Hablar de empleo en nuestro país es sinónimo de paro, de hecho, cualquiera podría decir el número de desempleados que hay en España pero muchos menos acertarían la cifra de los trabajadores… El paro es uno de los grandes problemas de nuestra sociedad y, en concreto, de las preocupaciones de los jóvenes. Tratar el tema del empleo juvenil (trabajos realizados por jóvenes) en la RPJ no es un tema tangencial, pues una evangelización que no toca y se ‘embarra’ en lo que preocupa a las personas es una propuesta desencarnada e inútil. El principio de encarnación sigue siendo la ley de toda evangelización.
A continuación reproducimos un texto de José Luis Palacios que pone un marco suficiente al tema del empleo juvenil y la mirada que tiene sobre este asunto la misma Iglesia. Acoger sus denuncias, asimilar sus propuestas y valorar sus acentos nos ayudará a enriquecer nuestra pastoral con un colectivo que requiere una atención y acompañamiento especial, el de los que acceden al mundo laboral.
por José Luis Palacios, Redactor Jefe de “Noticias Obreras”
*Este artículo está basado en otro de igual título publicado en Noticias Obreras 1537
1. La realidad laboral de los jóvenes
1.1 Amenaza para la estabilidad mundial
La propia OIT lo dice así: «Cada día que pasa los jóvenes del mundo entero se enfrentan a una dificultad real y cada vez mayor, para encontrar un trabajo decente. El desempleo juvenil se ha convertido en una amenaza para la estabilidad social, económica y política de los países». El desencanto juvenil es mucho más que la consecuencia de las fallidas políticas y decisiones económicas: «no solo podría tener como consecuencia una conculcación del principio de igualdad y solidaridad entre las generaciones, que es un aspecto importante de la justicia social, sino que la prolongación o la agravación de la crisis también ocasionarán un aumento de las probabilidades de malestar político y social a medida que un número cada vez mayor de jóvenes deje de tener confianza en el paradigma económico actual».
Precisamente, la población juvenil del mundo más numerosa de la historia se topa con un desempleo masivo, una precariedad laboral y unas desigualdades sociales sin parangón. El problema, con ser grave, va más allá de los posibles desórdenes sociales –que como vemos nos visitan cada poco tiempo–. Lo que está en juego es el modelo de sociedad y la propia concepción del ser humano. Los jóvenes se han convertido en principales sujetos de un peligroso experimento social, en el que los mercados dictan a su antojo la organización política y social. El individualismo y el afán de lucro son los principios rectores de la convivencia. Imbuidos por las desmedidas aspiraciones de bienestar material y estatus social que la potente industria de la conciencia intenta inocular en ellos han de afrontar su particular travesía sin las redes de protección familiar e institucional, que en el pasado les servían de refugio y garantizaban la necesaria continuidad que requieren todos los procesos de maduración y emancipación.
1.2 Jóvenes en España
Una de las etiquetas preferidas para hablar de los jóvenes de hoy es la de “generación perdida”. Resulta una etiqueta con connotaciones literarias, más amable que llamarles “ni-ni”, más contundente que utilizar la “Y”. Aunque en realidad, más que encuadrar las personas jóvenes, califica a la sociedad que parece haberles abandonado.
Fue en lo más crudo de la crisis cuando un alto funcionario de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) acuñó el término. En mayo de 2012, José Salazar Xirinachs, director del sector de empleo declaró: “Estamos ante una crisis que puede llevar a una generación perdida o muy seriamente marcada”.
Por aquel entonces, el desempleo juvenil en el mundo había llegado a su techo, con 76,6 millones de personas menores de 25 años de edad sin trabajo remunerado. Los últimos datos, referidos a 2014, apuntan a una cierta disminución del paro juvenil hasta dejarlo en 73,3 millones. Una mejora realmente mínima, puesto que se calcula que hay 169 millones de trabajadores jóvenes que son pobres –si se incluye a los que viven cerca del umbral de la pobreza con cuatro dólares al día, la cifra aumenta hasta los 286 millones-.
