Luz del mundo – Enric Ferrer

Domingo 19 de marzo de 2023 | 4º domingo de Cuaresma

 

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Juan 9, 1-41: Él fue, se lavó, y volvió con vista

En aquel tiempo, Jesús vio al pasar a un ciego de nacimiento, y sus discípulos le preguntaron: “Maestro, ¿quién pecó para que éste naciera ciego, él o sus padres?”. Jesús respondió: “Ni él pecó, ni tampoco sus padres. Nació así para que en él se manifestaran las obras de Dios. Es necesario que yo haga las obras del que me envió, mientras es de día, porque luego llega la noche y ya nadie puede trabajar. Mientras esté en el mundo, yo soy la luz del mundo”.

Dicho esto, escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, se lo puso en los ojos al ciego y le dijo: “Ve a lavarte en la piscina de Siloé” (que significa ‘Enviado’). Él fue, se lavó y volvió con vista.

Entonces los vecinos y los que lo habían visto antes pidiendo limosna, preguntaban: “¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna?”. Unos decían: “Es el mismo”. Otros: “No es él, sino que se le parece”. Pero él decía: “Yo soy”. Y le preguntaban: “Entonces, ¿cómo se te abrieron los ojos?”. Él les respondió: “El hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo puso en los ojos y me dijo: ‘Ve a Siloé y lávate’. Entonces fui, me lavé y comencé a ver”. Le preguntaron: “¿En dónde está él?”. Les contestó: “No lo sé”.

Llevaron entonces ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día en que Jesús hizo lodo y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaron cómo había adquirido la vista. Él les contestó: “Me puso lodo en los ojos, me lavé y veo”. Algunos de los fariseos comentaban: “Ese hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado”. Otros replicaban: “¿Cómo puede un pecador hacer semejantes prodigios?”. Y había división entre ellos. Entonces volvieron a preguntarle al ciego: “Y tú, ¿qué piensas del que te abrió los ojos?”. Él les contestó: “Que es un profeta”.

Pero los judíos no creyeron que aquel hombre, que había sido ciego, hubiera recobrado la vista. Llamaron, pues, a sus padres y les preguntaron: “¿Es éste su hijo, del que ustedes dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?”. Sus padres contestaron: “Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Cómo es que ahora ve o quién le haya dado la vista, no lo sabemos. Pregúntenselo a él; ya tiene edad suficiente y responderá por sí mismo”. Los padres del que había sido ciego dijeron esto por miedo a los judíos, porque éstos ya habían convenido en expulsar de la sinagoga a quien reconociera a Jesús como el Mesías. Por eso sus padres dijeron: ‘Ya tiene edad; pregúntenle a él’.

Llamaron de nuevo al que había sido ciego y le dijeron: “Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es pecador”. Contestó él: “Si es pecador, yo no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo”. Le preguntaron otra vez: “¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?”. Les contestó: “Ya se lo dije a ustedes y no me han dado crédito. ¿Para qué quieren oírlo otra vez? ¿Acaso también ustedes quieren hacerse discípulos suyos?”. Entonces ellos lo llenaron de insultos y le dijeron: “Discípulo de ése lo serás tú. Nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios. Pero ése, no sabemos de dónde viene”.

Replicó aquel hombre: “Es curioso que ustedes no sepan de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero al que lo teme y hace su voluntad, a ése sí lo escucha. Jamás se había oído decir que alguien abriera los ojos a un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder”. Le replicaron: “Tú eres puro pecado desde que naciste, ¿cómo pretendes darnos lecciones?”. Y lo echaron fuera.

Supo Jesús que lo habían echado fuera, y cuando lo encontró, le dijo: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?”. Él contestó: “¿Y quién es, Señor, para que yo crea en él?”. Jesús le dijo: “Ya lo has visto; el que está hablando contigo, ése es”. Él dijo: “Creo, Señor”. Y postrándose, lo adoró.

Entonces le dijo Jesús: “Yo he venido a este mundo para que se definan los campos: para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos”. Al oír esto, algunos fariseos que estaban con él le preguntaron: “¿Entonces también nosotros estamos ciegos?”. Jesús les contestó: “Si estuvieran ciegos, no tendrían pecado; pero como dicen que ven, siguen en su pecado”.

Palabra del Señor.

 

Comentario al Evangelio

En el proceso de preparación de los catecúmenos para recibir el Bautismo en la Vigilia Pascual, hoy se les anuncia y entrega la Luz de Cristo como un paso decisivo en su camino de fe. Hoy se nos invita a todos los cristianos y cristianas a vivir este encuentro privilegiado con Jesús, Luz del mundo, para poder abrir los ojos de la fe y reconocer las maravillas del amor de Dios que se ha revelado en su Hijo por la fuerza del Espíritu.

La experiencia del hombre y de la mujer en el mundo actual, sin embargo, no es con demasiada frecuencia luminosa, sino obscura ante la sesgada información sobre el impacto del mal en nuestra sociedad. El evangelio de hoy también subraya la presencia del mal y del pecado, de tal manera que la ceguera es atribuida a algún pecado del invidente o al de sus ascendientes, mientras el mismo Jesús, por no cumplir la ley del sábado, es considerado pecador por parte de los fariseos. Más adelante, cuando el ciego curado se irá abriendo a Jesús, los fariseos lo calificarán de pecador y el mismo Cristo, ante la voluntaria ceguera de estos, les dirá que “vuestro pecado persiste” (9, 41). Estamos, pues, ante una omnipresencia del mal y del pecado. Una situación extrema que solo puede cambiar si Jesús se acerca a cada uno de nosotros, a toda la comunidad, para transformar la oscuridad en radiante luz.

En el camino de la fe, tras esta constatación de impotencia, de ceguera, por parte del ser humano, Jesús nos cura e invita a entrar en el agua purificadora que devolverá la vista. Es el momento de afrontar las preguntas de los demás, muchas veces revestidas de juicio y descalificación. Se llega así a ser probado en la incipiente fe que va abriendo paso a un nuevo sentido de la vida, con la angustia de ser excluido de la sociedad, regida por sus normas y tradiciones consideradas sagradas. El evangelio, con profundo dramatismo, nos recuerda que el ciego curado fue expulsado de la sinagoga, es decir, del pueblo mesiánico (9, 34). En el momento de la prueba, aparece Cristo y, en un diálogo personal, le va ayudando a llegar a una confesión de fe, tras haber visto en Jesús a un hombre que cura de forma maravillosa, a un profeta que viene de Dios y, finalmente, al Hijo del Hombre, al Salvador del mundo. Jesús, por su acción y su palabra, suscita la confesión de fe y la adoración (9, 38).

Hoy, como educadores y evangelizadores, podemos acoger este itinerario de fe como una magnífica oportunidad para acercarnos, en primer lugar, a escuchar, comprender y acoger la situación personal, familiar y social de nuestros alumnos, para, a continuación, anunciarles que Jesús puede y quiere transformar nuestras oscuridades y sufrimientos con la luz de la Buena Noticia de su Palabra, que nos guiará en nuestro camino de fe hasta llegar a experimentar, con los hermanos y hermanas, la alegría de su Reino, que ya ha comenzado y no tendrá fin.

P. Enric Ferrer Sch. P.