Joseph Perich
Iba yo pidiendo de puerta en puerta por el camino de la aldea, cuando tu carro de oro apareció a lo lejos como un sueño magnífico. Y yo me preguntaba, maravillado, quién sería aquel Rey de Reyes.
Mis esperanzas volaron hasta el cielo y pensé que mis días malos se habían acabado.
Y me quedé aguardando limosnas espontáneas, tesoros derramados por el polvo.
La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Sentí que la felicidad de la vida me había llegado al fin. Y de pronto, tú me tendiste tu diestra diciéndome:
-¿Puedes darme alguna cosa?
¡Ah, qué ocurrencia la de tu realeza! ¡Pedirle a un mendigo! Yo estaba confuso y no sabía qué hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo y te lo di.
Pero qué sorpresa la mía cuando, al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un granito de oro en la miseria del montón. ¡Qué amargamente lloré de no haber tenido corazón para darme todo! Rabindranath Tagore.
Reflexión:
Todos tendemos a compararnos y a reivindicar más nuestros «derechos» que nuestra «deuda social». Si en vez de decir «deberían…» nos preguntáramos ¿cómo puedo yo aportar mi «granito de arena»? seguro que en mi parcela de mundo habría más fraternidad.
Albert Einstein lo expresa así: «Si la vida es peligrosa no es para las personas que hacen el mal sino por las que se sientan a ver lo que pasa». El profeta de los «sin techo», el Abbé Pierre, cuando conoció su primer vagabundo le dijo: «Jorge, como puedes ver, estás hecho polvo. Buscamos otro como tú, y vamos a aliviar un tercero».
Otro botón de muestra: Irene Sendler acaba de ser galardonada en Varsovia con la medalla de la «Orden de la sonrisa» que se concede a los que han hecho más por los jóvenes. Esta risueña abuela de 97 años, en medio del horror de la segunda Guerra Mundial salvó a cientos de niños judíos sin perder nunca la sonrisa.
No esperamos que los ricos o «los de arriba» arreglen nuestro estropeado mundo. Siempre las movidas de humanidad y hermandad han venido provocadas por los «de abajo», por los más débiles. Nos lo recuerdan Belén, el Calvario… Una vez más nos viene a la mente la mujer viuda del evangelio que entrega la moneda más pequeña, comparada con la de los demás, pero que Jesús le valora tanto y luego lo expresará bellamente: «hace más feliz dar que recibir».
¡Cuántos «granitos de arena o de trigo» tenemos enterrados en el monedero o en la cabeza y que si nos decidiéramos a ponerlos al servicio de los demás (Parroquia, Voluntariado, Cáritas, ONG…) se convertirían en oro!