En nuestro país la situación laboral de la población juvenil no es mucho mejor. Nuestra tasa de desempleo juvenil es la más alta de los seis países mediterráneos con peores resultados de toda la Unión Europea (Croacia, Chipre, España, Grecia, Italia y Portugal). El 53,2 por ciento de paro juvenil registrado en 2014 y recogido en el último informe de la OIT “Tendencias Mundiales del Empleo Juvenil 2015”, permitía a una portavoz de la agencia de Naciones Unidas para el mundo del trabajo, declarar que “el desempleo juvenil en España sigue siendo altísimo, pero ha bajado. Las perspectivas parecen mejores. No pueden ir a peor”.
No se equivocaba la Encuesta de Población Activa (EPA) del tercer trimestre de 2015 que arrojó una tasa de paro para las personas de entre 16 y 24 años, del 46,6 por ciento y del 39,7 por ciento para los menores de 30 años. Esa variación porcentual, sin embargo, se ha conseguido a cambio de empeorar las condiciones de trabajo. Al menos, es lo que se desprende al analizar la contratación con los datos de la Seguridad Social. En diciembre del año pasado, solo el 5 por ciento de los menores de 20 años afiliados al sistema, estaba empleado con un contrato indefinido a tiempo completo, el 13 por ciento de los que tenían entre 20 y 24 años y el 34 por ciento de los comprendidos entre los 25 y los 30 años de edad.
Las malas perspectivas laborales sin duda han influido en el gran éxodo de los jóvenes y en la práctica imposibilidad de emanciparse. Desde el inicio de la crisis, han salido de España 200.000 jóvenes en busca de lo que su país les niega, mientras que el 80% de los jóvenes sigue viviendo en casa de sus padres.
Definitivamente, nos encontramos en lo que el economista estadounidense Paul Krugman llama “La era de las expectativas menguantes”. Los hijos van a vivir, en términos materiales, peor que sus padres. La socióloga Belén Barreiro, en un estudio de la consultora MyWord, ha revelado que el 60 por ciento de los ciudadanos españoles piensa que los jóvenes tienen un futuro más sombrío que el de generaciones anteriores y que un 30 por ciento opina que la diferencia entre generaciones es mayor que entre clases sociales.
El consuelo puede encontrarse en que por el momento parece que vivirán mejor que sus abuelos. Pero tan importantes son las condiciones como las aspiraciones vitales a la hora de encontrar el necesario horizonte de sentido que todos los seres humanos se afanan por encontrar para sentirse realizados. Nuestros jóvenes han sido socializados en la sociedad de consumo que despegó en la época de las vacas gordas. La escala de valores dominante era muy diferente a la época de carestía. El choque entre los anhelos y la realidad puede llegar a ser realmente duro.
En el prefacio a su última novela, “Los besos en el pan”, Almudena Grandes certifica ese cambio cultural: “En España, hasta treinta años, los hijos heredaban la pobreza, pero también la dignidad de sus padres, una manera de ser pobres sin sentirse humillados, sin dejar de ser dignos ni de luchar por el futuro. Vivían en un país donde la pobreza no era un motivo para avergonzarse, mucho menos para darse por vencido”.
De modo que los jóvenes se han convertido en principales sujetos de un peligroso experimento social. La sociedad a la que se incorporan está profundamente determinada por una precariedad y una desigualdad sin parangón en la historia. Son navegantes que zarpan sin el apoyo institucional y comunitario del que han gozado sus antepasados para navegar por el océano de la rentabilidad económica y la competencia sin límites.
