LO ESPIRITUAL EN EL ARTE COMPARTIDO – Juan Saunier

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Juan Saunier

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Juan Saunier, un viejo conocido de RPJ, nos regala este año nuevas reflexiones que vinculan el arte y la fe, con una sección titulada: «El bien haya cobijo en la belleza», frase tomada del Filebo de Platón (Filebo, 65). Experto en arte contemporáneo y educador, nos irá comentando diferentes muestras de las artes plásticas y visuales.

Nos recomienda el autor la lectura de la bella carta de san Juan Pablo II a los artistas, cuyo enlace tenemos aquí: Carta a los Artistas.

«El Artista divino, con admirable condescendencia, transmite al artista humano un destello de su sabiduría trascendente, llamándolo a compartir su potencia creadora. El artista, cuanto más consciente es de su “don”, tanto más se siente movido a mirar hacia sí mismo y hacia toda la creación con ojos capaces de contemplar y de agradecer, elevando a Dios su himno de alabanza. Solo así puede comprenderse a fondo a sí mismo, su propia vocación y misión» (Carta del santo padre Juan Pablo II a los artistas, n.º 1.).

Gracias Juan por regalarnos tu reflexión.

Leemos en la descripción pictórica de esta obra en la página web del museo:
«En una anónima habitación de hotel, una muchacha reposa al borde de una cama. Es de noche y está cansada. Se ha quitado el sombrero, el vestido y los zapatos, y sin apenas fuerzas para deshacer las maletas, consulta el horario del tren que habrá de tomar al día siguiente. La soledad de las ciudades modernas constituye uno de los temas centrales de la obra de Hopper. En ‘Habitación de hotel’, la pared del primer término y la cómoda de la derecha constriñen el espacio, mientras que la gran diagonal de la cama dirige nuestra mirada hacia el fondo, donde una ventana abierta nos convierte en voyeurs de lo que sucede dentro. La figura femenina ensimismada contrasta con la frialdad de la estancia, en la que predominan las líneas netas y los colores brillantes y planos, avivados por la fuerte luz cenital. En ‘Habitación de hotel’, Hopper hace una evocadora metáfora de la soledad, uno de sus temas preferidos».

Me cabe la satisfacción de haber visto, mirado e indagado obras en número que ya es amplio. Y sé que si algo distingue la mejor pintura es que su significado sobrepasa ampliamente las pretensiones iniciales. Los cuadros dejan de pertenecer a sus creadores, se dotan de la extensísima vida que les dan cuantos espectadores las contemplan. Este es el motivo por el que no me gusta leer las explicaciones técnicas antes de estar delante de un lienzo. Y esta vez no ha sido una excepción.

No obstante, toda mirada es insuficiente. Como lo es para la vida de la que cada obra artística que merezca su nombre es epítome. Siempre se necesitan ojos hermanos de leche, compañeros de juego, cómplices sospechosos, amantes impropios o camaradas curtidos, según. La mirada real se acomuna, hace pandilla, se vuelve comunitaria y, si se tercia, íntima.

Ves y remiras algo tantas veces, que como sucede con las mejores cosas de la vida, te habitúas y pierdes perspectiva. Nadie puede decir que lo sabe todo, porque para saborear hace falta aires nuevos y miradas desocupadas de lo que a uno le ocupa. También por este motivo el arte es comunal e intemporal: hace grupo con los que ya se fueron y con los que vendrán. El mejor arte es universal, o, en palabras clásicas, trascendental.
Y así ha sido hoy.

Da igual cuál sea la excusa para abrirse al diálogo.

Da igual cuál sea la excusa para abrirse al diálogo. Ninguna soledad del cuadro resiste la provocación que acaece cuando los convocados, los llamados juntos, (se) miran y (se) escuchan ante ese diapasón que es el buen arte. Y lo sabemos: de eso está lleno la publicidad, que ha detectado hace mucho que los encuentros cambian las afinaciones y elevan las miradas de los seres a otro nivel. El arte moderno, en este sentido, ha sabido mucho antes que es una puerta para dar un salto de comprensión y entrar en una lógica diferente. El buen arte es un umbral, una puerta a lo desconocido, incluso al misterio.
Resumamos las impresiones de la obra compartida. Resumo yo, que fui uno de los protagonistas, y que pone algunas palabras que la otra no pronunció e intenta comprender qué quiso decir empleando su lenguaje. Hablan, pues, una boca y un oído. Espero que con acierto.

Su comentario.
«Una mujer ha dejado colocadas sus ropas en un rincón de una habitación de un hotel. Se ha trasladado allí para iniciar una nueva vida fuera de su lugar natal. Pensativa, mira un papel mientras reflexiona sobre el cambio y recuerda lo que dejó atrás. Está sola, pero decidida a seguir. Se halla traspasando la frontera entre el pasado y el porvenir; duda, se desasosiega y se relaja, mas acepta ir. El salto de la mujer pasada a la del porvenir se está produciendo en una habitación cualquiera de un hotel».

Y el mío.«Alguien llega a una habitación de un hotel. Se ha despojado de cuanto lleva: adornos y abalorios, la ropa y sus complementos, zapatos y medias. Se ha quedado sin nada ante sí misma. Es una mujer hermosa, pero no se entretiene en su apariencia, sino que se vuelca en su interior. Sus miembros no están contraídos y parece sumida en una profunda meditación. El papel sostenido desganadamente pierde protagonismo. La indumentaria cuidada y el equipaje bien colocado dejan de ser importantes. Ella está ante ella y el resto sobra».

Para la mirada inquieta que necesita respuestas, estas interpretaciones no coinciden. Ni cuadran con la explicación oficial. La duda empuja a buscar la validez del experto y la preponderancia del dato. Pero es un error. La profundidad de la obra no se deja atrapar por frases hechas y tampoco por cualesquiera diálogos, todos ellos fruto de opiniones propias y visiones parciales. Algo se escapará inevitablemente al juego de opiniones. Ese algo es inalienable.

¿Dónde está lo espiritual en la obra de arte, sobre lo que tanto se ha reflexionado? ¿En la imposible plasmación verbal de los estímulos de la obra mientras los diálogos inacabables suscitados entre los amigos que se acompañan no hacen sino acariciar cuerdas de instrumentos sin nombre que pueblan la orquesta del interior? Sí, también. Pero yo prefiero creer que, esencialmente, se produce la mágica confabulación de almas que encuentran casualmente en la contemplación estética un motivo para acercarse. Pero si uno está solo, el diálogo interior de ti contigo mismo no produce esos frutos: algo permanece embrionario. Eso precisamente hace tan diferente ver el arte solo o verlo acompañado: la contemplación artística es acicate para el encuentro, como bien conocen iconógrafos, imagineros y artistas religiosos. La belleza reclama varias presencias unidas, de una u otra forma. ¿No es esto sacramental?Sí, lo es. Y así ha sido indudablemente hoy.

Concluyo. El cuadro de Hopper ni es religioso ni espiritual. No lo necesita: espiritual y religiosa, llegado el caso, es la mirada individual y compartida. Más cercano o más apartado, el motivo cuenta como umbral. Traspasarlo requiere una decisión personal. Y en compañía esa decisión es de otro orden: se traspasa el umbral no mediante la volición racional sino mediante la simpatía cordial.

La contemplación artística es acicate para el encuentro