MACETA VACÍA (LA) – Joseph Perich

Joseph Perich

En un pueblo lejano, el rey convocó a todos los jóvenes a una audiencia privada para darles un mensaje importante:

-“Os voy a dar una semilla  diferente a cada uno de vosotros, al cabo de tres meses deberán traerme en una maceta la planta. La que sea  más grande y más bella ganará la mano de mi hija y de mi reino”.

Un joven plantó la semilla y no germinó, mientras los demás jóvenes no paraban de mostrar las hermosas flores que habían plantado.

A los seis meses los jóvenes presentaron flores preciosas al rey. Pero el único joven al que no le germinó la semilla, por la insistencia de su madre, se presentó igualmente al palacio, desfilando avergonzado con su maceta vacía y provocando la burla de los demás.

Entró el rey y se paseó admirando la belleza  de las plantas. Hizo llamar a su hija y señalando al joven de la maceta vacía le dijo:

-“Éste es el nuevo heredero del trono y se casará contigo, pues a todos se les dio una semilla infértil y todos intentaron engañarme sembrando otras plantas; pero este joven tuvo el valor de presentarse y mostrar su maceta  vacía, siendo sincero, leal y valiente, cualidades que un futuro rey debe tener y que mi hija merece”

REFLEXIÓN:

El deseo de quedar bien y de tener éxito social suele favorecer la hipocresía y la competitividad. Cuando se acerca el Adviento los comercios se afanan en recordarnos que vienen días en los que al menos una vez al año hay que quedar bien con aquellos con los que tenemos relaciones a diario. ¡Así ya habremos cumplido!

Ahora pienso en el padre que lanzó a la basura un dibujo de Jesús realizado por su hijo, haciendo que estallara en llanto. Este mismo padre para hacer ahora feliz a su hijo hará que los Reyes le traigan un montón de sofisticados juguetes, para no ser menos que sus compañeros y poder exhibirlos ante los vecinos ¡Lo mismo podríamos hacer cuando se trata de adultos con adultos, incluso hacia los pobres! Nos viene como un «ataque de generosidad» que dura poco. ¿Dónde está la coherencia? ¿Aceptamos que la felicidad no la podemos adquirir ni transmitir con dinero ni con regalos o sorpresas artificiosas?

Al joven del cuento le fue necesario tan sólo un golpecito en el hombro de su madre para perder la vergüenza y, aceptando su aparente fracaso, su pobreza, dar la cara con la cabeza bien alta. Este fue el camino de un futuro feliz. Cada uno puede ser este «ángel de la guarda» que dé un golpecito en el hombro de aquel que se siente despreciado, acorralado, herido… como un test infértil.

Que a dos voces podamos cantar en este próximo Adviento: «Bienaventurados serán y herederos de un cielo eterno. Bienaventurados serán cerca de Dios».