Iñaki Otano
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios”. Jesús lo increpó: “Cállate y sal de él”. El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: “¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen”. Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea. (Mc 1,21-28).
Reflexión:
Asistimos en el evangelio a una escena que parece impropia de nuestro tiempo: un hombre está poseído por un espíritu inmundo y habla en su nombre identificándose con él. Jesús increpa al demonio para que salga de este hombre, y el mal espíritu sale mostrando su rabia con retorcimientos y gritos. Así, por la acción de Jesús, este hombre recupera la libertad y la dignidad.
No es una película de fantasía con fuerzas ultraterrenas. En el tiempo de Jesús, sin los avances de la medicina de hoy, los que tenían anomalías psíquicas y ataques epilépticos eran considerados poseídos del demonio. Hoy son enfermos que necesitan un tratamiento médico.
Pero el evangelio nos está sugiriendo una realidad que nosotros experimentamos de un modo u otro: ¿quién de nosotros puede decir que es plenamente libre, que no es esclavo de ninguna pasión ni defecto ni vicio o costumbre, ni de algunas personas que admiramos o tememos? Mirando con atención nuestra vida cotidiana, encontraremos, sin duda, las pequeñas y grandes esclavitudes que nos encadenan.
El evangelio nos presenta a Jesús como liberador del mal que nos hace esclavos. Jesús habla y obra con autoridad contra el mal para hacernos libres.
Ser discípulos de Jesús nos debe llevar a ser signos de liberación. Debemos contribuir, cada uno según nuestras posibilidades, a liberar, a humanizar la vida y a luchar contra todo lo que es inhumano y esclaviza: la pobreza, el hambre, las marginaciones, las injusticias, las guerras, la ignorancia, la falta de fe y de sentido de la vida. También hoy existen muchas esclavitudes, y debemos colaborar a su liberación.
Al mismo tiempo, tenemos que cambiar los criterios de vida que nos hacen esclavos de nuestro egoísmo. Para ello, tener actitudes de gratuidad, es decir, de sacrificio sin buscar recompensa para aliviar un dolor, ayudar a salir de una mala situación, favorecer una reconciliación.
Jesús es admirado porque enseña con autoridad. O sea, acompaña sus palabras con hechos de liberación. Los escribas hablaban mucho, imponían muchas leyes, pero no liberaban a las personas como Jesús.
La autoridad moral, en la familia y en la sociedad, se muestra acompañando las palabras con hechos de liberación. Así se participa del poder de Jesús, que hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.