Antonio Santos Ortega y Paz Martín Martín, autores de «La Juventud española en tiempos de crisis», señalaban las dificultades de las familias de clase media para dar a sus hijos las mismas condiciones de vida que ellos tuvieron: “Cada vez es más difícil para estas familias de clases medias garantizar las estrategias sucesorias de los hijos, pues las posiciones laborales que consiguieron estaban muy ligadas al buen momento económico de su despegue –la década de los sesenta y los setenta–. Los cambios socioeconómicos posteriores han hecho imposible transmitir a los hijos dicha mejora. Hoy estas familias no pueden enclasar a su hijos con su mismo nivel de arraigo y seguridad. Son los propios jóvenes los que tienen que forjarse un futuro propio con una influencia familiar más débil”.
Estas circunstancias empiezan a tener ya consecuencias en nuestra sociedad, como señalan los profesores universitarios Jesús Sanz y Oscar Mateos en “¿No es país para jóvenes?”: “La ruptura generacional en España entre estos jóvenes y sus mayores es un hecho constatado, por las condiciones materiales de vida, las expectativas vitales de una generación de jóvenes muy cualificados que se ven sin ningún tipo de futuro (tanto en términos laborales como de prestaciones sociales futuras) y por la deslegitimación que se ha producido del relato político construido desde la Transición”.
Hay expertos que conectan directamente el fenómeno 15-M y el surgimiento de Podemos como partido político con el malestar social que pesa sobre la juventud española. La propia Belén Barreiro, citada más arriba, habla de unos jóvenes que “no se resignan frente a esta vulnerabilidad. Han sabido organizar su vida de otra forma. Eso justifica, por ejemplo, el auge de la economía colaborativa”. En la misma línea se manifiestan Sanz y Mateos, al señalar la creatividad de esta generación inmersa en el mundo digital: “Los jóvenes están jugando un papel protagonista en la extensión de este tipo de iniciativas de innovación social. Más aún cuando son ellos los sujetos más familiarizados con las nuevas tecnologías y cuando son el sector de población que más se ha socializado en internet con estas prácticas de actuación”.
De modo que en medio de la incertidumbre, también aparecen nuevas promesas que encandilan a parte de esta juventud precaria. “Estamos asistiendo a un auténtico cambio de época marcado por profundas transformaciones políticas, socioculturales y económicas. Un cambio en el que los jóvenes están teniendo un papel protagonista por estar sufriendo con mayor profundidad estas situaciones pero, también, por ser ellos quienes están encabezando las protestas y las movilizaciones, y por estar poniendo en marcha iniciativas que nos muestran otra forma de hacer las cosas”, concluyen Sanz y Mateos.
Las alternativas, claramente incapaces de acabar del todo con lo viejo que no termina de irse y lejos aún de confirmarse como soluciones al menos tan duraderas como han sido las pasadas, puede que tarden en llegar, para desgracia de todos, jóvenes y mayores. El trabajo, sin duda alguna, seguirá marcando las trayectorias vitales de los jóvenes, sus posibilidades de inserción en la sociedad y determinando el alcance real de sus sueños. De ahí, que la preocupación por el empleo de los jóvenes sea una constante, por ejemplo, para el papa Francisco.
Recientemente, durante la audiencia con el “Movimento Cristiano Lavoratori”, se preguntó: “¿Qué hace un joven que no trabaja?”, para responderse a sí mismo que cae, “en las dependencias, en las enfermedades psicológicas, en los suicidios, y no siempre se publican las estadísticas de los suicidios juveniles. Este es el drama de los nuevos excluidos de nuestro tiempo, que son privados de su dignidad”.
En su discurso, una vez más, insistió en que “la justicia humana exige el acceso al trabajo para todos” y abogó por “un nuevo ‘humanismo del trabajo’, porque vivimos en un tiempo en el que se explota a los trabajadores, y en el que el trabajo no está al servicio de la persona”.
De hecho, citó tres palabras con las que promover entre los jóvenes la realidad del trabajo humano: “educar” para ayudar a “descubrir la belleza del trabajo verdaderamente humano”; “compartir” para vivir el desempeño laboral junto a los compañeros “como don y como una responsabilidad”; y “testimonio”, puesto que “también la misericordia divina nos interpela: frente a las personas en dificultades y a situaciones fatigosas (estoy pensando en los jóvenes para los que casarse o tener hijos es un problema, porque no tienen un empleo suficientemente estable o la casa) no sirve hacer prédicas; hay que transmitir esperanza, confortar con la presencia, sostener con la ayuda concreta”.
