Lo que hemos sabido gestar las mujeres – Arantxa Odriozola, odn

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Arantza Odriozola, odn

Hoy no es fácil hablar del tema de genero sin caer en determinados tópicos en los que no quisiera entrar. Mi aportación va más en línea de rescatar aquello que las mujeres hemos sabido gestar y rescatar para todos partiendo de los roles que se nos han querido asignar.

Hoy hay una creciente conciencia social y un muy merecido rescate del papel de la mujer, este nos está regalando en este momento la posibilidad de generar un espacio más completo e íntegro que es el que puede posibilitar un cambio de paradigma en lo social e incluso en lo espiritual.

Tradicionalmente hay elementos en la mujer que le han llevado a «tener que desarrollar» algunos aspectos de su persona que hoy, y desde hace ya años, son pilares fundamentales en cualquier espiritualidad:

  • Una mirada a lo pequeño, a la individualidad de cada uno y las necesidades más básicas han estado legadas tradicionalmente más a las mujeres que a los hombres.
  • La contemplación; la historia ha empujado a la mujer a tener que hacer silencio y desarrollar todos sus sentidos internos. Ello le ha permitido saber mirar y buscar adentro.
  • Formar o instruir a otros, lo propio de la misión de la mayoría de las mujeres es formar personas y esto implica escuchar, perseverar, tener paciencia, alentar siempre, confrontar.
  • Derramar «el perfume» sobre los crucificados de la historia, nutriendo, sosteniendo la vida de otros y otras, acogiendo, amando y sirviendo.

Estas y otras características hacen que gran parte de los nuevos modos de entender y mirar una vida más plena, más en relación y más abierta al mundo hayan adquirido formas que todos, mujeres y hombres, están desarrollando, pero se hayan gestado en el seno de las mujeres y silenciosamente hayan adquirido por peso propio carácter de claves fundamentales para poder vivir una vida plena e integral.

Cuando hablo de claves hago referencia a estas tres que hoy sirven para cualquier espiritualidad pero que nosotras como creyentes tenemos el privilegio de tenerlas en nuestros orígenes y en nuestra propia esencia.

La primera clave es una invitación a vivir la vida desde la apertura y la expansión, caminar con los ojos abiertos, recibiendo lo que me ofrece la vida y asintiendo a todas las oportunidades que me brinda. «Hágase en mí» en boca de una mujer.

  • Aprender a respirar bien tiene mucho que ver con aprender a vivir hondamente. A través del contacto con la respiración nos hacemos presentes a nosotras mismas, a esa Vida en nosotras que nos trasciende, a las presencias que acontecen cada día. Necesitamos regresar a «la-casa-que-no-habitamos» para comenzar a vivir en ella anchamente, recorrer cada una de sus estancias y poder ofrecer su hospitalidad a muchos otros.
  • Aprender a estar presentes es un reto en nuestro tiempo por el ritmo de nuestras sociedades, por la cantidad de información y de reclamos que experimentamos. Pero si uno de los riesgos era desconectar la práctica corporal de su trasfondo espiritual, también puede serlo buscar una atención consciente que nos condujera únicamente al bienestar personal, a un cuidado propio aparentemente saludable, a un deleite de los sentidos, pero que no nos conectara con ese camino compasivo que está en el origen y al final.
  • Aprender a alimentar el cuerpo y el alma; la alimentación, como dicen los laikas, debe nutrir el cuerpo y el alma, la comida lleva el elemento energético y espiritual que necesita el ser. Mientras comparten los alimentos, ellos van contando a los niños la historia de sus antepasados transmitiéndoles su amor a su tierra y sus orígenes; historia que alimenta el alma para toda la vida. El amor es el único alimento para el alma. «Este es mi cuerpo y esta es mi sangre», «reuniros y haced esto».

Toda persona lleva en sí misma su componente femenino y su componente masculino, nuestro reto hoy es lograr el equilibrio en cada uno para ser plenamente persona, lograr el equilibrio entre lo que cada una recibe de su herencia femenina y de su herencia masculina, para conformar ese YO único y exclusivo que desarrollado puede y debe estar al servicio de una misma, de los demás y de la tierra en la que habita.

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