ACOMPAÑAR SIN MOLESTAR – Óscar Alonso

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Óscar Alonso

oscar.alonso@colegiosfec.com

NOTAS PARA UNA PASTORAL JUVENIL QUE AYUDA A CRECER Y A CAMINAR

Este verano, entre las lecturas que he tenido oportunidad de hacer, ha habido una que, sin ser nada del otro mundo, me ha enganchado en algunos capítulos y me ha hecho detenerme en algunas expresiones del autor. Una de ellas ha sido La felicidad de la superficialidad. Recuerdo que tuve que leerla varias veces para intentar entender qué quería decir: felices superficiales; en la superficie es posible vivir feliz. El caso es que me vinieron a la mente muchas cuestiones relacionadas con nuestras pastorales. En la superficie todo va bien, todo parece que fluye, todo indica que hemos acertado con la fórmula mágica para tener a los adolescentes y jóvenes en grupos, movimientos y mil actividades pastorales que les proponemos.

Pero la pregunta es ¿y todo eso cómo se sostiene? ¿En quién tiene puestos sus fundamentos? ¿Cómo sabemos que los jóvenes crecen y caminan en la fe, cómo sabemos que realizan su propio itinerario de fe (parafraseando a san Buenaventura), cómo les ayudamos a encontrarse cara a cara con el Jesús de la Historia y con el Cristo de la fe? ¿Qué herramientas tenemos, además de las dinámicas, los juegos, las salidas, los momentos de oración, adoración y celebración, para que confronten su vida y su experiencia interior con el Señor? ¿No estaremos, en ocasiones, fomentando esa felicidad de la superficialidad que al final hace posible que los mismos jóvenes que acuden a nuestras comunidades, grupos y movimientos también participen en esa moda impuesta en la que todo parece suceder en la superficie de las cosas, de las personas, de los acontecimientos, incluso, de las creencias?

¿No estaremos, en ocasiones, fomentando esa felicidad de la superficialidad?

Es evidente: nada de todo esto se sostiene si el Espíritu no lo fundamenta y nada de todo esto avanza, se mantiene en el tiempo y madura sin un buen acompañamiento espiritual. Sin acompañamiento llega un momento en el que la vida, las circunstancias, los afectos, los intereses, los cambios y los nuevos retos terminan por imponerse a la vida de fe, al caminar haciendo camino que es el itinerario de crecimiento en la fe de todo creyente. Sin acompañamiento corremos el peligro de pensar que caminamos, aunque estemos detenidos; corremos el peligro de creer que el Espíritu aprueba lo que sentimos y hacemos, pero sin necesidad de detenernos a escucharle y de discernir si el Señor está verdaderamente presente en nuestro vivir cotidiano y en nuestra fe.

Pero claro, como todo en la vida, si en la pastoral juvenil optamos por acompañar por dentro a nuestros jóvenes debemos hacerlo bien, formados, acompañados, como apuesta fundamental de la propuesta, no como francotiradores, no como coach o aprendices de psicólogos, no como algo que invada la intimidad de los jóvenes sino acompañando sin molestar.

El acompañamiento en la pastoral juvenil tiene en el centro siempre al joven

El acompañamiento en la pastoral juvenil (y en toda pastoral) tiene en el centro siempre al joven. En el acompañar, como bien dice José Ramón Urbieta, la persona no puede ser reducida a la categoría de «medio para», de «instrumento en función de», del mismo modo que la persona no puede ser propiedad de nadie ni posesión de nadie. El acompañamiento no puede enmarcarse dentro del proyecto de Dios sino como una contribución, un empeño, una ayuda, un deseo, una tarea orientada hacia esa plena realización, para lo cual es necesario partir de la persona del joven en cuanto tal.

