Lenguaje religioso y juventud, desafio eclesial – Juan Pablo Espinosa Arce

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Gracias al Concilio Vaticano II acontece la conciencia de que la Iglesia debe abandonar el paradigma de cristiandad lo cual la lleva a buscar nuevas formas para la evangelización de una sociedad cada vez menos creyente. Y es en esta nueva evangelización que se hace necesario el uso de un nuevo lenguaje religioso que presente el mensaje del Evangelio y de la praxis eclesial de manera cautivante y que permita el proyecto de la recomposición del creer. La experiencia de Dios debe ser explicitada de tal manera que provoque la síntesis entre fe, vida y cultura de tal manera que nuestros interlocutores puedan percibir la presencia de un Dios que no es indiferente a nuestra historia. Y uno de esos interlocutores más críticos son los jóvenes. Es más, a nuestro juicio ya no podemos hablar de la juventud, como se hizo en otro tiempo cuando la pastoral juvenil, por ejemplo, se llamó pastoral de juventud sino que debemos hablar de juventudes, grupos humamos que responden a diferentes códigos, simbólicas o interpretaciones de la vida. Se hace pues necesario re-pensar nuestra evangelización y el lenguaje con el cual estamos explicitando la fe cristiana. Es lo que buscará realizar este artículo.

1. Clarificando conceptos

1.1 Lenguaje religioso
Un primer y necesario nivel será clarificar los conceptos de lenguaje religioso y de juventudes, que como hemos mencionado sucintamente más arriba es la correcta forma de hablar de la población juvenil actual. En relación al lenguaje en general y del religioso en particular, debemos partir de una convicción básica, esto es, que es imposible no comunicar algo. Así tenemos un lenguaje verbal, no verbal, proxémico, analógico y también uno de carácter religioso. Ahora bien, para comprender a qué hacemos referencia cuando decimos lenguaje religioso debemos sostener que “al hablar del lenguaje teológico y de la comunicación de la fe estamos hablando de la verdad del quehacer teológico”, por ende para definirlo debemos hacerlo en el contexto de las tareas propias de la teología entendida como lenguaje sobre Dios y explicitación de la fe en categorías que pueden ser asimiladas por la experiencia humana.
En teología hablamos de analogías, es decir de la manera en la que se “nos permita hablar de Dios y de las cosas divinas de modo que nuestro lenguaje tenga sentido y no sea meramente ficticio o vacío. Analogía es una manera de emplear las palabras para que, en determinadas condiciones, digan algo acerca de lo que Dios es y hace”. La analogía la hemos de comprender en el escenario amplio de la Revelación, es decir, de la autocomunicación de Dios al hombre el cual se manifiesta condescendientemente, es decir, de una forma en la que su creatura puede entenderlo y responderle mediante su fe (Cf. DV 5).
Junto con el tema de la analogía debemos considerar también el tema de las tareas de la teología que vienen a fundamentar también el sentido del lenguaje religioso. Dichas tareas son las de carácter positivo que es la escucha de la Revelación (en comunidad, en oración, lectura de la Palabra de Dios, etc), la función especulativa por la cual y una vez escuchada la Revelación explicitamos dicha fe en conceptos comprensibles que manifiesten el Misterio de Dios y finalmente el carácter práctico de la teología, es decir, su concreción en la pastoral, la catequesis, la evangelización, la liturgia, etc.
1.2 Juventud y juventudes
Una vez realizado este breve acercamiento al tema del lenguaje religioso, acerquémonos al concepto de juventud y juventudes. A juicio de Figueroa y Villena, “el término juventud constituye algo complejo de definir, pues acercarnos al concepto implica considerar diversos elementos y variables”. Juventud es un concepto equívoco social o culturalmente hablando esto porque representa una diversidad con lo cual se debe hablar de juventudes.
Según Figueroa y Villena cuatro características podrían definir las características de las juventudes vistas desde el mundo adulto. En primer lugar es una etapa transitoria entre la niñez y la adultez, o el logro de una mayor sensatez. En segundo lugar es una etapa que más que producir riqueza para la sociedad absorbe recursos. Luego la visión de que los jóvenes son por un lado descontrolados y peligrosos y por otro lado que son sujetos incapaces, hasta representar un estorbo. Finalmente que son una población heterogénea.
Ahora bien, ¿cuál es la relación entre jóvenes y religión? Decíamos al inicio de nuestro artículo que la mentalidad de cristiandad había dado paso a una época del ateísmo o de la increencia. En el caso de los jóvenes vemos que una tendencia es vivir la fe como práctica privada desligada de la institucionalidad de la Iglesia o de otra comunidad creyente, es decir, se cree en Dios pero no en la Iglesia. Esto se explica por el fenómeno social de la crisis de confianza en las instituciones en general, ya sea políticas (Gobiernos, partidos políticos), económicas o religiosas. La juventud se ha vuelto descontenta, crítica e indignada. Sienten que para ellos no existe un lugar y que el poder ‘vertical’ ya ha caducado. Se hace necesario pues concebir un poder ‘horizontal’ que permita dar cabida a aquellos sujetos sociales invisibilizados. La recuperación del relato de los jóvenes, de sus preguntas, respuestas, propuestas y críticas ha sido algo de lo que hemos estado al debe como Iglesia. El mundo adulto ha acallado muchas veces a la realidad juvenil y los jóvenes han hecho sentir ese descontento. Para ellos hace falta un lenguaje religioso que, considerando los “gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias” (GS 1) de los jóvenes pueda explicitar de una manera novedosa, creativa y encarnada la fe en el Dios de Jesús y en la Iglesia, esto porque no podemos entender al Dios Trino sin la Iglesia y porque la Iglesia debe su esencia a la misma Trinidad.

