MENOS YO Y MÁS NOSOTROS, PARA MÁS YO Y MEJOR NOSOTROS – Óscar Alonso

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Óscar Alonso

oscar.alonso@colegiosfec.com

Contemplo, mientras escribo estas líneas, cómo el centro de algunas de las ciudades más habitadas de nuestro país es devastado por la sinrazón, la rabia contenida, la insatisfacción por todo, una tergiversación interesada y parcial de la libertad de expresión, las ganas de hacer daño gratuitamente y ese plus de adrenalina que debe dar sentirse parte de algo, aunque, como es el caso, sea sentirse parte de un grupo más o menos organizado que no sabe de principios ni de razones, sino solo de intereses. Los resultados de este cóctel son previsibles y, desgraciadamente, no los van a subsanar y a pagar todos los que idean y perpetúan estos actos tan antisociales como reprochables en sociedades que denominamos avanzadas.

Es una instantánea que sugiere muchas preguntas y, sobre todo, que requiere una amplia y profunda reflexión sobre qué tipo de humanidad estamos construyendo y qué lugar tienen y han de tener los jóvenes en su construcción y mejora continua. Desde luego, a palos, destrozando todo lo que a su paso encuentran, agrediendo con saña y odios desmedidos, lanzando todo tipo de soflamas de manual y atentando al bien común, no parece que sea el camino. Tampoco relegando a la juventud a un lugar de mera usuaria de consumo, sin trabajo digno, sin perspectivas de futuro, sin casi posibilidades de hacer el tránsito a una vida independiente como sería lo normal, sin oportunidades, sin salidas y, en definitiva, sin demasiada perspectiva. Este tipo de problemas, como casi todo en la vida, tiene dos caras. Y con ambas hay que trabajar, de manera equilibrada, para encontrar el justo medio que posibilite buscar y encontrar su lugar en el mundo.

Y es verdad que hay muchos otros jóvenes, gracias a Dios la inmensa mayoría de la juventud, que no participan ni ideológica ni activamente en este tipo de acciones, pero también lo es que se siente la ausencia de su voz, de su grito de verdadera libertad, de sus propuestas constructivas, del sentido común y de los valores democráticos y, por qué no, evangélicos que pueden construir un mundo y una sociedad más de todos y para todos. El silencio es una mediación y un sacramento precioso, pero no en este caso. De hecho, en situaciones así, el silencio se convierte en cómplice inevitable de lo que sucede, especialmente de lo que rompe la convivencia y la paz social.

Y esto sucede justo cuando el papa Francisco, con ese corazón de profeta que es, nos insta a esa amistad social como desafío global de toda la Humanidad. La encíclica Fratelli Tutti aborda esta temática de modo monográfico y extenso. Y los jóvenes deben ser protagonistas de un diálogo social que, en este momento de la historia, es más necesario que nunca si no queremos que el deseo de esa amistad social se convierta en la realidad de un mundo desgajado en guetos exclusivos que viven unos a cuenta de los otros sin posibilidad alguna de construir una fraternidad en la que todos y a todos llamemos y tratemos como hermanos.

Una de las características de las generaciones más jóvenes, dicen los sociólogos, es su marcado individualismo. Evidentemente este es un rasgo que no solo es propio de la juventud. De hecho, creo que podemos afirmar que más que individualistas lo que son es víctimas de un individualismo imperante, contra el que es difícil luchar, aunque no imposible. Este individualismo autorreferencial les aliena de la realidad global.

¿Quiere decir esto que no son capaces de pensar autónomamente y de intercambiar sus propios puntos de vista? No. Pero lo que impera es el yoísmo. Y, además, se ve bien a tenor de los programas televisivos más vistos y de las personas que resultan erigirse como modelos para la inmensa mayoría de la juventud.

Y ese yoísmo reinante, que no es otra cosa que un egocentrismo desmedido y bien puesto en escena, conjuga a la perfección con el narcisismo, la falta de empatía, la ceguera endémica hacia todo lo que no agrada o es injusto y con una falsa práctica y sensación de que solos podemos con todo.

Todo (o mucho, por aquello de esperanzar espacios vitrales y no generalizar) gira en torno a lo mismo: exhibir lo que sea o exhibirse en cualquier momento y de cualquier manera, presumir de vacaciones, de físico, de relaciones, de lo que se bebe, de lo que se consume, de lo que se ha hecho o dejado de hacer, de lo que se derrocha, de lo que se gana o pierde… Dicen los expertos que esa presuntuosidad ha dejado de estar estigmatizada en la sociedad de las redes sociales y de la virtualidad. El culto al ego expresado plásticamente en lo que los psiquiatras denominan selfitis, es decir las personas que viven inmersas en la obsesión por salir perfectas en las fotos, aunque el sujeto que habita bajo esa superficie ni esté ni se le espere o está y no precisamente como para tirar cohetes.

Necesitamos una juventud que aspire a transitar un tipo de vida y de opciones vitales en las que haya menos yo y más nosotros. En un mundo llamado a ser aldea común y una sola familia sobran los autosuficientes, los egocentrismos y los narcisismos, y nos hacen falta, más que nunca, jóvenes con una autoestima trabajada, equilibrada y traducida en autoconfianza y en la capacidad de vivir, tratar y trabajar con los demás como miembros de la propia familia.

