Joseph Perich
Una joven nigeriana acudió al sacerdote para pedirle que fuera a visitar a su padre gravemente enfermo. Junto a su cama había una silla vacía.
–Veo que usted me esperaba- dijo el sacerdote cuando ya estaban solos.
-No – replicó el enfermo
El sacerdote le explicó cómo le había llamado la atención la silla vacía junto a su cama.
-¡Ah, ya!… nunca he contado esto a nadie, ni siquiera a mi hija. Resulta que me he pasado muchos años de mi vida sin saber rezar. Hasta que un día, un buen amigo, me dijo: “la oración es tan sencilla como tener una conversación con Jesús. Te recomiendo que te sientes y coloques una silla vacía delante de ti. Entonces mira a Jesús sentado en ella frente a ti. Esto no es fantasía porque Él prometió que estaría con nosotros siempre. Así que háblale del mismo modo que lo haces conmigo ahora”. Lo probé y me gustó tanto que así lo hago una hora al día desde entonces. Pienso que si mi hija me hubiese visto hablando a una silla vacía, ya me habría mandado al manicomio.
Dos días después la hija visitó al sacerdote para comunicarle que su padre acababa de fallecer en paz.
-Lo encontré muerto al volver de hacer la compra, pero hay algo curioso en su muerte: al parecer, justo antes de morir, papá se incorporó y reclinó su cabeza sobre la silla que está junto a la cama…
El sacerdote se enjugó una lágrima y respondió:
–“¡Ojalá todos pudiéramos irnos así!”
REFLEXIÓN:
Yendo por las casas de personas mayores y muy humildes, te enseñan con un gran respeto: un crucifijo en la cabecera de la cama, una imagen de la Virgen de su pueblo, un póster de Jesús con la inscripción: «El amigo que nunca falla», un cuadro de la Santa Cena, unos rosarios… En otras familias predominan cuadros de bonitos paisajes o de artistas, trofeos, fotos de familia… Los humanos necesitamos expresar nuestras prioridades, sensibilidades y convicciones a través de objetos simbólicos o gestos. Y al hacerlo reafirmamos nuestras creencias.
Si este abuelo pudo reclinar su cabeza en esa «misteriosa (para los demás) silla», no fue por casualidad. Se había entrenado una y otra vez. Seguro que había encontrado la fuerza interior para vivir y morir con dignidad y esperanza.
Sabemos pararnos ante nuestros objetos simbólicos cotidianos para tomar conciencia de que Dios se comunica con nosotros, así, podemos saborear su presencia. ¿Nos da miedo el silencio? La oración normalmente no cambiará los acontecimientos pero consigue cambiar nuestra forma de vivirlos.
Jesús en Getsemaní orando, de rodillas, no se ahorra la cruz, pero sí la encajó con un nuevo espíritu. Orar es tomar todo lo que vivo y, de una manera confiada – amorosa, reclinar mi cabeza sobre la «misteriosa silla».
¿Cuáles son mis objetos simbólicos, mis gestos preferidos… mí «silla vacía»? Sólo un habitual ejercicio contemplativo de ellos posibilitará que, cuando nos llegue la hora, alguien con lágrimas en los ojos pueda expresar: «¡Todos pudiéramos irnos así!».