Joseph Perich
Érase un lobo feroz que a su paso diezmaba el ganado de los pastores. Todo el mundo huía despavorido. Tan solo un valiente joven supo y pudo plantar cara a la bestia. Éste observó que el lobo siempre mantenía un palmo de boca abierto. Se puso al acecho. Vio al lobo acercarse. Se arremangó del todo la camisa para que no fuera un estorbo y, cuando el lobo iba para atacarlo… zas!, le metió primero la mano, después el brazo entero dentro de su boca y, hundiéndolo hacia adentro, hacia adentro…hasta llegar a poderle coger la cola. Entonces con la cola bien agarrada estiró hasta sacar de nuevo el brazo fuera de la boca del lobo. De forma que el animal quedó girado al revés como si de una media se tratara.
Se comenta que a partir de entonces en toda la comarca los lobos dejaron de ser un peligro y con su color de carne viva se ganaron la amistad de los sufridos payeses.
TEXTO:
Mientras para muchos la escalera nos sirve para “subir”, la vida de Jesús es un continuo “descender” peldaños: “descendió a los infiernos”, recitamos en el Credo. Descendió al seno de una muchacha socialmente insignificante, para nacer bajó como inmigrante a Belén, tocó fondo entre pecadores en las aguas turbias del Jordán, se rebajó a los ojos de la sociedad bien-pensante comiendo en casa de Zaqueo, se agachó para acariciar a los leprosos, se arrodilló como si fuera un esclavo a los pies de los doce, bajó a los calabozos de Herodes y Pilatos para ser motivo de escarnio tortura, camino del Calvario se dio de bruces en el suelo aplastado por la cruz… sí, “descendió a los infiernos” de nuestro mundo.
No se arrugó ante las garras del lobo, no se arrugó ante las injusticias de los poderosos ni de una jerarquía religiosa hipócrita. Sin perder la paz ni la dignidad de Hijo de Dios, no sólo hundió la mano y el brazo sino toda su persona en los sepulcros del sufrimiento y barbarie de su entorno. “Él a pesar de su condición divina, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo…por eso Dios lo levantó sobre todo…” (Filp.2)
Si creemos que “descendió a los infiernos” de nuestro mundo y nos consideramos en comunión con Él, por lógica debemos preguntarnos: ¿soy solidario y me agacho para dar la mano…, y el resto, a las personas, cercanas o no, que se están hundiendo en las fauces de una sociedad de lobos con piel de oveja? Una sociedad en donde casi no hay cabida para los limpios de corazón, para los que lloran, para los que tienen hambre y sed de justicia, para los pobres, para los no rentables económicamente, para los débiles… Solos no podemos, se hace imprescindible que nuestras venas asimilen la transfusión de sangre del Viernes Santo, y desde la cruz poder proclamar a coro con Él: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”, tú que estás a punto de tirar la toalla puedes contar conmigo, tu felicidad es mi felicidad. Al cielo se sube bajando.
Felices los que lloran, no los que lloran por llorar, sino aquellos que, llorando su desdicha son todavía capaces de amar y de luchar. No aquellos que no paran de regar sus lágrimas sobre sí mismos, sino aquellos que son capaces de llorar por los demás.
Felices los misericordiosos. No aquellos que “olvidan” sin perdonar sino aquellos que acordándose perdonan…
“La piedra que desecharon los arquitectos es ahora piedra angular, la que corona el edificio. No podían creerlo nuestros ojos. Gocemos y alegrémonos con él” (Salmo 118,22-24).