MANADAS RPJ 561 Descarga aquí el artículo en PDF
M.ª Ángeles López Romero
Con estupor asistimos a las noticias cada vez más recurrentes de violaciones «en manada». Como si se tratara de un documental de La 2 de TVE sobre alimañas que salen a cazar y buscan la presa más fácil, buena parte de las víctimas de estas agresiones sexuales en grupo son menores de edad. La Fundación ANAR ha detectado cómo en la última década las peticiones de ayuda atendidas en sus líneas por este motivo han pasado de suponer un 2% del total a un significativo 10%.Y el fenómeno sigue en aumento. Con un dramático matiz: ahora, también hay cada vez más menores de edad entre los agresores.
Los expertos están identificando con claridad una de las posibles causas: el acceso prematuro y sin control a la pornografía a través de internet.
Desde el inicio de la comunicación humana y las primeras expresiones artísticas existen representaciones del sexo, muchas de ellas subversivas para los cánones culturales y sociales de cada época. Pero la pornografía actual es otra cosa: cuando se han derribado buena parte de las «restricciones» morales en las relaciones sexuales consentidas, la pornografía busca generar placer a través de la violación, la humillación, la agresión. Siempre con el cuerpo de la mujer como objeto de usar, degradar y tirar. Y con la mentira como envoltorio imprescindible: que la mujer disfruta con ello, que hay placer en el dolor y la vejación.
Y ese discurso, que tiempo atrás quedaba reducido a unos cuantos clientes de videoclubs y salas de cine X, hoy se extiende por la red de redes sin control ninguno y sirve de improvisada escuela afectivo sexual a nuestros jóvenes. Ni siquiera jóvenes: las estadísticas hablan de que algunos niños acceden a contenidos pornográficos a los 8 años, en busca de respuestas a sus preguntas que no les da nadie ni en la familia ni en la escuela.
El problema es muy muy grave. Porque nuestros niños y adolescentes, nuestros jóvenes están aprendiendo que esa y no otra es la manera adecuada de mantener relaciones sexuales. Están normalizando lo aberrante. Y los psicólogos ya advierten que cada más jóvenes tienen problemas para encontrar placer en relaciones que no conlleven violencia en algún grado, desde el más sutil al más extremo.
Familias y sistema educativo tenemos que hacérnoslo mirar, desde luego. Porque no tiene ningún sentido que en un tiempo en que el sexo ha dejado de ser tabú para impregnarlo casi todo, no nos atrevamos a hablar de ello con nuestros hijos e hijas. La información y la formación sexual no puede reducirse a advertir sobre las enfermedades venéreas y el peligro de embarazos no deseados, por un lado. Pero atenta también la Iglesia: porque, en el otro extremo, recomendar como única alternativa la castidad hasta pasados los 30 porque el sexo es visto como algo intrínsecamente malo si no se practica con el fin de procrear, es otro enorme error. Hay que hablar de sexo en el marco de relaciones afectivas sanas, respetuosas, felicitantes para ambas partes. Hay que hablar de ternura, de la belleza de lo real, de la alegría de sentirte conectado al ser que amas y deseas. De responsabilidad. Pero hay que hablar. Porque si callamos, el silencio es ocupado por la degradación y la violencia.
Y sí: es un drama que los menores de edad se estén educando sexualmente en la pornografía. Pero también tiene que hacérselo mirar la sociedad adulta que ve con buenos ojos o normaliza unos contenidos que siguen explotando y degradando a la mujer una y otra vez, aunque cada vez de forma más virulenta y agresiva. Sabiendo que son millones los usuarios de estas webs, pienso en todo el trabajo de acompañamiento que queda por hacer.