Desde los escritos tardíos del NT y hasta hoy, se deja sentir en la Iglesia el peso de una elaboración teológica que no recoge la experiencia de fe de las mujeres que, aun formando parte de la comunidad, fueron excluidas muy tempranamente de la Palabra y del Magisterio. Las excepciones de alguna «Doctora de la Iglesia», como Santa Teresa, o de algunas figuras insólitas, como Juana de Arco o Catalina de Siena, no logran empañar la verdad de esta afirmación general.
La dimensión creyente de la mujer lleva aparejada una situación de subordinación, que no se da con este grado de imposición en el resto de las estructuras civiles o que, si se da, mantiene al menos el derecho y la posibilidad de protestar contra ella. La imposibilidad de la igualdad, representada más claramente en el ministerio sacerdotal, atraviesa y justifica teológicamente la desigualdad en todas las demás instancias. Y eso, al mismo tiempo que se predica y proclama, también teológicamente, la igualdad y dignidad de la persona.
El trabajo por la liberación de la mujer se presenta más arduo en el ámbito eclesial
Esta contradicción fundamental no puede ser comprendida ni justificada fácilmente. Muchas mujeres hoy en la Iglesia no desean seguir callando, ni esperan que otros definan su experiencia de vida y de fe, sino que buscan definirse a sí mismas y expresar su experiencia y expectativas haciendo uso de su propia palabra. El trabajo por la liberación de la mujer se presenta más arduo en el ámbito eclesial, por varias razones. En primer lugar, el escaso contacto de jerarquías y funcionarios de Iglesia con las realidades más atropelladas y escandalosas de la sociedad es causa de que en su seno no se den en el mismo grado las transformaciones formales, legales, que recorren la sociedad civil. Además, los marcos formales, la estructura del gobierno, el cuerpo y los agentes de la teología aparecen fuertemente cerrados en posiciones arcaicas. Finalmente, el carácter sagrado asignado como «voluntad de Dios» a los varones, hace muy difícil el mero reconocimiento de la necesidad de conversión, pues son ellos quienes han de dar el visto bueno a los cambios.
Sin embargo, es necesario recuperar ciertos textos del Antiguo y Nuevo Testamento donde las mujeres son protagonistas imprescindibles para la transmisión de la Buena Noticia. Mujeres con historias donde Dios está presente, mujeres elegidas, miradas, amadas por Jesús, a través de las cuales nos transmite su palabra. En palabras de Carmen Bernabé:
«Si bien es cierto que la Biblia se ha usado, a lo largo de la historia, para legitimar la opresión y subordinación de las mujeres (entre otros), para acallar sus reivindicaciones de igualdad y ahogar sus luchas de liberación, no es menos cierto que la misma Biblia ha inspirado a otras mujeres, y les ha dado autoridad y fuerza para trabajar por la liberación y para rechazar toda subordinación y toda opresión».
¿Cuántas mujeres bíblicas conoces?
Haced una lluvia de ideas sobre las mujeres bíblicas que conocéis, del Antiguo y Nuevo Testamento.
Para seguir profundizando…
Mujeres en el evangelio de Lucas. (Por Marifé Ramos González, extracto)
Se nota claramente que, cuando escribe su evangelio, Lucas es un hombre tocado por la salvación. No escribe fríamente, como si hablara de algo que no le afecta, sino que cuenta algo de lo que ha sido testigo, algo que ha conmovido y ha cambiado su propia vida. Desde esa experiencia, mira a su alrededor, mira a las mujeres y ve que, lo que ha acontecido en su propia vida, está aconteciendo también en ellas. Y nos presenta todo ello como una Buena Noticia.
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Isabel y María (Lc 1,39-45)
Isabel es una mujer ya mayor, que ya ha perdido la esperanza de concebir, y María es una mujer muy jovencita que está empezando su vida fecunda. Dios, en el «aquí y ahora» de estas mujeres, en estos dos extremos biológicos, está haciendo algo totalmente nuevo, está ofreciendo una salvación que cambió su vida y cambió la historia.
