MONJES Y UNA CHICA (DOS) – Joseph Perich

Joseph Perich

Dos monjes iban peregrinando de un monasterio a otro. Un día, tras un fuerte aguacero, llegaron a un lugar donde el camino estaba cortado por un riachuelo, convertido en un torrente a causa de la lluvia. Los dos monjes se estaban preparando para cruzar, cuando oyeron unos sollozos que procedían de atrás de un arbusto. Al indagar, comprobaron que se trataba de una chica que lloraba desesperadamente. Uno de los monjes le preguntó cuál era el motivo de su dolor y ella respondió que de camino hacia la casa de su madre, enferma de gravedad, a causa de la riada no podía atravesar el torrente. El monje no titubeó en ofrecerle su ayuda y, bajo la mirada atónita del otro religioso, la cogió en brazos y la llevó hasta la otra orilla. La dejó allí y con una sonrisa se despidió de ella deseándole suerte. Cada uno siguió su camino.

Al cabo de un rato el otro monje comenzó a criticar a su compañero por esa actitud, especialmente por el hecho de haber tocado a una mujer, infringiendo así uno de sus votos. Pese a que el monje acusado no deseaba entrar en discusiones y ni siquiera intentaba defenderse de las críticas, éstas prosiguieron hasta que los dos llegaron al monasterio. Al ser presentados al Abad, el segundo monje se apresuró a relatar al superior lo que había pasado en el río y  acusaba vehementemente a su compañero de viaje. Tras haber escuchado los hechos, el Abad sentenció:

-«Él ha dejado a la chica en la otra orilla. Tú, ¿aún la llevas contigo?».

REFLEXIÓN:

Lo que está prohibido o se hace tema tabú suele despertar más curiosidad y «morbo» de lo que se merece. Quienes a los 11-12 años, por allá en 1957, realizábamos los estudios en un internado, sobre todo en las tardes lluviosas de los domingos, nos ponía alguna  película «apta para menores». Pero, aun así, cuando venía alguna escena demasiado cariñosa, el encargado de la proyección se aprestaba a interponer un cartón en el objetivo, de acuerdo a la consigna recibida del superior. La reacción no se hacía esperar: silbidos y a hacer correr la imaginación más allá de lo que habríamos visto. Todo lo contrario del efecto pretendido. Asociaba el pecado sobre todo con el placer y con la sexualidad. Cuando quedamos varados y focalizados en el sexto mandamiento, lógicamente los otros nueve quedan en segundo término. Si leemos el Evangelio, veremos que no es ningún tratado de sexualidad sino la proclamación de una buena noticia: hemos sido hechos por «amar y ser amados» con todo el corazón, no a medias o con segundas intenciones, no para aprovecharse y adueñarnos del otro, no para dominarlo o usarlo para alimentar mi ego. Si tenemos clara esta opción, ya no será necesario educar la sexualidad sino integrarla en una manera de vivir al servicio de los demás y de un proyecto común. La persona que ha madurado humanamente y espiritualmente tiene muchas más posibilidades de vivir con paz, y sin desbarajustes, su afectividad y sexualidad.

No deja de sorprendernos que muchas personas hagan la razón de su vivir el luchar contra el aborto, la homosexualidad, los matrimonios gays, el divorcio…  y no sean los primeros en manifestarse contra la pena muerte, la corrupción, los desahucios injustos, las condiciones inhumanas con que deben vivir tantas familias cercanas a nosotros o alejadas, o… ¿No será por una falta de maduración humana y espiritual?

El padre abad del cuento, viviendo en el celibato, da muestras de una libertad de espíritu, de una paz interior, de un sentido del humor y de una madurez humana que ya quisiéramos poseer todos, incluso los casados.