Joseph Perich
Nasrudin conversaba con un amigo.
-Entonces, ¿Nunca pensaste en casarte?
-Sí, lo pensé en mi juventud – respondió Nasrudin -y resolví buscar a la mujer perfecta. Crucé el desierto, llegué a Damasco, y conocí una mujer muy espiritual y linda; pero ella no sabía nada de las cosas de este mundo.
Continué viajando, y fui a Isfahan; allí encontré una mujer que conocía el reino de la materia y el del espíritu, pero no era bonita.
Entonces resolví ir hasta El Cairo, donde cené en la casa de una moza bonita, religiosa, y conocedora de la realidad material.
-¿Y por qué no te casaste con ella?
-¡Ah, compañero mío! Lamentablemente ella también quería un hombre perfecto.
REFLEXIÓN:
Una madre me cuenta que su hija, Nuri, estaba entusiasmada por una actuación teatral que su maestra organizaba. La madre, más que la niña, estaba ansiosa por ver qué personaje le darían. El día que repartieron el papel a cada uno, la niña, a la salida de la escuela, con emoción y los ojos brillantes, dijo a su madre:
– ¿Adivinas, mamá, qué me ha tocado? ¡He sido elegida para aplaudir y animar!
Posiblemente no había papeles para todos los niños o esta niña no destacaba por su expresión verbal. Da igual. La que merece el primer aplauso es esta maestra capaz de motivar a la niña en un proyecto común, a pesar de su ausencia en el escenario. Esta armonía entre la maestra y la alumna podría haber sido la mejor lección que haya recibido esta niña en toda la etapa escolar: darse cuenta de que para ser feliz no hay que ajustarse a los estereotipos o clichés sociales vigentes. Lo que hace falta para ser feliz es sacar de dentro todo el potencial humano o recursos que cada uno tiene y encontrar su encaje en el colectivo. Esto no quita que tengamos que procurar mejorar sobre todo en aquellas dimensiones importantes que tenemos menos desarrolladas.
Debemos ser lúcidos, como nos hace observar Francesc Torralba, y darnos cuenta de que «el culto a la imagen impone a sus feligreses rigurosas penitencias dietéticas en ejercicios mortificantes. El espejo y la balanza son los insobornables confesores de esta extendida religión de la apariencia» (La compasión, Pagès Editors, p.63.). Me hace pensar ver tantas personas que resoplan por las llamadas «rutas del colesterol» (carriles bici y caminos vecinales), estos meses previos al verano, para poder exhibir una silueta más esbelta en la playa. ¡Cuántas horas perdidas de gratificante convivencia!
Sin abandonarse, uno debe saber encajar con buen humor las limitaciones de la vida, incluso aprovecharlas para una relación humana menos protocolaria y más alegre. Como aquel que encontró a una persona que miraba de reojo contra el gobierno y le preguntó si era bizco. La respuesta sin complejos fue: ¡No, lo que me pasa es que tengo un ojo tan bonito que el otro le mira! Nadie debería hacernos sentir inferiores sin nuestro consentimiento.
Tendemos ir en busca de personas o instituciones perfectas, que no existen, sin darnos cuenta de que este deseo puede delatar nuestras carencias. «He de soportar dos o tres orugas si quiero conocer las mariposas «, nos dirá Saint -Exupéry en el Principito.
Si te mueves en la onda expansiva de Jesús de Nazaret te resultará conocido y bien gratificante este aliento a vivir sin complejos que San Pablo dice a sus amigos de Corinto:
«Para confundir a los fuertes, Dios ha escogido a los que son débiles a los ojos del mundo. Dios ha escogido los que no son nada para anular los que son algo» (1 Co 1,27-28) «Me gloriaré de mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Cuando soy débil, entonces realmente soy fuerte » (2 Cor 12, 9-10).