Joseph Perich
Erase una vez una gran laguna. En ella vivían peces grandes, medianos y pequeños. Los grandes, nunca satisfechos, se comían a los peces pequeños. Los medianos, para hacerse más grandes, hacían lo mismo. Y los pececillos vivían con miedo e inseguridad.
Sin embargo, había un pececillo diferente que buscaba siempre el lado bueno de las cosas. Animaba a sus colegas. Era poeta y artista. Soñaba horizontes de paz. Hizo un descubrimiento: vio en el fondo de la laguna un agujero por donde se colaba el agua. Se preparó para un gran viaje. Incluso hizo dieta para pasar mejor por el agujero. Fue a caer a un riachuelo y conoció la corriente de agua (¿la del río Jordán?). Allí encontró muchos peces con quienes creó lazos de amistad. Era para él un mundo de fraternidad y abundancia ¡el mundo de sus sueños! pero crecía un punto de tristeza en su corazón: la nostalgia por sus compañeros pececillos amenazados de muerte.
Decidió volver a la laguna. Reunió a los pececillos y les contó sus descubrimientos. Invitó a todos a ir con él hacia este mundo nuevo. Algunos aceptaron; otros aunque creían, rechazaron la invitación por miedo al sacrificio y a la novedad. Algunos se burlaban y le llamaban soñador porque había traído la buena noticia. Hubo también uno que contó la historia a un pez mediano, quien a su vez relató todo a los peces grandes. Estos sintieron amenazados sus privilegios y tuvieron miedo de perder parte de su abundante comida. Se reunieron y condenaron a muerte al pececillo de la buena noticia, a quien ellos llamaban “subversivo”. Un pez mediano, encargado del servicio de vigilancia, se lo comió cuando estaba solo. Los peces grandes lo festejaron y dijeron: “Se acabó el tumulto, ha vuelto la paz a la laguna!”.
Se equivocaban. La buena noticia ya se había extendido. Y muchos pececillos e incluso algunos peces medianos y peces grandes, que antes habían sido desconfiados u hostiles, ante el sacrificio del pececillo muerto, comenzaron a creer en su mensaje. El mundo nuevo podía surgir dentro de la laguna. Era necesario unir las fuerzas para cambiar las cosas, vivir las leyes del respeto para todos, de la igualdad, y del compartir, para que todos tuvieran vida en abundancia (Jn 10,10). La memoria del pececillo muerto se convirtió en un estímulo para la lucha y fuente de coraje y esperanza en las dificultades. Incluso para muchos ¡él está vivo!
Cuenta la historia que en la laguna, muchas cosas mejoraron, pero quedaban todavía muchas otras por hacer. De vez en cuando, otros peces morían luchando por el mundo nuevo. Pero cuando morían crecía la fuerza y el coraje de todos, como ocurrió con el primer pececillo.
Reflexión:
Que en estos días de Semana Santa nuestro «pececito» Jesús nos abra nuestro corazón al prójimo, que normalmente nos viene dado, nosotros no lo elegimos. Sólo hay que recordar la parábola del «buen samaritano». ¿Cómo trato a los «crucificados» que tengo en casa o en la puerta de casa: enfermos, personas mayores desatendidas por los hijos, inmigrantes…? Que nuestro «pececito» Jesús nos dé fuerza y coraje en los momentos en que, por haber hecho como él, nos sentimos más acorralados, amenazados, ridiculizados. Antes de ser asesinado, el obispo Oscar Romero escribió: «Ojalá que mi sangre pueda ser semilla de liberación y señal de que la esperanza en breve será realidad. Morirá un obispo, pero la Iglesia, o sea, el pueblo, jamás perecerá».