2. ¿Cómo hablar de Dios a las juventudes?
En una entrevista que Georg Sporschill, jesuita austriaco, realizó al Cardenal Carlo María Martini SJ y que están reunidas en el libro “Coloquios nocturnos en Jerusalén” se le preguntaba a Martini cuáles eran las claves que a él, cuando había sido Obispo de Milán, le habían ayudado para hablar de Dios a las juventudes. El Obispo respondió:
“lo que intentamos en la catedral de Milán fue simplemente prestar oídos a textos de la Sagrada Escritura (…) Yo no daba respuestas previamente preparadas, sino solo el impulso a escuchar la Palabra, a estar alertas y atentos. Tampoco daba muchos conocimientos exegéticos, sino que me limitaba a intentar que los jóvenes se confrontaran de manera directa con el texto. Y de ese modo alcanzaron familiaridad con Jesús. Entendieron que Dios los estaba interpelando (…) Creo que también fue importante la vivencia de comunidad”
La experiencia de Martini nos puede dar luces sobre cómo encauzar nuestro trabajo evangelizador por medio del uso de un nuevo lenguaje religioso, pero hay que ser conscientes de que no existen recetas mágicas para poder atraer más jóvenes a la Iglesia, porque caeríamos en el proselitismo. La experiencia de la fe debe ser una respuesta libre a una interpelación que Dios realiza al joven, respuesta que sí debe ser ayudada por la comunidad. Pero ¿qué debe hacer esa comunidad con las juventudes? La respuesta es clara: vivir en constante apertura, o ser una Iglesia “de salida” como nos ha propuesto el papa Francisco.
¿Cómo evangelizar? ¿Qué lenguaje religioso hemos de utilizar para hacer más creíble un mensaje que en esencia ya es creíble pero que para las juventudes responde muchas veces a una herramienta ideológica ya pasada de moda? ¿Qué les dice a las juventudes el Dios de Jesús de Nazaret? El teólogo Juan Luis Segundo nos recuerda que “las palabras que se usen para evangelizar deben estar cargadas de sentido emocional en el pueblo. El Evangelizador que las usa parte de esta manera de una experiencia humana que le da pie a una profundización mostrando en la esperanza el mensaje de la Buena Noticia”. Se hace necesario por tanto el recurso de la recuperación de los relatos y de las palabras pero también de los silencios forzados, de los jóvenes.
Se debe también considerar el tema de la imaginación como posibilidad de pensar creativamente una Iglesia que asuma los desafíos indignados de los jóvenes. Hay una riqueza en los jóvenes que debemos aprovechar de manera de permitirles que ellos mismos se conviertan en actores sociales que, desde la fe en Jesucristo, puedan construir un mundo nuevo, justo y bello. Sabemos que los jóvenes se movilizan por temas de solidaridad, de demandas de una educación igualitaria, de mayor representatividad, de respeto por las minorías culturales, sexuales y sociales. Pero es deber del “evangelizador con espíritu” (papa Francisco) que esta conciencia social se comprenda como la acción de Dios en los signos de los tiempos. Y es allí en donde radica la tarea del lenguaje teológico o religioso, ya que “el lenguaje también tiene la función de ayudar al nacimiento de aquello que todavía está informe y oscuro en el sujeto, para configurarlo y sacarlo a la luz, de tal manera que este asuma su propia interioridad”.
6. Conclusión
Al final de este desarrollo, que no ha pretendido ser un recetario del buen evangelizador juvenil, nos quedan más desafíos que respuestas aseguradas. Pero creemos que existe un principio de fe que ilumina el proyecto de un nuevo lenguaje teológico que permita invitar a los jóvenes a la fe. La Encarnación del Verbo, de Jesucristo, es aquello que debe ser el motor de trabajo pastoral y teológico que nos mueva a desgastar nuestra vida en el trabajo juvenil. La fidelidad al Dios que en Jesucristo habla de una manera nueva y radical pero a la vez comprensible, pasa por el reconocimiento de ese mismo Dios que habita en cada uno de los jóvenes. Solo en el discernimiento hecho desde la fe podremos acoger a Jesucristo sabiendo que Él nos da a conocer a un Dios que, siendo lejano se ha hecho próximo a nosotros por medio de su Palabra.

Es interrogación por el sentido, sobre el que quiere expresar tal o cual disciplina del saber, en este caso la teología, y cómo lo hace la Iglesia en la evangelización, constituye a nuestro juicio un desafío latente. Esto porque sabemos que la llamada época de la cristiandad la cual se caracterizó por el predominio de la Iglesia en Europa y que llevaba como centro el que las realidades terrenas carecían de autonomía frente a una Iglesia con injerencia total en lo político, lo económico y lo social, esta época terminó desvaneciéndose.

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