Si realizamos una pequeña recopilación de definiciones de lo que es el «acompañamiento», podemos resumirlas en las siguientes:

  • El acompañamiento es un proceso. Es el proceso de guiar y cuidar espiritualmente al adolescente y joven durante toda su travesía espiritual desde la incredulidad al conocimiento y al encuentro personal con Cristo.
  • El acompañamiento es ayudar a conjuntar las necesidades e intereses de la persona con las vivencias cristianas para llegar a la identificación vocacional. Este proceso se compone de etapas, elementos, experiencias y la acción del animador.
  • El acompañamiento es la ayuda dada por un cristiano a otro para que descubra la presencia y la acción de Dios en su vida, para que se deje iluminar por la Palabra, animándolo a crecer en su camino de oración.
  • El acompañamiento tiene como objetivo ayudar a las personas a perfeccionar la vida y a aprender a superar las dificultades o limitaciones que impiden una respuesta libre al seguimiento de Jesús y una configuración de la propia vida con la del Maestro. 
  • Podríamos describir el acompañamiento como un río, por el que pedagógicamente, según su ritmo propio, el joven, con el apoyo incondicional y cercano del acompañante, va fluyendo y avanzando por las etapas de su madurez humana, de la personalización de la fe, del compromiso y de la opción vocacional. El acompañamiento es ante todo un encuentro interpersonal en la fe, que hace posible la experiencia y la asimilación de los valores centrales del cristianismo. En ese encuentro se intenta unificar al joven mediante la experiencia nuclear de la fe en Dios, revelado en Jesús por la fuerza del Espíritu Santo. En definitiva, se trata de que el joven acompañado sepa leer su propia vida, en totalidad, como historia de salvación.
  • El acompañamiento de la vida creyente de los adolescentes es un servicio pastoral que ayuda sobremanera a personalizar la fe y a ponerla a la escucha y búsqueda del proyecto singular que Dios alberga sobre la vida de cada uno de los jóvenes.
  • Acompañar es comprometerse a ayudar en el crecimiento eclesial de otros, es ayudar a descubrir lo que el Señor hace en la persona acompañada, con mucho respeto, escucha interior; es interpretar por dónde el Espíritu lo va guiando, por dónde pasa la acción del Señor; es acompañar a discernir su voluntad.

Cada una de estas definiciones subraya alguno o algunos de los elementos que para nosotros conforman y constituyen lo fundamental del acompañamiento en la pastoral juvenil que nos gustaría poder ofrecer a los jóvenes de hoy: se habla de servicio pastoral, de proceso, de guía y cuidado espiritual, de estar al lado del adolescente; se habla de ayuda para crecer, de encuentro interpersonal en la fe, de aprender a leer la propia vida como historia de salvación.

En ningún momento se habla de condición sine qua non, en ninguna de estas definiciones se alude a que el acompañamiento deba ser algo impuesto, obligatorio, determinante… El acompañar ha de ser sin molestar, como opción, como posibilidad para mejor caminar, para mejor amar y servir, para poder vivir la amistad con el Señor sin perderse nada, sin dejar de disfrutar lo que dicha amistad tiene para cada uno de nosotros.

El acompañar ha de ser sin molestar, como opción, como posibilidad para mejor caminar, para mejor amar y servir

En principio, el término «acompañamiento» (especialmente acompañamiento espiritual) habla de una relación establecida libremente entre acompañado y acompañante en orden al crecimiento personal-espiritual del acompañado. Sin embargo, la palabra «acompañamiento» se refiere únicamente a la experiencia de «compañía», de «estar cerca de alguien» recorriendo un camino.

La experiencia nos dice que, en la relación con adolescentes y jóvenes, no es fácil encontrar situaciones donde se pueda hablar de acompañamiento espiritual en sentido estricto. Solicitar un acompañamiento requiere una conciencia y conocimiento del propio momento espiritual y de la necesidad de crecimiento que supone una cierta experiencia reflexionada. Dicho conocimiento, necesidad y experiencia no se da en la mayoría de los adolescentes y jóvenes que tenemos en nuestros grupos, de modo especial en los grupos de Confirmación.

Sin embargo, sabemos por experiencia que «acompañamos» a los adolescentes y jóvenes, que queremos y podemos ayudarles a descubrir a Jesús y crecer en la fe, e incluso, que ellos saben que les acompañamos, aunque no conozcan el término teóricamente.

Antes de llegar a tener delante de nosotros un joven que ya está interesado en un acompañamiento sistemático en orden al crecimiento en la fe y vocación, realizamos una amplia tarea de encuentro y relación con los adolescentes; asimismo, tenemos la tarea de que ese encuentro y relación sea fundamentalmente educativo y pastoral. No podemos conformarnos con esperar una situación en la que tenemos delante adolescentes o jóvenes interesados en un acompañamiento personal, espiritual. Hay que salir a su encuentro, tendremos que ponernos en su camino y llamar su atención para que nos encuentren.

