Fernando Negro
En otras palabras, Jesús decidió llamar a su lado a los que le pareció bien. Sus criterios no estaban basados en valores como el prestigio, la dignidad exterior, el linaje, el nivel social o económico, etc. Decir que Jesús llamó a los que quiso es lo mismo que decir que Jesús llamó a aquellos que intuía podían entender bien su mensaje y un día lo darían a conocer.
También hoy Jesús llama a los que quiere para que sean amigos suyos y anuncien y enseñen la Buena Nueva. El contexto de la sociedad postmoderna difiere mucho del contexto de hace 2000 años en la Palestina que vio nacer y crecer a Jesús de Nazaret.
Nuestra sociedad postmoderna está creando tipos de personalidad donde hay disgregación, más que armonía interna o externa. Una disgregación, que como dice el escritor religioso Amadeo Cencini, y el documento Nuevas Vocaciones para una nueva Europa: “en este continente culturalmente complejo y privado de precisos puntos de referencia, semejante a un ‘panteón’, el modelo antropológico que prevalece es el del hombre sin vocación… Muchos jóvenes ni siquiera conocen la gramática elemental de la existencia, son nómadas: Circulan sin pararse en el ámbito geográfico, afectivo, cultural, religioso; Ellos lo intentan. En medio de la gran cantidad de informaciones, pero faltos de formación, aparecen distraídos, con pocas referencias y pocos modelos.”[1]
Además nuestra sociedad postmoderna vive lo que se llama una religiosidad sin Dios, basada en el sentimiento religioso que es capaz de digerir ciertos ritos religiosos “a la carta” aún sin tener fe. El gran factor a trabajar es la familia, una familia a la deriva en muchos casos, con padres angustiados, muchas veces separados, que parecen “subsistir” en medio de la tormenta en medio de un panorama que se les escapa; no tienen los vectores para encontrar un rumbo que dé sentido a sus vidas y a las de sus hijos/as. Esto ocasiona que no exista hoy una cultura vocacional, que invite o anime a los hijos hacia la elección del sacerdocio o la vida religiosa, y ni siquiera a encontrar sentido a la vida misma. Claro que aquí también juega el factor de los valores de una sociedad liberal a lo bestia en la que “tanto vales cuanto tienes o produces”.
El Dios de Jesucristo no es el Dios que compite con nuestra felicidad, como Nietzche proclamó hace muchos años. Al contrario, es Él nuestro mejor aliado, el mejor amigo para nuestro camino interior, el más fiel colaborador en nuestro crecimiento.
El Dios de Jesucristo se empeña en reconstruirnos y armonizarnos por dentro para que seamos lo que estamos llamados a ser: personas felices en la plenitud de una tarea a realizar, tarea irrepetible que nadie podrá hacer en esta vida por nosotros. Y sólo se vive una vez. Ésto me parece a mí que ha de ser un enfoque fundamental en nuestra pastoral vocacional. La vocación no es cualquier camino a seguir, como quien decide en una tienda qué camisa se compra. La vocación es algo que se descubre y que estructura y armoniza la vida por dentro, produciendo un manantial de alegría.
Es la alegría de haber encontrado el sentido profundo, de saber para qué hemos nacido. El ex Secretario General de la ONU, Dad Hammarksjöld (1905-1961),lo relata en su diario íntimo de manera muy bella y contundente: “… En algún momento respondí SÍ a Alguien y a partir de esa hora estuve convencido de que existir tiene sentido y que, por tanto, mi vida, en auto entrega, tenía una meta.”
Jesús llama y llena de sentido la vida del llamado. Pero siempre llama por mediaciones humanas que se convierten de alguna manera en confirmaciones de la autenticidad de una vocación. La oración insistente al Dueño de la mies a que envíe obreros a su mies nace del deseo mismo de Cristo en el evangelio, pues la mies es abundante y pocos los trabajadores.
Dese mi experiencia doy testimonio del valor sobre todo de las madres por la vocación de sus hijos. Dios me ha regalado una madre, Generosa, que no solamente estaba orgullosa de sus hijos sacerdotes, sino que oraba continuamente por nosotros (somos tres sacerdotes escolapios), y no para escalar peldaños y honores, sino para que fuéramos cabales en nuestro modo de ser agentes de bondad, especialmente entre los pobres, teniendo como meta y proyecto la santidad. Por su densidad teológica, copio la oración compuesta por mi madre y que recitaba a diario por sus hijos:
“Te doy gracias, Dios mío, porque me has dado diez hijos
y tres has querido que sean para ti.
Te los ofrezco con el dolor y la alegría de un nuevo nacimiento
que es para mí renuncia y a la vez don tuyo.
Por la vocación de mis hijos me haces madre de unos apóstoles,
madre de sacerdotes y misioneros, madre de unos escolapios
que educan a los niños y jóvenes en la piedad y las letras.
Enséñame a velar por su apostolado y sacerdocio
como un día velaba sobre su sueño de niño en la cuna, rezando y soñando… Jesús, Hijo de María, que mis hijos se parezcan a ti
como yo quiero parecerme a tu madre santa.
Que como Tú ellos sean buenos y pasen por el mundo haciendo el bien.
Y curen las heridas de muchos corazones y que de sus labios
que tantas veces han pronunciado el nombre de tu madre,
broten las palabras milagrosas de la consagración.
Y a mí déjame que ofrezca a tu Corazón cada uno de mis días:
la oración, la misa, la soledad, el trabajo sencillo de cada jornada
por mis hijos, por sus vidas.
Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.”
(Generosa Marco del Carmen)
[1] Documento “Nuevas Vocaciones para una Nueva Europa”, Roma 5-10 Mayo 1997, núm. 11 c