Joseph Perich
Tres hijos dejaron su hogar, se independizaron y prosperaron.
Cuando se juntaron nuevamente, hablaron de los regalos que habían podido hacerle a su madre.
El primero dijo:
–Yo construí una casa enorme para nuestra madre.
El segundo dijo:
-Yo le mandé un Mercedes con un chofer.
El tercero dijo:
–Os gané a los dos: sabéis cuánto disfruta mamá de leer la Biblia, y sabéis que no puede ver muy bien. Le mandé un gran loro que puede recitar la Biblia en su totalidad. Me gasté un millón de dólares para que unos profesores, durante siete años, se la enseñaran. Mamá sólo tiene que nombrar el Libro y el Capítulo y el loro lo recita.
Al poco tiempo, la madre envió sus cartas de agradecimiento.
Escribió a su primer hijo:- «Isaac, la casa que construiste es tan grande! Yo vivo en un solo cuarto, pero ahora tengo que limpiar toda la casa».
Escribió a su segundo hijo:
–Moisés, estoy demasiado vieja como para viajar. Me quedo en casa todo el tiempo, así es que nunca uso el Mercedes».
Escribió a su tercer hijo:
-«Mi queridísimo Abraham, fuiste el único hijo que tuvo el sentido común de saber lo que le gusta a tu madre. “¡El pollo estaba delicioso!»
REFLEXIÓN:
Estos tres hijos pretenden competitivamente subir al «podium» y lograr «medalla de oro» en el hacer feliz a su madre. ¡Qué desencanto! ¡Cuántos regalos, y quizás valiosos, nos han hecho o hemos hecho, y se guardan en el cajón del olvido! Bien mirado a menudo descubrimos que cuando queremos obsequiar, tenemos más en cuenta lo que nos gusta a nosotros que lo que podría hacer feliz al agraciado y por tanto ponemos en evidencia nuestra escala de valores (o nuestra falta de valores). Y es que amar no es dar sino compartir, hacer compañía, escuchar, sonreír, sentirte valorado… e incluso, en la crisis económica actual, nos saldrá más económico.
Lo mismo podríamos decir cuando se trata de luchar por la «medalla de oro» para nosotros mismos. Un atleta español que acaba de subir al podio en Pekín, muerde, en el delirio ganador, la medalla de oro que ni se puede romper ni ser comida. ¡Qué peligro de engañarse y morirse de éxito ya! Se trata de alimentar mi «yo» hasta enloquecer compitiendo y superando el «tú» ¿Se trata de ser famoso o ser feliz? La espiga más alta no es siempre la más granada. Sólo en una red de relaciones humanas solidarias y gratuitas conseguiremos satisfacer la sed de nuestro corazón.
Estoy seguro de que si se hicieran unas olimpiadas en el reino animal, mínimamente adiestrados, en muchas especialidades superarían a los humanos: natación, saltos, velocidad, gimnasia… Sin pretender desmerecer las competiciones olímpicas, podemos decir que ¿son las mejores credenciales de la evolución humana? Si las pasáramos por el escáner crítico veríamos un turbio trasfondo donde los atletas son los peones de intereses comerciales y políticos. Para muchos gobiernos un evento así es lluvia del cielo que, al menos por unas semanas, distrae a los ciudadanos de quebraderos de cabeza más importantes que no se quieren afrontar.
Con el calor de verano los sueños suben de tono. Esta noche pasada fantasiosamente soñaba con unas «Olimpiadas Solidarias» donde veía medallistas de ediciones anteriores como Luther King, Gandhi, Juan XXIII, Abbé Pierre, Teresa de Calcuta…. y actuales como Vicente Ferrer, Pedro Calsaldàliga, Sor Genoveva… También desfilaban equipos olímpicos internacionales como las Entidades y ONGs: Intermón, Cáritas, Oxfam, Amnistía Internacional, Acat, Greenpeace… También equipos locales como: Aspronis, Cáritas Interparroquial de Blanes, Asociación de Mujeres de Blanes, Asociación de Parados Mayores de 40 años, Asociación del Voluntariado de Blanes, Blanes Solidario, Asociación contra el Cáncer, Mifas … etc.
Si se hacen los Juegos Paralímpicos (discapacitados físicos) ¿por qué no unas Olimpiadas Solidarias? ¿Por qué se nos quiere educar a ser ganadores cuando sólo unos pocos lo podrán ser y la gran multitud seremos perdedores? Necesitamos maestros que nos enseñen a encajar las derrotas positivamente, a enfangarse a favor de personas y «causas perdidas», hasta salir mal parado si es necesario, pero con la cabeza bien alta y la paz en el corazón.
El maestro Jesús viendo a Marta como se preocupaba y agobiaba por ser obsequiosa le dijo enigmáticamente: «Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa por muchas cosas, cuando sólo hay una necesaria» (Lc 10,41)
¿Cuáles son nuestras preocupaciones? ¿Cuál es nuestra «única y necesaria»?