2. Una mirada cristiana sobre la juventud actual
2.1 El Obrero de Nazaret
Jesucristo asumió la condición de hombre sin reservas. «Hijo del carpintero» (Mt 13, 55); «hijo de María» (Mc 6, 3), no dejó dudas en su opción por los abandonados y víctimas de aquel sistema –«Dadles vosotros de comer» (Mt 14, 16); «Tuve hambre y me disteis de comer…» (Mt 25, 35)–, y nos ofrece un modo de sanar nuestra mirada para convertir nuestro corazón –«sácate primero la viga de tu ojo…» (Mt 7, 5)–. De modo que «tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres…» (Filipenses 2, 5-8).
Los jornaleros de la undécima hora (Mateo 20, 1-16), recompensados igual que los que llevaban todo el día trabajando, nos hablan del derecho al trabajo y una remuneración justa: «Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Pues toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti». También del deber de contribuir a la sociedad mediante el trabajo: «¿Cómo es que estás aquí todo el día entero sin trabajar?» Al responderle que nadie les había contratado, les dice «Id también vosotros a mi viña». También Pablo valora la importancia del trabajo: «No vivimos entre vosotros sin trabajar, no comimos de balde el pan de nadie, sino que con cansancio y fatiga, día y noche, trabajamos a fin de no ser una carga para ninguno de vosotros. No porque no tuviéramos derecho, sino para daros en nosotros un modelo que imitar» (2 Tes 3, 7-10).
Sin embargo, Jesus no absolutizó el trabajo, como tampoco la riqueza («No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra», Mat 6, 19). Le afeó a Marta la conducta al criticar a María por haberla abandonado en sus «quehaceres» para ir a escuchar al Maestro (Lc 10, 38-42): «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por muchas cosas; solo una es necesaria; María pues ha elegido la parte mejor, y no le será quitada». También sabemos que algunos de los que se perdieron el banquete, lo hicieron porque estaban demasiado ocupados y afanados en asuntos muy mercantilistas: «uno se marchó a sus tierras; otro a sus negocios…» (Mt 22, 5). Lo decisivo es poder contribuir con nuestra vida a mejorar el mundo en que vivimos con solidaridad y justicia, relativizando la búsqueda del bienestar material: «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura».
2.2 Pronunciamientos de la Iglesia
No sería justo afirmar, sin más, que no existe una preocupación sincera por la situación de la juventud, entre responsables eclesiales y colectivos cristianos, comenzando por Benedicto XVI, quien en el vuelo que le traía a Madrid para celebrar la JMJ ya dijo que «si los jóvenes de hoy no encuentran perspectivas en su vida también nuestro hoy está equivocado». Su discurso para la última jornada mundial de la Paz, del 1 de enero de 2012, no solo llevaba por título «Educar a los jóvenes en la Justicia y la Paz», sino que además detallaba que «las preocupaciones manifestadas en estos últimos tiempos por muchos jóvenes en diversas regiones del mundo expresan el deseo de mirar con fundada esperanza el futuro. En la actualidad, muchos son los aspectos que les preocupan: el deseo de recibir una formación que los prepare con más profundidad a afrontar la realidad, la dificultad de formar una familia y encontrar un puesto estable de trabajo, la capacidad efectiva de contribuir al mundo de la política, de la cultura y de la economía, para edificar una sociedad con un rostro más humano y solidario».
Sin duda, el papa Francisco ha asumido como central el tema del trabajo digno y del desempleo juvenil. Son varias y reiteradas las ocasiones en que se ha referido a esta lacra del desempleo entre la juventud, criticando este «sistema económico inhumano» que causa un paro juvenil «del 50 % en España».