Esto supone que, muchas veces, antes de llegar a encontrarnos con un joven con interés por su crecimiento como seguidor de Jesús, nos encontramos con la necesidad de realizar un diálogo educativo y pastoral en orden al desarrollo de su persona, a la apertura de las dimensiones e interrogantes vitales de la existencia, a la liberación de obstáculos que le impiden abrirse a la fe, al descubrimiento de valores de la propuesta del Evangelio.

En la vida de las personas nos encontramos con distintas relaciones educativas, diversas relaciones de ayuda: profesionales de la educación, de la medicina, de la psicología y pedagogía, etc.; profesor, tutor, educador en talleres, en calle, animador de tiempo libre; servicios de apoyo y orientación; diversas actividades, iniciativas, experiencias, con clara intención educativa; servicio de acompañante, catequista, presbítero… Todo ello con adolescentes y jóvenes en ámbitos nuestros o en otros ámbitos eclesiales, con jóvenes, en proyectos sociales propios o de otros, con hijos, etc. Con todos ellos tenemos la misión (tarea) y la responsabilidad de estar presentes como instrumentos para significar la presencia del Señor Jesús, ayudándoles a tener experiencia de un Dios que los ama y sale al encuentro, dando testimonio de nuestra fe y colocándonos a su servicio para que ellos también puedan descubrir el horizonte de plenitud y vida al que Jesús les invita.

El gran medio que tenemos para ello es la relación personal

El gran medio que tenemos para ello es la relación personal. El Evangelio solo se transmite persona a persona, a través de una experiencia de vida y de fe que se comunica y contagia. Por otra parte, las personas nos desarrollamos en relación, y solo a través de la relación personal se puede realizar un proceso educativo, que es, precisamente, el de unas personas hacia otras en orden a su desarrollo personal, de forma intencional y sistemática. No hay persona sin educación, porque no hay persona sin relación.

En síntesis, cuando hablamos de «acompañamiento» nos referimos a todo proceso de relación educativo-pastoral que establecemos con adolescentes y jóvenes con intencionalidad evangelizadora. Este modelo de acompañamiento es el modelo de cualquier relación que establecemos con jóvenes. Si bien la evangelización y el testimonio han de estar presentes en todas nuestras relaciones (familiares, de amistad, laborales, etc.), este carácter educativo-pastoral es especialmente significativo en la relación con los adolescentes. Este acompañamiento va tomando formas, contenidos, experiencias y métodos diversos según el momento del proceso evangelizador en el que se encuentra cada uno de ellos.

Acompañar a nuestros adolescentes es un ministerio, un servicio, es comprometerse a ayudarles en el crecimiento personal y de la fe. Acompañar es sugerir, insinuar, apoyar, estimular, animar, exhortar, orientar, discernir, invitar a caminar… para que recorran un camino de modo personalizado y a su ritmo propio.

Creo, además, que es bueno recordar que el acompañamiento con adolescentes y jóvenes es un proceso de relación que presenta una serie de características comunes:

  • Tiene una finalidad evangelizadora. Independientemente de a dónde lleguemos con cada uno de los jóvenes desde su libertad, sus opciones y sus características personales, nuestro objetivo con el acompañamiento siempre será a que vivan en plenitud.
  • Tiene un carácter educativo. Nuestra presencia y relación con los adolescentes y jóvenes no tiene una intención únicamente testimonial o afectiva, aunque esto en sí ya es muy importante. No se trata de «estar» únicamente con los jóvenes, sino de estar acompañando, asumiendo el rol educativo que ellos necesitan en ese momento de sus vidas. Este carácter educativo del acompañamiento implica una intencionalidad, una cierta sistematicidad y habilidades pedagógicas, y se desarrolla de acuerdo a una escala de valores.
  • Es procesual. Parte de la realidad concreta de la persona, del momento de cada adolescente, y establece una secuencia de pasos que se orienta hacia el desarrollo en plenitud de cada persona. La vida es proceso, y precisamente lo que se trata de acompañar es el proceso vital, un proceso vital que se va abriendo a Dios y concretando en el seguimiento de Jesús.
  • Es comunitario en todos sus momentos y aspectos. La comunidad es el sujeto, el horizonte y el medio del proceso evangelizador y de la relación con los adolescentes y jóvenes, aunque se realice a través de una persona concreta en una buena parte. A pesar de la importancia y validez del acompañamiento personal consideramos necesario el acompañamiento grupal: la persona es relación y se desarrolla en la relación entre iguales, en libertad y en responsabilidad.

