LISTAS RPJ 557 Descarga aquí el artículo en PDF
Mª Ángeles López Romero
Podría decirse que, desde que el mundo es mundo, el ser humano ha hecho listas. Y así se ha establecido el canon literario, los diez mandamientos, o ha llegado hasta nuestros días el eco de las siete maravillas del mundo antiguo. Y si hay un tiempo especialmente propicio para ese tipo de enumeraciones que enmarcan los acontecimientos del año, los discos más vendidos, los personajes destacados o las principales novedades editoriales, es la cercana Navidad. Termina el año y toca señalar. Así ha sido y así será.
Pero, seguramente, nunca como ahora habían tenido dichas listas tanta repercusión como en este momento, cuando encabezan periódicos digitales, abren telediarios y generan polémica asegurada en las redes sociales nada más aparecer. Si en el pasado se respetaba la selección que realizaran los sabios de turno, hoy no nos gustan las listas que hacen los demás, por muy especialistas en la materia que sean. Les ponemos pegas. Cuestionamos el criterio, la objetividad del autor, su sesgo ideológico, de género, racial o sencillamente su mala memoria o su mal gusto. Es el peaje que hay que pagar por vivir en la aldea global.
Y aun peor es sentir que te han dejado fuera de las listas que dan acceso a lo que sea: la lista de invitados a un banquete o esa otra, más exigente y urgente, que te permite entrar en un quirófano cuando necesitas ser operado de algo. Pero por muy importantes que estas sean, no suelen tener la misma notoriedad que «el hombre más sexi del mundo» o «la menor canción de la historia».
La mayor parte de nosotros no apareceremos nunca en una de esas listas notorias. Ni correremos el riesgo de ser «cancelados» por la cultura que examina con ojos del presente un pasado que no nos pertenece, como ocurre cada vez más a menudo y de forma algo simplista con la literatura o el arte. Huelga decir que no por eso somos menos importantes. Pero quizás sí deberíamos jugar sin más dilación el papel de canonistas: redactar nuestras propias «listas de éxitos» cuando se acerca el final del año. Y al hacerlo no dejar fuera a nadie importante ni olvidar fijar la correcta escala de prioridades. Esa en la que los primeros son los últimos y los últimos los primeros. En la que huérfanos, extranjeros y viudas, si hablamos en el lenguaje del Evangelio, tienen preferencia. En la que las mujeres no quedan fuera de ningún círculo, se encuentre este en la Jerusalén de Jesús o, veintiún siglos después, en el Vaticano de Francisco.
Habría que hacer también una lista de perdones, en lugar de esas otras de agravios que tanto se llevan ahora. Sin olvidar anotar los objetivos para el año nuevo desde la utopía que encierra el Evangelio. Yo me apunto a eso: ya he empezado a apuntar en una libreta especial el ranking de las gracias que quiero dar. Me salen más de diez, ¿pero qué más da? En las listas buenas no es obligatorio contar hasta diez.