Misas para jóvenes – Txenti García

CON LA P DE PADRE Y DE PASTORAL

Para cuando se publique este artículo ya tendré 55 tacos, y si me cuadra me encantaría ir el día de mi cumple a una misa para dar Gracias a Dios por los años vividos. Quien sepa la fecha podría decirme – ya pero, si no es domingo, ¿por qué ir a una misa si no es domingo? –  Pues si os soy sincero, porque me apetece un montón hacerlo, porque a lo largo de mi vida he tenido la suerte de descubrir la importancia que PARA MI tiene la Eucaristía. La dominical y otras a las que he podido asistir en otros momentos y circunstancias.  He descubierto la misa como lugar de encuentro con Dios. Lugar de encuentro con Dios, más allá de quien sea el obispo o cura que presida; que la homilía sea larga, corta, aburrida o un panfleto proselitista; que la música sea sacra, prehistórica, o tecno-pop-rock; que en los bancos estemos cuatro y el del tambor o que sea en una explanada abarrotada de peña y que el altar lo veas por pantalla y el sonido  ni lo intentes; que la celebración transcurra en una sencilla capilla, un templo románico, gótico, neoclásico o en la última lonja adaptada, en una catedral o al aire libre; … que sea una misa para niños, para jóvenes, para jubiletas o para sordos; que sea en castellano, en euskera, en ingles, en chino mandarín o en zulú.

Si retrocedo al pleistoceno de mi vida como cristiano me encuentro con las misas para niños de la cate en las que el cura bajaba con el micro (de cable, no había inalámbricos aún) por lo que los amenazados siempre eran los de los primeros bancos; después recuerdo cuando entraron la batería y las guitarras eléctricas con el Pange Lingua de Mocedades y el The Sound of Silence de Simon and Garfunkel. Aquella época en la que los monaguillos íbamos con nuestras bambas de los 70 que se veían debajo del alba, cantábamos algunas canciones en euskera y el párroco recibía anónimos criticándole de alimentar “perikos solabarrías”  (un cura obrero muy identificado con el mundo etarra).

Las “misas de jóvenes” de mi parroquia se celebraban los domingos a las 18:30, creo recordar.  Se le daba mucha importancia a la participación de los jóvenes en las lecturas, las peticiones, las moniciones, los cantos, las ofrendas pero siempre cuidando que la liturgia se mantuviese lo más ortodoxa posible (“herejías” no más de dos por misa).  En el Seminario Diocesano de Vitoria, tengo la impresión de haber vivido algo similar, se cuidaba la liturgia y la participación. Y aunque había otros detalles, que enseguida comentaré, y que hoy me parecen más importantes, lo cierto es que el acento se ponía en la liturgia y la participación.

¿Cuáles son esos otros detalles? El testimonio. Recuerdo que en aquellos años  también había buenas homilías, misioneros que daban su testimonio antes, en medio o al final de la misa, pero curiosamente, repito, el acento creo que se ponía en la participación y la observancia de la liturgia.

Corregidme si me equivoco, pero creo que hoy al joven que se acerca a una Eucaristía lo que le impacta es EL TESTIMONIO de otras personas: desde el testimonio que el obispo, o cura de turno dé desde el altar; el de los diáconos, monaguillos y acólitos que le acompañen en el altar, el de las personas que hablen en el momento que sea de su experiencia de fe personal, el testimonio de quien haga la homilía, y el testimonio a la salida de quienes se quedan a compartir un rato más.

No sé si hoy hace falta “misas para jóvenes”  ni para “niños” ni para familias” ni para solteros ni para casados. La misa, TODAS las misas, son para TODOS una oportunidad de encuentro con Dios.  Quizá por eso en casa al principio “les” llevábamos a misa; hoy casi es más que son ellos quienes nos llevan a la misa que más les atrae ir. A mí, me da igual, yo ya he descubierto en todas las misas la posibilidad de tener un encuentro con Dios, y ese paso ni puedo ni debo darlo por ellos, cada cual tiene que darlo en su momento.