Acompañar a nuestros adolescentes es un ministerio, un servicio

Me gustaría terminar esta reflexión en voz alta poniendo el foco en algunos aspectos que creo son determinantes en el acompañamiento espiritual de nuestros adolescentes y jóvenes. Aspectos que requieren de nosotros, catequistas, monitores… acompañantes, una apuesta decidida, una seria formación y una buena programación para poderlo llevar adelante como algo sistémico y no como algo pasajero, puntual o dependiendo de quién está o no al frente de la pastoral juvenil en cada momento.

  1. La finalidad de todo acompañamiento espiritual es facilitar el encuentro del adolescente y del joven con Jesús, su crecimiento como persona desde los valores del Evangelio, su vinculación al Reino y el descubrimiento de su propio camino concreto de seguimiento. Podemos formular el objetivo fundamental del acompañamiento como una intervención educativa a fin de que el adolescente y el joven logren su identidad personal como cristianos en una comunidad testigo. El acompañamiento está al servicio de la sintonía de la persona con el Evangelio y pretende, apoyándose en este deseo de búsqueda, que el joven halle su camino personal a la luz de Cristo, en este momento histórico, refiriéndolo a cuestiones fundamentales o nucleares.

 

  1. Los contenidos del acompañamiento, como aspectos vitales donde se va realizando el proceso de maduración y que es preciso tener en cuenta son el conocimiento de sí mismo, la maduración afectivo-sexual, la vivencia de la familia, el uso del tiempo, el uso de los bienes materiales, las relaciones interpersonales, las crisis, los conflictos y los fracasos y las experiencias solidarias y de compromiso con la Casa Común.

 

  1. El acompañamiento urge a los evangelizadores a una escucha de calidad. No basta estar con los muchachos en la catequesis y acompañarlos a las mil y una actividades que les proponemos. Es determinante ser buenos escuchantes. Se necesita una profunda vida interior para practicar una escucha generosa, madura, posibilitante. Debemos para ello ponernos a la escucha del Espíritu, el único que agudizará evangélicamente nuestro modo de escuchar a los jóvenes.

 

  1. El acompañamiento requiere de tiempos y espacios concretos. No se acompaña en cualquier lugar, de cualquier manera. Debemos acompañar como parte de un itinerario, no como un asalto sea cuando sea. Debe haber una temporalización, un modo de proceder que compromete al acompañado y al acompañante. Eso no quiere decir que no haya momentos de diálogo personal con los jóvenes, sino que el acompañamiento se desarrolla conforme se ha establecido en la propuesta de pastoral.

 

  1. La formación en el acompañamiento espiritual es fundamental. No somos coach, ni ceos, ni asesores, ni psicólogos, ni mentores… somos acompañantes espirituales y nos sentimos enviados por el Señor a acompañar sin molestar a nuestros jóvenes. Debemos ser a su vez acompañados y necesitamos formarnos en el acompañar y estar siempre en formación. Si no lo hacemos corremos el riesgo de no acompañar bien, e incluso de terminar haciendo daño a quienes pretendíamos hacer bien.

 

  1. La vida de oración capacita para el acompañamiento. Los acompañantes necesitamos cuidar y nutrir constantemente nuestra vida interior. Debemos orar al Señor y en la oración pedirle que nos ilumine, que ponga su luz en nuestra conciencia, sus ojos en nuestra mirada y en nuestro corazón su Espíritu. Sin vida de oración no es posible acompañar a otros.

 

Todo ello creo que es decisivo para un acompañamiento que, lejos de molestar, alienta, hace crecer, invita a caminar y se convierte en un elemento precioso en el itinerario creyente de cada uno de nuestros adolescentes y jóvenes. Sin acompañamiento se hace complejo, en nuestro contexto, discernir y descubrir la propia vocación, esa a la que cada uno estamos llamados, desde lo más profundo, esa a la que el Señor nos invita personalmente. Acompañemos sin molestar.

Se convierte en un elemento precioso en el itinerario creyente de cada uno de nuestros adolescentes y jóvenes.