En nuestro país, el obispo responsable de la Pastoral Obrera, Antonio Algora, publicó en la revista «Misión Joven», un extenso artículo sobre la Iglesia ante el desempleo juvenil. En él se puede leer que los cristianos no podemos desentendernos de esta realidad (el desempleo juvenil). No es simplemente un campo asistencial, como muchas veces creemos, sino uno de los ámbitos prioritarios de la evangelización, por lo que insiste en que la Pastoral Obrera resulta –por su especializada respuesta a estas necesidades– una necesidad de evangelización hoy, y no reconocerlo así nos hace malos administradores de la Buena Noticia que hemos de ofrecer a tiempo y a destiempo. Ya decía «Gaudium et Spes» en su número 63, como recuerda «Caritas in Veritate», que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad: «Pues el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social».
La Doctrina Social de la Iglesia viene insistiendo en la sacralidad de la dignidad humana y concibe el trabajo como el mejor medio de inserción y de integración en la sociedad, por lo que «carecer de empleo supone un ataque directo a esa dignidad, porque priva de la posibilidad de constituirnos y reconocernos como miembros de la sociedad humana», nos dice Algora. La JOC (Juventud Obrera Católica), precisamente entre 2007 y 2009, centró su campaña en la precariedad juvenil. En su comunicado final apelaba a no aceptar como inevitable la degradación de las condiciones de trabajo: «Queremos hacer un llamamiento, dirigido especialmente a las personas jóvenes, para que no asumamos ni afrontemos con normalidad estas situaciones y aunemos esfuerzos colectivos para rebelarnos ante esta precariedad laboral».
2.3 La dignidad de los jóvenes obreros
El fundador de la JOC, Joseph Cardijn, no se cansaba de repetir que «un joven trabajador vale más que todo el oro del mundo, porque no es un esclavo, ni una máquina, ni un animal de carga, sino un hijo de Dios». Incansable defensor de la dignidad humana, especialmente de los jóvenes, les decía: «Vosotros, humildes trabajadores, tenéis una eminente dignidad: sois hijos de Dios, estáis llamados a perfeccionaros. Debéis creer en esta dignidad, transformar vuestra vida y vuestro ambiente para conseguir que toda la juventud viva de esta dignidad. Debéis ser revolucionarios para traer más justicia social y más caridad a este mundo. Pero comenzad la revolución en vosotros mismos y, ¡a ello!»
Tenía muy claro que los cristianos no podían desentenderse del obrero: «Cada uno de estos trabajadores se pregunta: ¿qué soy yo?, ¿soy una máquina?, ¿soy un animal de carga?, ¿qué es lo que soy? Y sean blancos o negros, todos los trabajadores del mundo adquieren conciencia de este problema y terminan por preguntarse: ¿qué es mi trabajo?, ¿es una vergüenza el trabajar?, ¿es un castigo el tener que trabajar?, ¿soy un castigado de la tierra, un forzado del hambre? Y, ¿qué es mi salario?, ¿se puede pagar cualquier salario?, ¿es sencillamente un favor, un regalo que me hacen, o algo a lo que yo tengo derecho? (…) Estos trabajadores tienen el derecho y el deber de pedir a la Iglesia: «Tú, Iglesia Católica, ¿qué piensas del problema obrero?, ¿qué piensas del salario del obrero?, ¿qué piensas de la familia del obrero?, ¿qué piensas de la dignidad del obrero?»
Como recoge José Amador, ex militante jocista y militante de la HOAC, en «La dignidad de los jóvenes de la clase obrera», el cura belga tenía muy claro que no se puede servir a Dios y abandonar a los trabajadores a su suerte: «Si no respetáis la imagen de Dios en el más pobre de los trabajadores, no sabréis respetar al mismo Dios. Porque lo que encontráis todos los días en vuestras parroquias, en las calles, en los centros de trabajo, el más pobre de los trabajadores, la más pobre de las trabajadoras, es la imagen de Dios».
