MANCHA DE LA MADRE – Joseph Perich

Joseph Perich

Una madre, de avanzada edad, tenía tres hijos. Un día la madre salió a la calle  con una mancha muy visible en el abrigo, sin que se diera cuenta de ello. Le salieron al paso sus tres hijos. El pequeño le dice:

Mamá, por favor, entra de nuevo a casa, procuraremos quitarte la mancha que llevas en el abrigo o buscar otro que te guste, no quiero que vayas con esta mancha, nos afrentas a todos. 

El hijo mayor, furioso, se encara a su hermano pequeño:

-¿Quién eres tú para decir esto a nuestra madre? Ella sabe muy bien lo que debe hacer. Si quiere ir así, déjala, que vaya como le dé la gana. Nadie tiene derecho a meterse con ella.

Entonces, el hijo pequeño  y el hijo mayor  dirigen su mirada hacia al hijo mediano. Éste responde:

-Yo no quiero decir nada, siempre he sido obediente a mi madre.

¿Cuál de los tres hermanos ama más a su madre? Sin duda que los tres, pero de manera diferente. Sopesándolo todo, ¿qué conviene decir a la madre en esta situación?                                           

 ( Fèlix Mussoll Segura )

Reflexión:

Más de un padre o madre cuando van a llevar, o a buscar a su hijo a la discoteca, o a una fiesta de amigos, procuran parar el coche un par de calles antes. Sobre todo para que los amigos no vean a los padres. El sentimiento de ridículo que siente el hijo no es de la «mancha del vestido» del padre o la madre, sino de que se debe mantener la imagen de haber roto con el cordón umbilical para disfrutar de plena independencia.

Algo parecido ocurre hoy con nuestra identidad cristiana. Socialmente «no se lleva» eso de ser de la Iglesia.

  • Hay que esconder a nuestra madre Iglesia un par de calles antes de nuestras amistades. Es demasiado anciana, rugosa, coja… hasta parece que tenga alzheimer, recuerda el pasado, lo repite, pero el presente se le escapa.
  • Otros la atacan y anuncian su muerte ya cercana. ¡Es cuestión de tiempo!
  • Otros la quieren rejuvenecer con técnicas artificiales o cremas antiarrugas.
  • Muchos corren a cerrar las ventanas, «no vaya a ser que la vieja nos constipe».
  • Otros afirman que aceptan a Jesús, su Esposo, pero no la vieja y caduca Iglesia. La vieja Iglesia lo sabe y le duele en el alma esta actitud, porque a la larga nadie podrá ir a Jesús sin ella, nadie la podrá separar de su Esposo.

El hermano pequeño del cuento, porque ama a su madre y quiere que sea atractiva, le hace el favor de decirle que lleva una mancha en el vestido, por más que le tenga que alterar los planes. Incluso muestra su disconformidad con sus hermanos mayores, cuando estos quieren ocultar a la madre que tiene un problema.

Toda aquella persona que, desde la estimación, pone de manifiesto a nuestros hermanos mayores de la Iglesia sus «manchas» está haciendo un servicio a la comunidad cristiana. Si estos hermanos mayores pretendieran acallar estas voces o buscarse una «escusa» para no tener que cambiar nada, serían unos malos hijos que comprometerían a todo el colectivo y a cada uno de nosotros.

Evidentemente este cuento también lo podemos releer en clave familiar, vecinal, parroquial, asociativo…

Como bien reza el dicho popular: «Quien sea fraile que tome candela»