La profetisa Ana (Lc 2,36)
La profetisa Ana enseña algo muy importante a la vida religiosa: allá donde hay poca esperanza, porque parece que todo está lleno de dificultades, tengamos una mirada que busca tallos de Pascua y signos de salvación; que, en medio de la fragilidad y la pobreza, seamos capaces de decir: ¡la salvación del Señor ha irrumpido!
La suegra de Pedro (Lc 4,38)
Las personas enfermas no podían seguir a Jesús. En este caso, es la suegra de Pedro quien, a causa de la fiebre, está abocada a una enfermedad. Es curioso, porque Jesús no la toca, ni le habla, sino que increpa a la fiebre y detiene la enfermedad. Es como si Jesús quitara el obstáculo que esta mujer tenía para poder seguirle. Teniendo en cuenta que, en el evangelio de Lucas, seguimiento y servicio están estrechamente unidos, cuando nos dice que inmediatamente se puso a servirles, quiere decirnos que se ha convertido en discípula, porque ya no hay nada que se lo impida. Me parece una interpretación más profunda que el mero hecho de ponerse a prepararles la comida.
La hemorroísa (Lc 8,43)
Para entender este texto hay que tener en cuenta un dato de la legislación judía del tiempo de Jesús, que es muy interesante. En el momento en que su cuerpo tenía hemorragias, la mujer era portadora de muerte. Así entendemos mejor por qué esta mujer tenía tanto miedo de acercarse a Jesús; si al tocarle era descubierta, se podía pedir que se fijara un día y una hora para apedrearla, porque había transgredido la ley y era rea de muerte. ¿Cómo se sentiría esta mujer que, aun sabiendo que podía ser apedreada, se arriesgó hasta ese punto? Si la descubrían tocando a Jesús, la podían matar, pero… ¿y si quedaba sanada-salvada? ¿Qué humillaciones habría sufrido durante tantos años? No solo sentiría que estaba perdiendo la vida, a través de la hemorragia, sino que era portadora de impureza, de contaminación y de muerte.
La forma en que Jesús se dirige a ella es preciosa; no le dice que la cura, o que la perdona, en lugar de castigarla. Jesús le dice: «Hija, tu fe te ha curado; vete en paz». Jesús la remite al dinamismo sanador que tiene dentro de sí misma, y la mujer siente que se corta ese flujo por el que se le está yendo la vida.
La mujer de la dracma perdida (Lc 15,8)
Perder una de aquellas monedas era como haber perdido un tesoro, y encontrar una moneda de plata era motivo para dar gritos de alegría y llamar a las vecinas para que compartieran la alegría. La pérdida de la moneda y la alegría de su recuperación le ayudan a Lucas a expresar la alegría de sentirnos salvados.
Pero ¿qué alegría nos produce el hecho de que se nos ofrece la salvación gratuitamente? A veces decimos que nos sentimos salvados, pero lo hacemos con una cara que no es extraño que nadie nos crea, porque no se nos nota nada especial. ¿Con qué compararíamos hoy la alegría de la salvación?
El óbolo de la viuda (Lc 21,1)
Jesús nos dice que hay otra manera de vivir, que es coger el sustento (lo que nos sostiene) y ponerlo en las manos de Dios, con confianza, como aquella viuda. A ella no le preocupaba hacer el ridículo ante la gente, entregando esas moneditas, ni le agobiaba quedarse sin el sustento. La actitud de esta viuda nos ayuda a interrogarnos sobre cuál es nuestro sustento, cuánto entregamos y cuánto nos reservamos.
Las mujeres junto al sepulcro (Lc 23,55; 24,1)
Allí donde ellas han visto muerte, están descubriendo tallos de vida, y parece locura lo que dicen, porque ellas están viviéndolo en otra dimensión, con un dinamismo nuevo. Estas mujeres, igual que las otras mujeres que hemos visto anteriormente, están saboreando el vino nuevo, están saboreando la Pascua.
Por eso es tan importante que hoy seamos buscadores de tallos de Pascua, en medio de todas las muertes que nos rodean. Es fácil ganar el puesto de plañideras de la sociedad, pero el Señor nos llama a ser profetas de la Pascua.
El trabajo por la liberación de la mujer se presenta más arduo en el ámbito eclesial
Mujeres con historias donde Dios está presente, mujeres elegidas, miradas, amadas por Jesús, a través de las cuales nos transmite su palabra
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