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RPJ 511 diciembre 2015 – En el laberinto de la precariedad – José Luis Palacios
3. La acción con los jóvenes
A los jóvenes, quizás más que a ningún otro grupo social, les aburren las palabras. No es algo nuevo. El mismo Cardijn decía: «no se forman militantes obreros por medio de lecciones o simplemente por sermones; no se forman por medio de cursos o de conferencias (…). Es preciso partir de su actividad, de su vida, de su ambiente…»
3.1 Principio de Realidad
Infinidad de planes y programas han fracasado, no tanto por una deficiencia en su diseño o escasez de recursos –que también–, como por un error de origen que resulta fatal: el desconocimiento de las realidades que hoy configuran a los jóvenes. Incluso cuando el diagnóstico parte de una aproximación rigurosa al mundo juvenil, lo cargamos de juicios de valor que lo hacen inoperantes.
3.2 Autocrítica de los adultos
Pedro José Gómez Serrano destaca que «muchos niños de nuestro país han crecido convencidos de que podían tener todo lo que deseaban, de modo inmediato y sin apenas esfuerzo», lo que le lleva a hablar de «la nefasta combinación de dos fenómenos: la generalización de unas expectativas desmesuradas en el terreno del bienestar material y la relativa abdicación de la cultura del esfuerzo». Otro rasgo que merece revisión, a su juicio, es el hecho de que «en los últimos años hemos intentado promover en los niños y adolescentes mucho más los valores finalistas, es decir aquellos que de conseguirlos enriquecerían la vida (…) que aquellos otros que pueden hacerlos posibles». Igualmente perniciosos resultan «los propósitos centrados en la competencia con los demás», expresada en la obsesión por las calificaciones, más que nada porque «poner nuestras expectativas y reconocimiento fuera de nosotros, coloca nuestra autoestima en situación muy vulnerable».
3.3 Constructores del Reino
Desde la acogida y el apoyo incondicional que hoy todo joven requiere, los colectivos y comunidades cristianos deben reforzar su empeño en, como dice José Amador, «la denuncia profética y el anuncio del Evangelio. Es decir, poniendo de manifiesto toda situación de injusticia e indignidad humana que nos rodee al mismo tiempo que proponiendo y compartiendo experiencias liberadoras que muestren ya, aquí y ahora, que el Reino de Dios se va haciendo realidad; que existe una alternativa a esas situaciones que denunciamos; que otro mundo es posible».
En la realización de alternativas humanizadoras y liberadoras, en el desarrollo de iniciativas donde la dignidad humana sea su principio y fin, nos jugamos mucho los cristianos. «Mirad cómo se aman» ha sido ya desde los primeros tiempos del cristianismo el verdadero termómetro del vigor cristiano. Los jóvenes necesitan respuestas a la altura de los actuales desafíos, capaces de superar la crisis de valores, pero también de sostenibilidad, que hoy padecemos. Cáritas y otras entidades de atención social fundamentalmente en el terreno de la orientación laboral y la mejora de la empleabilidad de los jóvenes, están realizando una meritoria y valiosa labor. Sin embargo, se antoja imprescindible ir más allá: las comunidades cristianas deben ofrecer acompañamiento a los jóvenes parados, tanto material –en la medida de lo posible–, como espiritual. Además parece oportuno ceder a los jóvenes espacios, confiarles responsabilidades, respaldar sus iniciativas, facilitarles que puedan organizarse…
Como bien dice, José Amador, «hoy día es crucial que seamos capaces de proponer y compartir sin cesar alternativas con los demás jóvenes. Para ello debemos vencer la barrera cultural que supone el continuo bombardeo de contravalores del sistema, ofreciendo signos evidentes de que esta opción es, ni más ni menos, con sus renuncias y dificultades, un camino de felicidad: habrá que demoler las barreras, crear nuevas maneras y alzar otra verdad. Y eso no por teorías o teologías (o al menos no solo), sino porque simplemente lo hemos vivido: lo hemos «visto y oído» (1 Jn 1, 1) y tenemos necesidad de compartirlo».
