas de una vida más sencilla y austera que eviten la explotación de los bienes de la Creación.
Jesús, antes de morir crucificado, lanzó un gran grito. Recogía el grito de todos los crucificados de la historia. Era un grito de indignación y de protesta, pero también un grito de esperanza. El árbol de la cruz se recicla en el árbol de la vida. A su cuerpo crucificado sólo le esperaba la Resurrección. Como afirma un proverbio chino: «Todas las flores de mañana son las semillas enterradas hoy».
¡La «columna de humo» ha sido vista, el rescate es inminente!