Joseph Perich
Una tribu de monos vivía en la selva, cerca de un pueblo de campesinos. Lo que más movía su curiosidad era el fuego.
Se quedaban horas y horas mirando las rojas llamas que danzaban en las casas y en los patios de los campesinos que se sentaban alrededor de ellas para calentarse, con una gran alegría en el rostro.
Una noche particularmente fría, los monos vieron una luciérnaga que palpitaba entre las hojas de una planta. Pensaron en seguida que era una chispa de esa cosa prodigiosa que calentaba a los hombres y la agarraron con mucho cuidado. Un mono hasta se puso a soplar encima como hacen los hombres.
Un pajarito observaba la escena desde una rama del árbol. Lleno de compasión por los pobres monos bajó en vuelo:
–Amigos, ustedes están equivocándose, eso no es fuego. Es solamente una luciérnaga.
Pero los monos lo alejaban y seguían soplando con más intensidad.
El pobre pajarito seguía insistiendo:
–Están equivocados, no podrán nada así.
Un mono enojado agarró al pajarito y lo mató, y todos continuaron amontonando paja y palitos secos junto a la luciérnaga y soplando con fuerza para poder calentarse al fuego. El día siguiente estaban todos muertos de frío.
REFLEXIÓN:
Estos días ya ha comenzado una rápida carrera para alumbrar tiendas y calles. Se alargan los horarios comerciales incluso en los días festivos, con todo lo que conlleva de restructuración de horarios familiares y sociales. El deslumbramiento por el consumo y el hacer caja es lo que manda. Las cuatro semanas de Adviento que tenemos por delante nos quieren ayudar a ir a contracorriente, a escuchar el pajarito que dice a los monos: «Están equivocados, no podrán nada así»… «El día siguiente aparecieron todos muertos de frío», nos dice la historieta. Al día siguiente de la movida navideña con los bolsillos vacíos y unos rostros desencajados nos adentramos en la fría noche de pleno invierno. Cierto: hay luces que deslumbran y otras que iluminan.
Cuando se espera la venida de un niño en una familia precisamente se produce todo lo contrario de lo que acabamos de decir; progresivamente aquella madre reducirá su actividad, estará más y más a la escucha del más pequeño movimiento del bebé que debe nacer. En su entorno se crea un clima de respeto, de iluminación, de ilusión, de ternura, de aseo,… no nos puede coger desprevenidos. Aquella frágil vida en el interior del seno materno suele desvelar a los familiares, amigos y vecinos un rescoldo de hermanamiento, de disponibilidad,… que tendrá su punto álgido en el esperado día del nacimiento. Entonces sí que habrá un estallido de luz y de alegría en las sonrisas de todos, que se irá haciendo extensivo a lo largo del año.
El Adviento: es una oportunidad para que en nuestro invierno personal y social nos decidamos por cerrar nuestros ojos a las deslumbrantes y ruidosas «luciérnagas» de estos días y en cambio centrar nuestro interés en busca de la estrella que nos lleve a esa luz de la primera Navidad. Lógicamente en esa búsqueda, en el interior de cada uno, de aquel Niño de Belén, ¿qué nos puede ayudar?
- Buscar espacios de silencio para la oración y para la lectura del Evangelio, participar activamente en la Eucaristía y en otras propuestas que hace la Parroquia…
- Interesarnos para poder relacionarnos con personas que nos cuesta tratar. Daremos el primer paso nosotros.
- «Regalar» compañía a alguna persona enferma o sola, hacer una aportación económica a alguna entidad solidaria (Cáritas, Manos Unidas, Intermón,…) o a una familia necesitada,….