En estos momentos en los que, gracias a Dios, la sociedad reivindica con fuerza la igual dignidad de todos los seres humanos, más allá de su género o creencia, es bueno rescatar de nuestra sabiduría cristiana ejemplos de esta verdad.
Quizá uno de los más interesantes puede ser la figura de María Magdalena. En efecto, aunque durante mucho tiempo ha tenido un papel secundario en nuestra tradición, su figura fue decisiva en los primeros momentos del cristianismo. «apóstol de los apóstoles» es el título más antiguo que la Iglesia de los primeros siglos otorgó a María Magdalena. La primera entre las mujeres que seguían a Jesús, valiente y fiel junto a la cruz, primer testigo de la Resurrección y primera en anunciar a los apóstoles que Jesús estaba vivo, que había vencido a la muerte. En esto encontramos su grandeza y singularidad, en su honda relación de discipulado con su Maestro.
Por eso, llama la atención que, a lo largo de muchos siglos, se ha obviado esta verdad para centrarse en su imagen de prostituta arrepentida, imagen errónea nacida medio milenio después de su muerte. Y esta imagen, multiplicada en las imágenes barrocas, casi ha anulado, en muchos momentos, su papel decisivo en la trasmisión de la experiencia de la resurrección.
De hecho, en la actualidad se la vuelve a vuelve a encorsetar de nuevo en cuestiones secundarias, sin base histórica y, de nuevo, queda oculto su verdadero valor. La literatura y el cine, sin comprender textos gnósticos, escritos más de doscientos años después de su vida, la presentan como pareja de Jesús. De nuevo, no tiene valor por sí misma, por su experiencia de fe, por su testimonio de seguimiento. Recuperar a María Magdalena es, pues, una cuestión de justicia y una ocasión importante para comprender la discriminación de género que hemos vivido y vivimos en la sociedad y la Iglesia.
¿Quién fue realmente María Magdalena? Su nombre nos indica su procedencia: Magdala, una ciudad relativamente grande a la orilla de lago Genesaret, en Galilea. Su aparición en los evangelios se limita a los capítulos finales, especialmente en los relatos de la Pasión y de la Resurrección. Pero es importante señalar que es mencionada por los cuatro evangelistas, con lo que su historicidad esta fuera de dudas. En el evangelio de Lucas 8,3, también se la menciona como una de las mujeres que acompañan a Jesús, junto con los doce apóstoles, en su predicación de aldea en aldea anunciando la buena nueva del reino de Dios. Es ahí donde se dice que de ella «habían salido siete demonios» y que formaba parte de un grupo de mujeres que seguían a Jesús y que «habían sido curadas de enfermedades y malos espíritus».
Esta sola mención no carece de importancia ya que, en esos momentos, las mujeres no podían participar de muchas de las actividades de la sociedad, del ámbito religioso y, no digamos, de cuestiones jurídicas o económicas. Jesús de Nazaret trató a las mujeres con la misma dignidad que a los hombres. Les comunicó su mensaje de vida, de salvación y libertad y criticó con sus actos y palabras las situaciones de injusticia a las que se las sometía.
En tiempos de Jesús el papel de la mujer era especialmente difícil, muchas de ellas expresaban su sufrimiento de manera pública, con gestos, gritos… por lo que se las consideraba «endemoniadas» o «histéricas». En el caso de María Magdalena no sabemos si fue así, pero sí que podemos pensar que el encuentro con Jesús, al igual que sucede con otras mujeres y hombres que lo siguen, le transforma, le hace cambiar su horizonte de vida, le da esperanza.
No encontramos, sin embargo, una referencia a ella como la mujer que en Lc 7,36-50 aparece como pecadora pública y que unge los pies de Jesús con perfume. Esta confusión, aunque ya comienza a producirse en siglos anteriores, se consolida a raíz de una predicación del papa Gregorio Magno, durante los siglos VI y VII, y que se ha mantenido a lo largo del tiempo, prácticamente hasta el Concilio Vaticano II en el que se volvió a diferenciar a María Magdalena de esta mujer, y a atribuirle el título de apóstol de los apóstoles de nuevo.
De lo que no cabe ninguna duda, porque todos los evangelios coinciden (cuando lo lógico sería callar el papel de una mujer), es que, María de Magdala es fundamental para comprender la experiencia de la resurrección, el momento decisivo del cristianismo naciente. Está presente junto a la cruz y es la líder del grupo de mujeres que, en su dolor, viven la experiencia de Dios (encuentro con ángeles) que les abre los ojos: el crucificado está vivo, y vivo para siempre. Pese al esfuerzo del Sumo Sacerdote, ese, el de la cruz, no es un maldito de Dios, sino Dios mismo con nosotros. Y empieza el círculo de encuentros con el crucificado vivo para siempre y los discípulos varones (escondidos), vuelven a proclamar, sin miedo, que el Reino ya está aquí, que Dios mismo nos ha dado su Palabra y que la vida ha vencido para siempre a la muerte.
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RPJ nº 535 marzo 2020 – MMagdalena, apóstol de los apóstoles
Juan (Jn 20,11-18), que recurre con mucha frecuencia a personificar ideas en un personaje, sintetiza esta verdad histórica en un encuentro: María Magdalena está llorando y Jesús aparece a su lado, aunque ella no le reconoce hasta que él no pronuncia su nombre: «María», a lo que ella le contesta diciendo «rabuni» (que en hebreo quiere decir «mi maestro»). Es en ese momento, al sentir cómo Jesús le llama, cuando María abre los ojos y se encuentra con el Resucitado. Es, gracias al encuentro personal con el maestro, como María recibe la buena noticia de que Jesús está vivo y el encargo de llevar su testimonio a los demás. Y esa misma experiencia es la que todo cristiano está llamado a vivir.
Este encuentro con el Resucitado, reconocido por los cuatro evangelios, la convierte en la «apóstol de los apóstoles»: el grupo de mujeres que ella lidera es la fuente inicial del encuentro con el resucitado. Gracias a ellas, los varones empezarán a ver y, como dice Pablo en 1 Cor 15, como las ondas de la superficie del agua, la experiencia llega a doce, a quinientos, al mundo entero…
En los últimos años se han dado algunos pasos importantes para resituar la imagen de María Magdalena. El propio papa Francisco declaró como fiesta en su honor el 22 de julio, poniéndole a la par de las celebraciones litúrgicas de los apóstoles varones. De esta manera, se reconoce a María como primera receptora de la Resurrección de Jesús y como «apóstol de los apóstoles». Recuperemos su figura y tomemos conciencia de nuestra sabiduría, a veces oscurecida por nuestros propios prejuicios.
Bibliografía consultada
Bernabé, C., Relevancia de la memoria de María Magdalena como testigo y apóstol. Cuestiones Teológicas. Vol. 41 (96), 279-306, 2014.
Bernabé, C. (Ed.), Mujeres con autoridad en el cristianismo primitivo, Navarra, 2017.
Recuperar a María Magdalena es, pues, una cuestión de justicia y una ocasión importante para comprender la discriminación de género que hemos vivido y vivimos en la sociedad y la Iglesia
Jesús de Nazaret trató a las mujeres con la misma dignidad que a los hombres. Les comunicó su mensaje de vida, de salvación y libertad
María de Magdala es fundamental para comprender la experiencia de la resurrección, el momento decisivo del cristianismo naciente
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