Joseph Perich
Susurró el niño: «Dios, habla conmigo»…
Y entonces una alondra del campo cantó, pero el niño no escuchó.
El niño gritó:
–«Dios, háblame»…
Y un trueno resonó por todo el cielo, pero el niño no escuchó.
El niño miró alrededor y dijo:
–«Dios, déjame verte»…
Y una estrella se iluminó brillantemente, pero el niño no se dio cuenta.
Y el niño gritó:
–«Dios, muéstrame un milagro»…
Y una vida nació, pero el niño no se dio cuenta.
Así que el niño impaciente y lloroso dijo:
–«Tócame Dios, para saber que te encuentras aquí»
Con lo cual Dios se inclinó, y en forma de mariposa tocó al niño.
Pero el niño alejó a la mariposa, y le apartó sin saberlo.
La mariposa continuó sobrevolando en espera de una nueva oportunidad.
Reflexión:
Voy a visitar una familia conocida que tiene a su abuelo Ramón, de 96 años, en fase terminal desde hace unos días. Lo encuentro con los ojos cerrados, encamado en medio del comedor, rodeado por la esposa, los hijos y el médico. Este nos informa, en voz alta, que tiene las horas contadas. Mirando de reojo al enfermo sentencia:
-No sé qué sentido tiene estar así.
Yo le «salto a la yugular» para responder:
-Creo que sí tiene sentido para los que estamos aquí haciéndole compañía… y quizás para él también.
Silencio. Me siento al lado de la cama y le cojo la mano y le digo.
– Ramón, soy José, ¿cómo estamos?
Abre unos ojillos azules y con voz débil llega a hacerse entender:
-Gracias, me siento muy querido por todos y más aún por Nuestro Señor. Diles a todos, de mi parte, que los amo. Estoy muy feliz.
Por unos instantes me sentí, no al lado de un moribundo, sino al lado de una fuente de agua cristalina capaz de apagar la sed de humanidad y de ternura de quienes estábamos a su lado. Estoy convencido que aquel médico desconocía que «sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos» (Saint Exupéry). Me pregunto: ¿quién acompañaba a quién, nosotros al abuelo Ramón o el abuelo Ramón a nosotros?
En el fondo, posiblemente estuviéramos construyendo, sin saberlo, el «Belén» más bonito del mundo. Sólo había que apagar las luces y cantar el «Noche de…». Ramón, como un niño indefenso pero luminoso, acostado en el comedor «comedero» y desempañados nuestros ojos, nos veíamos como unos pastores de Belén privilegiados. A saber si aquella noche, una vez más, se estaba haciendo realidad estos exquisitos versos del compañero Martín Escondido saboreando la primera Navidad:
Es la cara de Dios a nuestra imagen escultura.
Es Dios que se hace arcilla y se cuece con luces de amor.
Tengo el presentimiento de que esta Navidad, cuando mire los ojos del Niño del belén, veré el azul de la retina de Ramón.
Aquella frágil y multicolor mariposa del cuento, tan a menudo expulsada, retorna un año más. ¿Nos encontrará con un corazón suficientemente sencillo cómo para agacharnos y gratuitamente dejarnos tocar y acariciar por ella? Estamos a tiempo, no hacer más el «rabadán». Todos podemos en estas próximas fiestas, más allá de la edad que tengamos, sentirnos «padrinos» de alguna persona (o de algún colectivo) que viva en la indigencia, sobre todo siendo servidores de amparo humano.
Pedro Casaldáliga, desde Brasil, estos días nos alienta: Todavía hay Navidad en la Paz de la Esperanza, en la vida compartida, en la lucha solidaria, ¡Reino interior! ¡Reino interior!