Los jóvenes, «cuando se entusiasman por una vida comunitaria, son capaces de grandes sacrificios por los demás y por la comunidad»[1].
Sin duda que la desembocadura de los jóvenes en la comunidad eclesial no tiene que ser el final de su anhelo de navegar y de seguir buscando, viviendo y transmitiendo el tesoro del Evangelio. Ancho es el mar y no una charca. Una vez dentro, porque sí que es bueno hacer ritos, signos y liturgias de entrada que visibilicen etapas, opciones y pasos, hay que seguir haciendo sínodo con los jóvenes. Anclados a puerto no debemos estar ninguno.
Por un lado, continuar alimentando y contribuyendo a hacer realidad sus sueños y utopías, también las comunitarias. «Cada edad tiene su hermosura, y a la juventud no pueden faltarle la utopía comunitaria, la capacidad de soñar unidos, los grandes horizontes que miramos juntos»[2]. Esta es nuestra misión una vez que hacemos camino conjunto con jóvenes de pleno servicio y derecho en la comunidad. Porque «un joven no puede estar desanimado, lo suyo es soñar cosas grandes, buscar horizontes amplios, atreverse a más, querer comerse el mundo, ser capaz de aceptar propuestas desafiantes y desear aportar lo mejor de sí para construir algo mejor. Por eso insisto a los jóvenes que no se dejen robar la esperanza, y a cada uno le repito: “que nadie menosprecie tu juventud” (1 Tm 4,12)»[3].
Ampliar nuevamente horizontes, entusiasmar y lanzar nuevas propuestas vocacionales, sin excluir las más desafiantes como «la posibilidad de consagrarse a Dios en el sacerdocio, en la vida religiosa o en otras formas de consagración»[4]. Todos los miembros de la comunidad nos tenemos que creer esto de tal modo que cualquiera nos atreviéramos a decir con confianza a un hermano o hermana, joven o mayor: «Ten la certeza de que, si reconoces un llamado de Dios y lo sigues, eso será lo que te hará pleno»[5].
Y la otra tarea importante tras la desembocadura será la de ampliar la identidad narrativa de la comunidad, compartiendo con los recién llegados la vida, espiritualidad y misión descubiertas a lo largo de la historia de la propia comunidad e invitando a los jóvenes a enriquecerla con su propia experiencia a partir de ahora. «La existencia de las relaciones intergeneracionales implica que en las comunidades se posea una memoria colectiva, pues cada generación retoma las enseñanzas de sus antecesores, dejando así un legado a sus sucesores»[6].
[1] Christus Vivit, 110.
[2] Christus Vivit, 166.
[3] Christus Vivit, 15.
[4] Christus Vivit, 276.
[5] Christus Vivit, 276.
[6] Christus Vivit, 191.
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RPJ 544 – septiembre 2020 – Más lejos, siempre más lejos – Pablo Santamaría
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