MICRÓFONOS – Mª Ángeles López Romero

La lectura de un libro de reciente publicación sobre las lecciones éticas de monseñor Romero me traía de nuevo a la memoria una cita suya que había dejado caer en el olvido: «El mejor micrófono de Dios es Cristo. Y el mejor micrófono de Cristo es la Iglesia».

Son muchas las voces proféticas que, ante las dificultades para presentar hoy a los jóvenes la fe, vienen reclamando un regreso a Jesús de Nazaret. No solo en el discurso (demasiadas veces cargado obscena e innecesariamente de elementos superfluos de efecto antievangélico) sino sobre todo en el comportamiento: para que de verdad la Iglesia sea micrófono, espejo de Cristo, y no una fea caricatura sin más efecto que el de dar miedo, pena o risa.

El encuentro con Cristo nunca deja indiferente. Quizás no garantice la suscitación de la fe tal y como la hemos entendido siempre, asociada a determinados usos y costumbres, parámetros y coordenadas. Pero transforma, convierte, obliga a cambiar el rumbo vital, si el encuentro es auténtico y en profundidad.

La Iglesia tiene, pues, que ser altavoz de Cristo, dejar que se oiga la voz del Hijo del Hombre por todos los poros de su cuerpo. Esa voz cálida que arropa y cuida a quien lo necesita, que se alza frente a la injusticia, se eleva al Padre y se vuelve suave susurro o respetuoso silencio en lo más profundo de nuestro corazón.

Cuando la Iglesia se comporta de ese modo, tan al estilo de Romero y cuantos han decidido en algún momento volverse micrófonos de Cristo, brota la fe. Pero ojo con olvidar el final de la cita con la que empezaba este artículo. Porque, como afirmó el santo de América para concluir su contundente sentencia, «la Iglesia son ustedes». Sí, nosotros. Y también todos los jóvenes que le reclaman coherencia evangélica para poder sentirse parte de ella. Porque sin el compromiso ético que implica, la fe que parezca nacer no lo será al cien por cien. Y esto a veces se nos olvida más de lo que pudiera parecer.