María junto a la cruz – Por Manuel Pérez

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Es en esos momentos cuando los cristianos debemos recordar a María al pie de la cruz. Esa María que se hace madre de quienes nos sentimos huérfanos; esa María que resiste ante el dolor; esa María que acepta la adversidad para aprender de ella y afrontarla con esperanza.

Exégesis

La fortaleza de María.

Ni siquiera las humillaciones, vejaciones y torturas a las que fue sometido su hijo hicieron que María se doblara ante el sufrimiento. Resiste, erguida, padeciendo el dolor de Jesús en su interior. «Junto a la cruz estaban su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás y María la Magdalena».

María, esperanza de vida.

Cuando María acepta su cruz lo hace desde el convencimiento de que Jesús resucitará, de que el sufrimiento de su hijo y el de ella misma tornará en la alegría de la Resurrección. María se convierte así en símbolo de la esperanza de vida que vence a la muerte.

María, madre de la Iglesia.

El abandono, la desilusión y la desesperación reinaban en el ambiente. Jesús, el Mesías al que habían seguido dejándolo todo, agonizaba en la cruz. Los discípulos se sienten huérfanos y María suple esa orfandad cuando Jesús le dice al predilecto «Ahí tienes a tu madre».

Un sí sostenido en el tiempo.

El sí de María al ángel Gabriel no se quedó ahí, sino que llegó hasta la misma muerte de Jesús para revelar su verdadero papel en la Misión de Dios. María acepta el dolor y lo transforma en aliento a la espera de la Resurrección.

Esperanza para crecer en la adversidad

El dolor, la tristeza, el pesar y la adversidad son algunas de las caras de nuestra realidad. Hoy en día, la juventud debe hacer frente a un futuro nada halagüeño. Las oportunidades que nos ofrece la sociedad para poder emprender nuestro proyecto de vida son escasas.

Es en esos momentos cuando los cristianos debemos recordar a María al pie de la cruz. Esa María que se hace madre de quienes nos sentimos huérfanos; esa María que resiste ante el dolor; esa María que acepta la adversidad para aprender de ella y afrontarla con esperanza.

Porque la adversidad enseña. María no se limitó a sobreponerse de la muerte de Jesús, sino que aprovechó ese dolor para crecer en el amor de Dios con la plena esperanza de su Resurrección. La fe activa nuestra esperanza y nos da la energía para crecer en la adversidad. Porque siempre llega la calma, porque siempre sale el sol que alumbra un nuevo día.

Confiar en Dios es tener la misma esperanza que tuvo María, porque Ella aporta valor en las grandes adversidades y paciencia en las pequeñas. Lo demás, todo se andará.