4. Claves políticas para superar la crisis desde los jóvenes
Puesto que «la comunidad política nace, pues, para buscar el bien común, en el que encuentra su justificación plena y su sentido y del que derivan su legitimidad primigenia y propia», («Gaudium et Spes», 74), el campo está abonado también para la aportación cristiana al desarrollo social. Desde esta perspectiva recogemos las propuestas contenidas en el Gesto Diocesano de Zaragoza, centrado el pasado año en los jóvenes.
a) Compromiso decidido de lucha contra la crisis, combatiendo sus raíces y sus consecuencias desde una perspectiva solidaria frente a la mercantilización actual, asegurando a los jóvenes, y a todas las personas, condiciones para una vida digna. («La crisis se convierte en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo» (Benedicto XVI, Caritas in Veritate, 21).
b) Una economía al servicio de la persona, que la sitúe en el centro de la economía e incorpore nuevos indicadores que vayan más allá del PIB y tengan en cuenta elementos como el trabajo, la vivienda, la salud y la educación. «La economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona». (Benedicto XVI, «Caritas in Veritate», 45).
c) Una política al servicio del bien común. «La solidaridad debe captarse, ante todo, en su valor de principio social ordenador de las instituciones, según el cual las «estructuras de pecado», que dominan las relaciones entre las personas y los pueblos, deben ser superadas y transformadas en estructuras de solidaridad». (CDSI, 193).
d) Frente a la precariedad laboral y el desempleo masivo, un trabajo decente. «Es urgente, pues, que surjan por doquier medidas eficaces, planteamientos serios y atinados, así como una voluntad inquebrantable y franca que lleve a encontrar caminos para que todos tengan acceso a un trabajo digno, estable y bien remunerado». (Benedicto XVI, Mensaje al II Congreso Nacional de la Familia. Ecuador 9-12 noviembre 2011).
e) Derecho a techo. Materializar el derecho constitucional que reconoce el acceso a la vivienda digna, y protegerlo con medidas sociales de apoyo a los jóvenes y a las familias y, en su caso, con medidas como la dación en pago. Los actuales problemas con la vivienda han de ser vistos «como un escándalo, y una prueba más de la injusta distribución de los bienes que originariamente están destinados a todos». («Gaudium et Spes», 69).
f) Una educación orientada a la formación de personas responsables, libres y críticas. «La Educación consiste en ser el hombre cada vez más hombre; en que él pueda ser más y no solamente que pueda tener más; y en consecuencia a través de todo lo que tiene, todo lo que posee, sepa él cada vez más plenamente ser hombre». (Juan Pablo II. Discurso a la UNESCO, noviembre de 1982).
g) Medidas orientadas a superar la dinámica mercantilizadora del ocio y el tiempo libre que incita a los jóvenes al consumo y los instrumentaliza en meros clientes, para conseguir que sean un tiempo de transmisión de valores y construcción de ciudadanía. «… Disfruten todos de un tiempo de reposo y descanso suficiente que les permita cultivar la vida familiar, cultural, social y religiosa». («Gaudium et spes», 67).
h) Derechos sociales básicos y servicios públicos. «Las necesidades de los pobres deben tener preferencia sobre los deseos de los ricos; los derechos de los trabajadores, sobre el incremento de los beneficios». (Juan Pablo II, Toronto, 14 de septiembre de 1984).
i) Regeneración de la vida y la práctica política, mediante el impulso de la democracia participativa y el combate a la corrupción.
j) Otra cultura y otros valores para una forma de vivir más humanizadora. «Es propio de la persona humana no poder acceder a la verdadera y plena humanidad más que a través de la cultura, es decir, cultivando los bienes y valores de la naturaleza. Por consiguiente, siempre que se trata de la vida humana, naturaleza y cultura están en la más íntima conexión». («Gaudium et spes», 53).
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