Iñaki Otano
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Jesús se detuvo y dijo: “Llamadlo”. Llamaron al ciego diciéndole: “Ánimo, levántate, que te llama”. Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: “¿Qué quieres que haga por ti?”. El ciego le contestó: “Maestro, que pueda ver”. Jesús le dijo: “Anda, tu fe te ha curado”. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino. (Mc 10, 46-52).
Reflexión:
Jesús, ten compasión de mí, es el grito de aquel ciego obligado a la mendicidad porque nadie se ocupaba de él. Puede ser también nuestro grito cuando nos vemos desamparados.
Dice el evangelio que muchos le regañaban para que se callara. Los pobres, los marginados molestan. Nos gustaría apartarlos de nuestra vista para que no incordiasen y nos dejasen tranquilos.
Pero los pobres existen y llaman a nuestra conciencia. Jesús, contrariamente a los que quieren apartar de su vida a los pobres, dice: Llamadlo. No despreciéis ni ignoréis al pobre, al necesitado. Llamadlo.
Al mismo tiempo, cuando os veáis ciegos y desamparados, escuchad a Jesús que os llama: no os sintáis solos, Jesús os escucha y os llama. En los momentos difíciles tenemos que escuchar esa voz interior que nos dice: Ánimo, levántate, que te llama.
Y eso mismo tenemos que decir a los que se encuentran caídos por el peso de la vida: Ánimo, levántate, que Jesús te llama. Lo hacemos sobre todo con nuestra actitud amiga, con nuestra mano tendida, que está diciendo: “Ánimo, levántate; tú no eres indiferente para mí, como tampoco lo eres para Dios. Él te llama, te quiere, se preocupa por ti”.
Vemos al ciego ante Jesús. Este le dice: ¿Qué quieres que haga por ti? Jesús se interesa por la necesidad real, no está en una nube despreocupado de lo que sucede a las personas.
El ciego, que había gritado “ten compasión de mí”, le hace ahora una petición concreta: Maestro, que pueda ver. El enfermo piensa que sería feliz si se curase; el que está en paro piensa que sería feliz si encontrase trabajo; el que vive en condiciones de dificultad económica cree que sería feliz si pudiese resolver su situación; el que tiene un hijo que va por mal camino sería feliz si el hijo enderezase sus pasos; el que no se encuentra a gusto en el trabajo piensa que sería feliz en otro lugar o con otros jefes. En una palabra, hay siempre en nuestra vida al menos un punto cuya resolución pensamos que nos haría felices. Bartimeo, ciego, quiere ver.
Pero hay otras cegueras además de la física: es la del que no quiere ver la realidad o se cierra a Jesús. Por eso, hay dos cosas que suceden en el ciego: recobró la vista y lo seguía por el camino. Es decir, la llamada de Jesús no se dirigió solo a curarle la vista sino que lo llamó a su seguimiento. Siempre que Jesús nos llama, nos llama a seguirle. Nos tenemos que plantear el seguirle todos los días procurando vivir su evangelio. Es la buena noticia que nos propone porque quiere curar nuestras cegueras.