Joseph Perich
En el vientre de una mujer embarazada se encontraban dos mellizos. Uno pregunta al otro:
–¿Tú crees en la vida después del parto?
–Claro que sí. Algo debe existir después del parto. Tal vez estemos aquí porque necesitamos prepararnos para lo que seremos más tarde.
-¡Tonterías! No hay vida después del parto. ¿Cómo sería esa vida?
–No lo sé, pero seguramente… habrá más luz que aquí. Tal vez caminemos con nuestros propios pies y nos alimentemos por la boca.
-¡Eso es absurdo! Caminar es imposible. ¿Y comer por la boca? ¡Eso es ridículo! El cordón umbilical es por donde nos alimentamos. Yo te digo una cosa: la vida después del parto está excluida. El cordón umbilical es demasiado corto.
–Pues yo creo que debe de haber algo. Y tal vez sea distinto a lo que estamos acostumbrados a tener aquí.
-Pero, nadie ha vuelto nunca del más allá, después del parto. El parto es el final de la vida. Y a fin de cuentas, la vida no es más que una angustiosa existencia en la oscuridad que no lleva a nada.
–Bueno, yo no sé exactamente cómo será después del parto, pero seguro que veremos a mamá y ella nos cuidará.
-¿Mamá? ¿Tú crees en mamá? ¿Y dónde crees tú que está ella ahora?
–¿Dónde? ¡En todo nuestro alrededor! En ella y a través de ella es como vivimos. Sin ella todo este mundo no existiría.
-¡Pues yo no me lo creo! Nunca he visto a mamá, por lo tanto, es lógico que no exista.
–Bueno, pero a veces, cuando estamos en silencio, tú puedes oírla cantando o sentir cómo acaricia nuestro mundo. ¿Sabes?… Yo pienso que hay una vida real que nos espera y que ahora solamente estamos preparándonos para ella…».
REFLEXIÓN
En nuestro mundo hay mucho más de lo que perciben nuestros ojos. «Lo que vemos es sólo la mitad de lo que hay. Lo visible es la clave de lo invisible, que a su vez revelará el verdadero significado de las apariencias. Debemos acercarnos a cada cosa y explorar como si guardara una revelación» (JA Marina).
La admiración se convierte en una actitud fundamental y más «razonable» que la misma razón.
A muchas personas nos pasa lo mismo que aquel joven pez que preguntaba a uno más viejo:
– ¿Me podrías conducir hasta lo que llaman Gran Océano? Le he estado buscando por todas partes sin éxito.
– ¡El océano – contestó el pez anciano – es donde estás nadando ahora!
– Esto sólo es agua. ¡Yo estoy buscando el océano!
Y se alejó nadando para continuar la búsqueda.
Al igual que la conversación de aquellos dos gemelos en el vientre de la madre, todavía nadie ha podido explicar este pequeño cuento o conversación entre peces, de Tony de Mello.
Pablo en el Areópago de Atenas se puso de pie y anunció con convicción lo que hay detrás de todo ello: «Puede acercarse a ella a tientas y encontrarlo, porque él no está lejos de ninguno de nosotros, ya que en él vivimos, nos movemos y somos « (Hch 17,27-28). Se refería al «Dios sin rostro» de todas las religiones, que para Pablo y los cristianos se focaliza en el «rostro humano de Dios», Jesús de Nazaret.
Varios analistas de hoy constatan como muchas personas, huérfanos de mesiánicas ideologías y escarmentados del devorador sistema capitalista, devuelven la mirada hacia la dimensión espiritual de la persona humana. La espiritualidad es una manera de pensar, sentir y actuar más a fondo. Significa admirar, respetar, venerar, confiar, hacerse solidario, dejarse guiar hacia donde el deseo más profundo nos invite…
Sí, como lo hizo Etty Hillesum, escribiendo, desde el campo de concentración de Auschwit , antes de morir a los veintisiete años : «Esta vida es maravillosa y grande, debemos construir un nuevo mundo después de esta guerra. Y a cada infamia, a cada crueldad, hay que oponer una buena dosis de amor, que primero tendremos que encontrar dentro de nosotros mismo».
Hoy, nosotros podríamos hacer nuestro este mensaje sustituyendo la palabra «guerra» por » crisis».
Releído, saboreado y asimilado quizás nos resultará muy sensato meditar lo que Salvador Espriu dice enigmáticamente:
«En la sequía es cuando los pinos arraigan más profundamente».