Francisco, Dios es joven, Planeta, Barcelona 2018
Hay una enfermedad muy grave y de la cual tengo mucho miedo, y que está muy difundida sobre todo en esta época: la incapacidad de sentirse culpable.
El miedo al dolor moral. Gracias al dolor aprendemos día tras día a crecer. El dolor y las pruebas que nos plantea la vida nos proporcionan una ocasión indispensable para conocernos en lo más profundo del alma y para entender nuestros límites, hasta que llegamos a preguntarnos: ¿hay realmente necesidad de que corra más sangre para que nuestro orgullo herido y quebrado admita su derrota?
El dolor puede proporcionarnos también una útil enseñanza, no lo olvidemos: puede ayudarnos a entender lo mucho que estamos excavando bajo la superficie y, en consecuencia, puede ser determinante para cambiar también radicalmente nuestras actitudes, nuestros comportamientos. Quede claro que este razonamiento no debe ser confundido con el masoquismo; estoy hablando de un dolor que no se busca, pero que llega y que, así pues, hay que afrontar.