Llega el Adviento – Jose Fernando Juan

Somos tan listos que adelantamos el tiempo de la esperanza y lo preparamos. Somos tan listos que, sin darnos cuenta, confesamos que somos, como mínimo, como dioses. Somos tan listos que nos preocupa más lo que tiene que suceder que lo que sucede. Y toda nuestra sabiduría termina siendo oscuridad y ceguera. En lugar de mirar, nos ocupamos en trabajar por lo que queremos ver.

El Adviento es para vivirlo. Más para quitarse cosas de encima, que para superponerlas encima de la realidad y de lo que sucede. Más para el tiempo de la sorpresa y de la pregunta, pues cómo será esto posible, que de respuestas y exigencias etéreas. Más para el tiempo de cada uno, para su realidad, para su diálogo con Dios, incluso para su desesperación, miedo y dudas, que para los parches pastorales. Más para el diálogo abierto y auténtico con Dios, que para los discursos elaborados con probetas pastorales. Más para la provocación, que para otra cosa.

Y no hay nada que pueda ayudar mejor al Adviento que la vida misma, volver a ella sin prejuicios y a celebrarla como se pueda.

En nada se parece el adviento de salón al Adviento de María. En nada se parece el adviento de calendario, fechas, números y deseos al Adviento servicial de María. En nada se parece el adviento que distrae al Adviento de los que esperan liberación, desean salir de la esclavitud reconocida, se sienten interpelados por Dios para ser parte de la historia de la salvación.

Si algo debería ocurrir en Adviento, es hablar con Dios nuevamente, muy nuevamente, muy libremente, muy cansadamente, muy necesitadamente. El único criterio válido para el Adviento es Dios y lo que Dios quiera decirte.