Escribo esta breve reflexión un 20 de septiembre de 2019, cuando los medios de comunicación siguen mostrando como primera noticia la necesidad de una nueva convocatoria de elecciones, ante el fracaso de las negociaciones por formar gobierno. Esta noticia despierta en la sociedad enojo, sorpresa, desánimo, dura crítica, enfado… A todos nos duele que nuestros políticos hayan perdido varios meses sin mover ni un ápice sus posturas. La capacidad de auténtico diálogo ha sido nula. Y el rosario de lamentos que esgrimen para echar las culpas al otro, sin hacer la más mínima autocrítica es ya de juzgado de guardia.
Entiendo el enfado de la población y lo comparto. Pero creo que revela algo que, no por sabido, debemos desdeñar: tenemos los políticos que nos merecemos. Quizá su fracaso está poniendo en evidencia algo que nos ocurre con frecuencia en nuestra realidad cotidiana: la incapacidad de dialogar auténticamente, de buscar la verdad por encima de nuestros intereses, de perseguir el bien común renunciando a parte de nuestro punto de vista… No quiero disculpar en absoluto a nuestros líderes políticos y a los partidos que se mueven siempre en función de sus propios intereses. Pero sí quiero aprovechar el acuerdo unánime que he observado en quienes nos sentimos molestos por su actitud para aprender en cabeza ajena, de su mal ejemplo, lo que nosotros no debemos hacer.
Porque tenía mucha razón el zorro cuando le decía al Principito “nadie es buen juez de sí mismo”. Aprendamos la lección de una vez.