MÁS QUE UN GRUPO DE HOMBRES – Maxi Gutiérrez

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Maxi Gutiérrez

maxi.gutierrezjodra@gmail.com

Aún recuerdo aquellos ya lejanos años de juventud donde mucha de nuestra energía se empeñaba en soñar con un mundo mejor y una sociedad más justa. En aquel barrio de Coronación en Vitoria-Gasteiz, con otros hijos e hijas de emigrantes y en torno a la parroquia como espacio de encuentro. Asomarse a Jesús de Nazaret nos reafirmaba en nuestros sueños. Desde muy joven me vinculé a la Acción Católica, trabajando con grupos de niños y niñas en lo que entonces se llamaba Movimiento Junior de AC. Años intensos que fueron constituyéndome como persona y que condicionaron muchas de mis decisiones en la vida.

Una de ellas fue la de dedicarme a la medicina y, en concreto, a la medicina de familia. Ahora puedo expresar —no tanto entonces— que los procesos de enfermedad y salud me parecieron un buen lugar para situarme profesionalmente con ese deseo de hacer el bien (Lc.10, 25-37). En una ocasión escribí en un blog profesional sobre mi propia experiencia vocacional hacia la medicina de familia (https://medicinadefamiliaconblogpropia.wordpress.com/2015/10/02/por-que-nos-hicimos-medicos-maxi-gutierrez/).

La orientación hacia las periferias me llevó a dedicar tiempo y compromiso con los enfermos de SIDA y durante años fui médico colaborador con el Proyecto Hombre. Hicimos muchos esfuerzos por dar normalidad a aquellos enfermos que gran parte de la sociedad interpretó como castigados por sus actos.

Cuando fueron pasando los duros años de la heroína y la infección VIH me encontré con una realidad para mí desconocida y no estudiada en ninguno de mis procesos de educación reglada: la violencia de género. Y aquí es donde llegamos más directamente al motivo de este artículo, aunque no se podría entender sin los previos compartidos.

Desde hace más de 20 años vengo estudiando la repercusión en la salud de las mujeres víctimas de violencia de género y la aportación que el sistema sanitario puede hacerles. He recibido a muchas mujeres y acompañado sus procesos, he participado en grupos de trabajo para la elaboración de guías y protocolos y he realizado muchos cursos de formación para sanitarios sobre este problema social.

Estudiar el fenómeno de la violencia de género te lleva a poner en evidencia una sociedad en la que hombres y mujeres no somos educados ni nos comportamos de la misma manera. No enfermamos igual ni tampoco hacemos frente a las enfermedades de la misma manera. Nuestras diferentes formas de comportarnos llevan a una minoría de hombres a ejercer el abuso hasta niveles de violencia desgarradora. Mientras tanto, otros muchos participamos de una sociedad que genera desigualdad y no permite un desarrollo equitativo de todas y todos. Desde aquí, surge la inevitable pregunta ¿qué puedo hacer yo?

Conocí de la existencia de los «Grupos de hombres» y, sin saber mucho más, me aventuré a formar parte de uno de ellos.

Debo confesar que mi primer cuestionamiento era por qué tenemos que separarnos, hombres y mujeres para iniciar este camino, por qué no vivir la experiencia juntos para poder encontrar lugares comunes, por qué solo hombres. Me costó poco descubrir la respuesta a mis porqués. Cuando nos reunimos un grupo de hombres, solo hombres, somos capaces de explicitar cuestiones que no compartimos de otra manera. Enseguida encontramos sentimientos comunes que hasta entonces nos habían parecido exclusivos nuestros. Compartirlos nos permite dejar de sentirnos bichos raros y hacernos conscientes de que muchas de sus raíces están en los roles que nos han asignado como hombres.

Las dinámicas de trabajo me sorprendieron desde el primer día. Todo iba en contra de lo que se esperaría en un grupo de varones educados para la reflexión y la argumentación. Trabajamos mucho desde lo corporal y lo emocional y menos desde el intelecto y la razón. El juego y el divertimento sencillo siempre han tenido un espacio en cada encuentro porque hay que ejercitar aquello que perdimos con la infancia y que tanto bien nos hizo.

El grupo ha resultado un espacio seguro donde compartir con la libertad del que no se siente juzgado. Un lugar donde he tenido la oportunidad de recibir y aportar acogida, comprensión y humanidad. Por supuesto, no exento de confrontación hasta invitarme a visitar lugares incómodos donde enfrentarme, a veces, a mis propias miserias. Pero siempre acompañado, respetado y amado por un grupo de trece hombres que han hecho fácil el camino.

Han sido muchos los descubrimientos compartidos en estos once años de trayectoria.

El contacto físico fue una de las primeras barreras a superar. Los hombres estamos poco acostumbrados a tocarnos y dejarnos tocar. Sobre todo, entre hombres, pero también con mujeres en contactos no sexuales. Los hombres nos perdemos mucho en los abrazos y en las caricias que no damos. Recuperarlo ha sido terapéutico.

Hemos trabajado muchos de los condicionantes que nuestra sociedad y nuestra educación nos ha ido asignando. Lo que se espera de nosotros es que cumplamos con el perfil masculino establecido y cuando en algún punto nos hemos enfrentado a él, la mayoría lo hemos vivido con sufrimiento. Unas veces en el silencio de la incomprensión y otras simplemente doblegándonos a lo establecido. Compartir lo sufrido y empezar a poner en práctica pequeños ejercicios de superación nos ha servido de gran ayuda.

Desentrañar las relaciones con nuestros padres y analizar las que tenemos con nuestros hijos nos ha hecho caer en la cuenta de cómo perpetuamos los modelos establecidos. Sentimos que en este tiempo hemos conseguido cambiar actitudes y experimentar algunos caminos de superación.

Ejercitarnos en tareas de cuidado a las que estamos poco acostumbrados ha sido también una forma de encontrarnos en otro lugar en la relación con nuestras parejas, familias y amigos. Hacer esos mismos esfuerzos a nivel profesional ha sido todavía más dificultoso porque los mundos del trabajo son quizás más hostiles y menos abiertos al cambio de roles.

Esta es una experiencia particular, quizás no sea la de muchos, pero así lo he podido vivir junto a otros. Me siento agradecido. Han sido años de un compartir intenso que he vivido como un regalo. Siempre he dicho que trabajar sobre la masculinidad y el género ha estructurado y explicado muchas cosas de mi forma de ser y sentir. Y ahora me siento no solo con unas gafas sino con un traje de cuerpo entero que me acompañará para siempre a vivir la realidad desde la perspectiva de género.

Sé que tengo que seguir en proceso y experimentar nuevas fórmulas para ir puliendo algunas cosas y disfrutando de otras que condicionan mi ser hombre. También sé que dispongo de muchas herramientas que hemos descubierto juntos y que conservo como uno de los mejores tesoros, además de profundas amistades.

Surge la inevitable pregunta ¿qué puedo hacer yo?

Sentimos que en este tiempo hemos conseguido cambiar actitudes y experimentar algunos caminos de superación