MANTENER LA MEMORIA VIVA. EL RECUERDO DE NUESTROS TESTIGOS DA VIDA – Chema Pérez-Soba

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Chema Pérez-Soba

chema.perez@cardenalcisneros.es

Una de las cuestiones que los sociólogos que investigan el hecho religioso actual más destacan es la ruptura de la memoria. Nuestros jóvenes (como nosotros) viven en el presente más actual. Ya no tienen tiempo para hacer memoria, no solo de lo que han vivido, sino del mundo del que vienen, de sus raíces (aunque sea para renegar de ellas). Solo tenemos tiempo para estar atentos a las constantes novedades que la sociedad del espectáculo nos propone.

Hervieu-Léger, una importante socióloga de la religión, lo expresaba diciendo que se han roto los «hilos de memoria» que nos dotaban de identidad. Y esta ruptura tiene consecuencias.

Es, sin duda, una de las causas de la indiferencia ante lo religioso. Muchas familias ya no transmiten la experiencia religiosa, que les es indiferente, lo que significa que nuestra pastoral se tiene que plantear, muchas veces, como un primer anuncio. Pero, además, erosiona uno de los pilares de nuestra fe: el cristianismo no es una experiencia individual, sino la toma de conciencia de que la humanidad hemos sido soñada por Dios como una fraternidad, como imagen de sí mismo, comunidad de amor. Como decía san Cipriano de Cartago, «unus christianus, nullus christianus», un cristiano solo no es cristiano.

Este presentismo individualista puede influir en que nuestros jóvenes pierdan, no pocas veces, el sentimiento, la certeza de saberse parte de un Pueblo en camino. No estamos «inventando» de cero la experiencia creyente, sino que somos herederos de una traditio, de un Pueblo en camino que conserva la memoria de Jesús, el Cristo. Esta experiencia es el fundamento de nuestro sabernos Iglesia y nos hace conscientes de nuestra responsabilidad para transmitir nosotros, a su vez, esta memoria a las generaciones futuras.

Por ello no es bueno olvidar nuestras historias. Es verdad que nuestra institución eclesial tiene historias muy, muy feas. Pero también es verdad que hay otros relatos de vida que no podemos arrojar sin más al desván: la vida entregada de nuestros mártires es una memoria subversiva que debemos mantener. Frente a nuestra tendencia a una vida religiosa burguesa y mortecina, su testimonio de amor nos conmueve, nos impulsa y nos esperanza.

Por eso, creo que es necesario seguir presentando a nuestros jóvenes las historias que algunos quieren olvidar y otros esperan que se diluyan sin más. Por ejemplo, las historias de:

  • Monseñor Hélder Cámara, impulsor del Pacto de las Catacumbas en el que unos cuarenta obispos, durante el desarrollo del Vaticano II, se comprometieron a vivir pobres con los pobres y que fue un confesor moderno de la fe, puesto que se buscó matarlo (leer más en X. Pikaza y otros, El Pacto de las catacumbas, Verbo Divino, 2015).
  • Monseñor Óscar Romero, asesinado por ser «voz de los sin voz» y clamar desde el púlpito de la catedral «en el nombre de Dios, en el nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada vez más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno, cese la represión» (leer más en Morozzo della Rocca, Monseñor Óscar Romero. Vida, pasión y muerte en El Salvador, Sígueme, 2010).
  • Las decenas de catequistas campesinos latinoamericanos, santos mártires, que fueron asesinados en los años de las «guerras de baja intensidad» cuya memoria la comunidad no puede perder (leer más en López Vigil y Sobrino, La matanza de los pobres, Ediciones HOAC,1993).
  • Julio, Miguel Ángel, Fernando y Servando, los cuatro hermanos maristas asesinados en Bugobe, Congo, durante la guerra de los grandes lagos, cuando pese al peligro, deciden quedarse en el campamento de refugiados porque «si no, cuando vuelvan los niños, pensarán que también nosotros les hemos abandonado» (leer más en https://champagnat.org/es/martires-de-bugobe-3/).
  • La comunidad trapense de Tibhirine, Argelia, que se mantiene creando comunidad en oración y trabajo junto a los campesinos musulmanes hasta que son secuestrados y asesinados por el odio (ver la película De dioses y hombres, Xavier Beauvois, 2010).
  • Los asesinados en zonas bajo el control del fundamentalismo islámico, los mártires bajo la Unión soviética, bajo el régimen comunista chino, los asesinados en la Guerra Civil española, nuestros hermanos armenios….

Andrea Riccardi, fundador de la comunidad de Sant’Egidio, escribía en 2019 un libro que titulaba El siglo de los mártires (Editorial Encuentro). No podemos perder todas estas historias, para quedarnos atados a la rueda del consumo… su testimonio, sus historias son una luz que, como siempre hemos hecho en la historia de nuestro Pueblo, debe ser conservada, admirada y recreada.

Quizá una parte importante de nuestra pastoral, la que nos anima a no perder la esperanza, es recordar sus nombres. Después de todo, qué es nuestro seguimiento de Cristo si no tejar redes de fraternidad, que abarcan las historias, las generaciones, las culturas, los idiomas, los géneros… que nos unen en una sola familia en torno a la misma mesa (Is 25). Por eso es bueno acordarnos de otro confesor, de otro gran cristiano que sobrevivió a múltiples intentos de asesinato, Pere Casaldáliga y decir, con sus palabras:

Al final del camino me dirán:

¿Has vivido? ¿Has amado?

Y yo, sin decir nada,

abriré el corazón lleno de nombres…