Joseph Perich
A un grupo de alumnos de Primaria se les pidió que enumerasen lo que ellos pensaban que eran las «7 maravillas del Mundo».
Las siguientes fueron las que más votos recibieron:
- Las Pirámides de Egipto.
- El Taj Mahal.
- El Gran Cañón de Colorado.
- El Canal de Panamá.
- El edificio Empire State.
- La basílica de San Pedro.
- La Gran Muralla China
Mientras contaba los votos, la maestra notó que había una niña que no había terminado de escribir. Así que le preguntó si estaba teniendo problemas con su lista, a lo que la niña respondió:
-Sí, un poquito. No puedo terminar de decidirme… pues hay muchas.
La maestra entonces le dijo:
-Bueno, léenos lo que tienes hasta ahora y a lo mejor te podemos ayudar.
La niña lo pensó un instante, pero luego leyó:
–Las siete maravillas del mundo son:
- 1. PODER..
- PODER OÍR…
- PODER TOCAR…
- PODER SABOREAR…
- PODER ANDAR…
- PODER REÍR…
- … ¡Y PODER AMAR!
La clase se quedó tan silenciosa que si se hubiera caído un alfiler se habría escuchado.
Reflexión:
Después del verano, la vida parece volver a la normalidad. En la vuelta a las escuelas, a los lugares de trabajo, al reencuentro entre vecinos o amigos; y se intercambia información sobre dónde se ha ido de vacaciones. Suele ser una carrera para ver quién dice las mejores: países lejanos, lugares exóticos… Evidentemente, los que están en paro restan espectadores acomplejados en estas conversaciones. Aunque algunos no se dan por vencidos y, para no ser menos, pretenden mantener la imagen social hasta extremos ridículos. El pasado diciembre, una familia rica venida a menos, en plena calle y sin prisas, instalaba los esquís encima del coche para ir a comer unos bocadillos al lago de Bañolas y volver triunfalmente a casa. No creo que aumentara su autoestima. Más bien podríamos decir que ponía en evidencia el «mono» y la añoranza de un paraíso irreal, donde se vive abocado al exterior, de cara a la galería, sin consistencia interior.
«No el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente» sentenció sabiamente Ignacio de Loyola.
En los tiempos que corren, más que nunca, con un gesto de humildad debemos descalzarnos y empezar a bajar los escalones para llegar al fondo de nuestro pozo interior, único lugar para ablandar y enternecer la arcilla que somos y modelar una nueva figura humana, una nueva manera de ser y de hacer. Es más, el que quiere ser «aprendiz» de cristiano puede cantar a pleno pulmón, pase lo que pase: «Yo quiero ser, Señor, amado, como el barro en manos del alfarero. Toma mi vida y hazla de nuevo. Yo quiero ser un vaso nuevo».
Que yo sepa, hasta hoy los «recortes» no han podido con el «poder gustar de las cosas internamente» de San Ignacio. Como tampoco podrán «recortarnos» la capacidad de regalar una sonrisa o un gesto de ternura, ni la aptitud para dar la mano al que vive en la precariedad o, incluso, la capacidad de hacer frente colectivamente a todo lo que pise la dignidad de los más vulnerables. El listado sería interminable.
Un referente emblemático que aún brilla con fuerza en el firmamento de esta nuestra negra noche es sin duda Francisco de Asís. Poco antes de morir, a los 44 años, empobrecido voluntariamente y prácticamente ciego, «bordado» su reconocido Cántico de las Criaturas, en el que exhibe toda su auténtica «riqueza»: Alabado seas, Señor, especialmente por el hermano Sol, que hace el día y por él nos iluminan; y él es bello y radiante con gran resplandor: de vos, Altísimo, lleva significación. Alabado seas … por la hermana Luna y las estrellas … por el hermano viento y por el aire … por la hermana agua … por la hermana nuestra madre tierra … para todos los que sostienen enfermedad y tribulación … por nuestra hermana la muerte … Tenemos motivos para «indignarnos» y muchos más aún para dar gracias!