Joseph Perich
En vigilias de Reyes un joven matrimonio entra en una tienda de juguetes. Había muñecas que lloraban y reían, juegos electrónicos, cocinas en miniatura… No se deciden. Se dirigen a la dependienta:
-Mire, nosotros tenemos una niña pequeña, pero estamos casi todo el día fuera de casa y, a veces, hasta de noche. Es una cría que apenas sonríe. Quisiéramos comprarle algo que la hiciera feliz. Algo que le diera alegría aun cuando no estemos nosotros y esté sola.
-Lo siento (sonríe la dependienta), aquí no vendemos padres.
REFLEXIÓN:
A menudo nos toca tener que hacer o comprar un regalo para un enfermo, un anciano, un niño… Vamos mal de tiempo y nos queremos quitar rápidamente el problema de encima: gastarnos lo que sea para tranquilizar nuestra conciencia, descargar el paquete-sorpresa envuelto en manos del agraciado, provocarle una sonrisa que certifique haber cumplido y «huir» antes de contar tres. ¿Es un regalo o una frustración más?
Si no vas activo, estresado… te llegan a hacer creer que eres un «manta» o un parásito social. No es de extrañar que un taxista, después de preguntar al cliente donde se dirige, obtenga por respuesta:
-¡A ninguna parte. Me pasea media hora. Necesito que alguien me escuche!
El alma de un niño, de un anciano, de un enfermo… no es algo que tenemos que llenar, sino un hogar que debemos calentar con una presencia gratificante y reposada. La prueba del nueve para verificar si hemos acertado con el regalo: cuando el otro se convierte realmente en mi hermano y podemos mirarnos fijamente con una sonrisa que ilumine los rostros de ambos.
En 1968 un grafiti de un muro de París reivindicaba: «Seamos realistas, exijamos lo imposible».