Joseph Perich
Había una vez, en una ciudad de Oriente, un hombre que una noche caminaba por las oscuras calles llevando una lámpara de aceite encendida.
La ciudad era muy oscura en las noches sin luna como aquella.
En determinado momento, se encuentra con un amigo. El amigo lo mira y de pronto lo reconoce. Se da cuenta de que es Guno, el ciego del pueblo.
Entonces, le dice:
-¿Qué haces Guno, tú ciego, con una lámpara encendida en la mano? Si tú no ves…
El ciego le responde:
–Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí…
TEXTO:
Voy a casa de Jorge, padre joven con esclerosis múltiple. Hasta hace pocos días, con su coche adaptado, iba a trabajar a una fábrica de Maçanet. Dada su habilidad informática y su inquietud social, es el que tira del carro para que salga regularmente la revista de Cáritas del pueblo. Pero ahora la salud no le permite conducir y ha tenido que dejar el trabajo. Contrariamente a lo que me esperaba, lo encuentro muy motivado y esperanzado. Irradia mucha paz. Es una persona «luminosa». Lentamente y con convicción, nos habla desde el fondo de su corazón: «Ahora comienza una nueva etapa de mi vida. Ahora sí que podré dedicarme a tiempo total como voluntario a ayudar a los demás». Para empezar se está programando un plan de trabajo adaptado para colaborar en la comunidad «La Colmena» (personas discapacitadas físicas e intelectualmente) de Tordera.
De regreso a casa me acordaba de la madre Teresa de Calcuta cuando afirma: «Sigue adelante a pesar de que todos esperen que abandones. No dejes que se oxide el hierro que hay en ti». Bien mirado, todos acarreamos alguna discapacidad y las peores son las que no se ven o escondemos, como: guardar rencor, falta de sensibilidad, ir «acelerado», estar «enganchado a»… Curiosamente solemos valorar y definir una persona más por las discapacidades visibles que por las habilidades escondidas. Ahora bien, acercarse a los otros solo por sus carencias, deshumaniza a quien ayuda y acaba por menospreciar al ayudado. Hay demasiadas acciones que se planifican para solucionar las necesidades de los demás y muchas menos las que tienen en cuenta sus potencialidades. (Cf. José Laguna. Cuadernos CJ, núm. 172, pág.18).
Hace pocos días estuve de visita en el hospital comarcal de Blanes, un enfermo me dejó leer en su cuaderno de notas: «No pidas a Dios una carga ligera para tus hombros, pídele unos hombros fuertes para soportar la carga».
Como se dice y redice «en la vida no se trata de que te toquen buenas cartas sino que sepas jugar bien las que tienes». Se debe valorar más las habilidades y menos las discapacidades. El más pobre puede regalar una sonrisa, y nadie es tan rico que no la necesite. Como nos ha dicho Jorge, no valora sus habilidades sólo para sobrevivir o para alimentar su ego. Afortunadamente ha descubierto que tiene dos manos: una para auto-valerse y la otra para ayudar a los demás. Jorge lleva a la práctica la divisa de Martín Luther King: «Si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano». La vida, no siempre la podemos alargar, pero sí «ensanchar» y saborear aquella dimensión fraterna de toda persona que quiere ser feliz. «Comparte tu pan con el que pasa hambre… no lo rehúyas, que es tu hermano. Entonces brillará como el amanecer tu luz y tus heridas se cerrarán en un instante»(Is 58,7-8). Estoy convencido, de que esta es la hoja de ruta de Jorge y de tantas personas que como él no se queda en lamentaciones sino que, luminosas, mantienen viva la lámpara del ciego del cuento.
Si tú y yo lo miramos desde la barrera, quizás nos preguntaremos si tenemos derecho a llorar mientras «caminamos» cuando otros «sonríen y no tienen pies». Ahora hago memoria del nombre de algunos amigos que pasan por el trance de un cáncer y que, luchando por la vida, son precisamente una «fuente de vida» para sus familiares y compañeros. A todos estos (tomado un texto que no es mío) les digo: «El que acompaña a las víctimas en su viernes santo, se sumergirá con ellas en el silencio del sábado santo, para escuchar con ellas, y proclamar, desde ellas y con ellas, el Exultet de la noche pascual ».
¡Buena Pascua!