Iñaki Otano
Paz para todos
En aquellos días salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero. Este fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad. También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se llama Belén, para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí les llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.
En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño.
Y un ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: “No temáis, os traigo la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pueblo; hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.
De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a lo hombres que Dios ama”. (Lc 2, 1-14)
La paz de Dios es para todos los hombres, empezando por la gente de mala vida, pues así eran considerados, y por eso despreciados, los pastores.
A veces lo de paz a los hombres que Dios ama lo interpretamos en sentido restrictivo. O sea, Dios amaría solo a unos y el resto quedaría fuera de la salvación que trae aquel Niño.
Pero no es esa interpretación la correcta. Lo que los ángeles dicen es: paz a los hombres, a los cuales Dios ama. Ni hay nadie a quien Dios no quiera. La paz, “shalom”, que Dios nos desea es la plenitud de vida, la felicidad, el amor para todos. Está en el proyecto de Dios.
Esa paz, la salvación, es para todos y es anunciada, en primer lugar, a los que no pueden presentar un currículo brillante de méritos. Al contrario, son conocidos como pecadores y, sin embargo, correrán a Belén para ver al niño y proclamar agradecidos que han quedado envueltos por el amor de Dios.
A Belén además estamos convocados todos: “En Belén somos pacificados de nuestras ansias de hacer más y de conseguir más, de nuestras ansias de poder y de retener; y si permanecemos en silencio allí, ante el niño acostado en el pesebre, brotará en nosotros un deseo hondo de ser; de ser aquello que somos ya en el rostro abierto de aquel Niño. Un deseo de honrar cada existencia y de bajar a mirar ese lugar interior no profanado en cada persona, el lugar de su niñez y de su paz” (Benjamín González Buelta).
Ha sucedido algo increíble. En el mundo hebreo, Dios habitaba en la esfera de la santidad inalcanzable. Ahora se ha hecho accesible, humano, e invita a hacer la experiencia del Dios amor a todas las personas, empezando por los pastores, que la religión oficial consideraba alejados de Dios.
Y lo más asombroso es que el ángel no haya conminado a esos pastores a cambiar de un oficio tan desacreditado. No tienen por qué dejar de ser pastores. “Jesús acoge a los considerados pecadores; reciben el perdón en mesa compartida. Nada se les exige de entrada” (F,Javier Sáez de Maturana).