Las propuestas de pastoral juvenil pensadas con y para la juventud actual deben encuadrarse en ese deseo de menos yo y más nosotros que en ningún caso es una especie de negación de lo individual (sí del individualismo), de lo propio (sí de lo que me posee y me atenaza) y de lo que hace a cada uno único (sí de la moda y las tendencias que aborregan y lo hacen todo igual). Se trata de conseguir un sano equilibrio entre el valor insustituible de cada uno y el valor inaplazable del bien común y de lo que el papa Francisco denomina la amistad social.

Somos. Y somos con otros. No somos en contra de otros o a costa de otros. Somos y no podemos ser lo que somos si los demás no tienen cabida en nuestro reducido universo por muy hiperconectado que esté. Necesitamos una pastoral juvenil que acompañe a los jóvenes en el proceso de crecimiento en la fe y en el discernimiento necesario para ser mujeres y hombres para los demás. Sin renunciar a las personas, pero sin perder nunca de vista el conjunto de las personas, de todas.

Curiosamente el lema del Día Internacional de la Juventud del 2020 era «El compromiso de la juventud por la acción mundial», y tenía como objetivo destacar las maneras en las que el compromiso de los más jóvenes puede enriquecer los procesos y las instituciones, así como identificar cómo mejorar significativamente su representación y participación en las instituciones políticas oficiales. En el fondo lo que salía a flote era la necesidad de fortalecer, desde el valor y el lugar único de la juventud, la capacidad del sistema internacional para actuar de manera conjunta y encontrar y aplicar soluciones a los problemas y amenazas del momento actual.

La pastoral juvenil puede (y debería) trabajar en los diferentes itinerarios, iniciativas y propuestas, esa necesaria corresponsabilidad entre el yo y el nosotros del que venimos hablando. No se trata en ningún caso de anular el yo en pro de un nosotros sin rostro, sin identidad o sin valor propio y diferenciado. Nuestra pastoral juvenil debe permitir que los jóvenes vean reconocida y subrayada su heterogeneidad y la diferencia de cada uno de ellos. Como afirma Dabas (1993) «uno de los cambios sociales que comúnmente se da es la transformación del individuo–objeto en persona–sujeto, esta transformación permite al sujeto poseer una clara visualización de sus recursos, una valoración de sus saberes y una toma de conciencia de los logros que puede obtener a través de la participación activa en la organización social».

En la Fratelli Tutti me parecen extraordinarios, en la línea del tema que nos ocupa, los siguientes textos del papa Francisco, de los que saco algunas anotaciones que considero interesantes para nosotros:

 

Fratelli Tutti

Lo que el Papa afirma

Pensando en nuestros jóvenes

FT 12

La sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos. Estamos más solos que nunca en este mundo masificado que hace prevalecer los intereses individuales y debilita la dimensión comunitaria de la existencia.

Hay que abrirse al mundo. Hay que procurar que nuestros jóvenes no se conviertan en meros consumidores y espectadores. Hay que hablar y contagiar el valor inmenso e irrenunciable que tiene el estar juntos frente al «divide y reinarás».

FT 13

Se advierte la penetración cultural de una especie de «deconstruccionismo», donde la libertad humana pretende construirlo todo desde cero. Deja en pie únicamente la necesidad de consumir sin límites y la acentuación de muchas formas de individualismo sin contenidos. (…) Necesita jóvenes vacíos, desarraigados, desconfiados de todo, que desprecien la historia, que rechacen la riqueza espiritual y humana que se fue transmitiendo a lo largo de las generaciones.

Necesitamos acompañar a los jóvenes en ese itinerario en salida que, por ser eso mismo, necesita al mismo tiempo reconocer de dónde procede, de dónde se sale, las raíces profundas del cristianismo y sus valores universales. Para esto la experiencia comunitaria sigue siendo, con todas sus luces y sus sombras, un elemento insustituible que favorece la pertenencia, el crecimiento y el compromiso.

FT 133

La llegada de personas diferentes, que proceden de un contexto vital y cultural distinto, se convierte en un don (…) Por esto «pido especialmente a los jóvenes que no caigan en las redes de quienes quieren enfrentarlos a otros jóvenes que llegan a sus países, haciéndolos ver como seres peligrosos y como si no tuvieran la misma inalienable dignidad de todo ser humano».

Es preciso trabajar con los jóvenes la triple enseñanza de la parábola del buen samaritano: hacerse cargo, cargarse y encargarse. Aunque no solo.  Es importante trabajar y practicar la empatía, el sentir que necesitamos a los otros, experimentar que lo diverso nos enriquece a todos, el compartir vida, el hacer proyectos comunes y el pensar en otros, especialmente en los más vulnerables.

 

Hoy se nos pide que redimamos y restauremos la amistad social, que se encuentra ciertamente amenazada por múltiples intereses. Y esto es una tarea «trabajosa y artesanal». Sigamos manos a la obra para no perder la oportunidad de seguir tejiendo ese manto en el que todos los hilos son importante, en el que hay trama y urdimbre, el que no sobra nadie y nos enriquecemos todos. El que se haga realidad eso de que menos YO y más NOSOTROS, para más YO y mejor NOSOTROS.

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