LA VERDAD: TESORO ENCONTRADO, ROCA EN LA QUE APOYARNOS, SEMILLA DE ESPERANZA PARA EL PAN DEL MUNDO – Juan Carlos de la Riva

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Juan Carlos de la Riva

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Ciertamente el tema parece muy filosófico, y quizá exceda nuestra limitada capacidad especulativa. Sin embargo, el tema nos preocupa en la práctica pastoral. Vemos mucha confusión en nuestros jóvenes en muchos temas importantes de la vida.

Cuando en aquel refrán africano se decía «hace falta todo un pueblo para educar a un niño», no sé si se era consciente de que el pueblo de antaño, unificado en un sistema de creencias y costumbres, se ha convertido ahora en una amalgama indiferenciada de opiniones y prácticas contrapuestas donde es bastante difícil aclararse a la hora de tomar un camino por más verdadero que otros. El pueblo que guiaba al joven con su acopio de experiencia se ha convertido ahora en trillones de videos, eslóganes, informaciones e imágenes que están muy lejos de formar un cuerpo con sentido.

Pareciera que la veracidad de las afirmaciones sobre la vida y su sentido o su sinsentido se valida simplemente con los parámetros de las audiencias conquistadas, al menos brevemente, en el minuto de gloria que una opinión tuvo en las redes sociales, y que fue desplazada de inmediato por la siguiente trending topic con su nuevo impacto.

Pareciera que expresar que he descubierto una verdad profunda que me llena de sentido, contarla a mis iguales, es faltar al respeto por la pluralidad y la diferencia de cada quien: la falsa tolerancia a cualquier opinión me descarga de la responsabilidad de contagiar mis convicciones y colaborar al bien de todos desde lo que voy descubriendo como verdadero. 

Pareciera que un joven no tiene más brújula para guiarse a través de sus decisiones que la emoción y sus engaños en una suerte de ensayo-error existencial, o la cantidad de placer corporal sentido, comprados en el mercado de los múltiples estímulos diarios.

¿Hemos renunciado a lo racional? ¿Nos quedaremos en el nivel sensorial o en el emocional?

¿Hemos renunciado a lo racional? ¿Nos quedaremos en el nivel sensorial o en el emocional? ¿No queda nada de la alegría del descubrimiento del sentido, de los valores, de la verdad que otros puedan explicarme con palabras de vida?  

Traigo una cita de un documento vaticano de 2017, la Constitución Apostólica Veritatis Gaudeum, que comienza diciendo: «La alegría de la verdad manifiesta el deseo vehemente que deja inquieto el corazón del hombre hasta que encuentre, habite y comparta con todos la Luz de Dios. La verdad, de hecho, no es una idea abstracta, sino que es Jesús, el Verbo de Dios en quien está la Vida que es la Luz de los hombres (cf. Jn 1,4); el Hijo de Dios que es a la vez el Hijo del hombre. Sólo Él, “en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación”».

Quizá destruir la posibilidad de la verdad esté también destruyendo la posibilidad de esa alegría profunda y compartida que uno tiene al encontrar el tesoro que buscaba, la perla que otros desecharon o la roca firme en la que construir. Y quizá también perdamos la posibilidad de solucionar problemas y conflictos: si no hay verdad, tampoco hay caminos para la paz o la justicia, y olvidamos que la verdad es también pan compartido. 

Esta constitución apostólica nos aporta cuatro criterios para esta misión de proponer verdad: 

  1. Disfrutar la buena noticia del Evangelio, la de Jesús, la del amor: «la siempre nueva y fascinante buena noticia del Evangelio de Jesús, de la que desciende la experiencia liberadora y responsable que consiste en la “mística de vivir juntos” como Iglesia, que se hace levadura de aquella fraternidad universal “que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo, que sabe descubrir a Dios en cada ser humano, que sabe tolerar las molestias de la convivencia aferrándose al amor de Dios, que sabe abrir el corazón al amor divino para buscar la felicidad de los demás como la busca su Padre bueno”».
  2. Compartir lo descubierto en un don recíproco de descubrimientos, una «conciencia humana universal; es más, una cultura —podríamos afirmar— del encuentro entre todas las culturas auténticas y vitales, gracias al intercambio recíproco de sus propios dones en el espacio de luz que ha sido abierto por el amor de Dios para todas sus criaturas».
  3. Los enfoques múltiples: «La inter- y la trans-disciplinariedad ejercidas con sabiduría y creatividad a la luz de la Revelación. El principio vital e intelectual de la unidad del saber en la diversidad y en el respeto de sus expresiones múltiples, conexas y convergentes».
  4. El enfoque práctico y transformador, respuesta a los retos de la humanidad: «el estudio de los problemas de alcance histórico que repercuten en la humanidad de hoy, y propongan pistas de resolución apropiadas y objetivas».

Nuestra tarea como agentes de pastoral es hacer este camino con los jóvenes: 

  1. Disfrutar con ellos la buena noticia del amor a Dios en el amor a todos y todas: vivir con ellos en la práctica la bienaventuranza del Evangelio y comprobar la plenitud que nos trae.
  2. Invitar a ofrecer esa verdad a sus iguales, a enriquecerles con lo que van descubriendo, con humildad, pero también con autenticidad.
  3. Empujarlos a investigar, cada quien desde su disciplina e interés, para sumar enfoques.
  4. Llevar lo descubierto a todas las dimensiones de la vida, aplicar esta verdad especialmente de un modo más directo a la transformación social que nos haga avanzar hacia una mayor fraternidad universal.

Definitivamente, nuestra propuesta no es una opinión más: tenemos una verdad en Jesús que llena el corazón del ser humano, que es el amor, y es obligación de quienes la disfrutamos el regalarla con sencillez y alegría porque es para todos, todos, todos. Tomamos de la síntesis de la primera sesión del sínodo esta afirmación: «Entre los temas sobre los que es importante seguir reflexionando está el de la relación entre amor y verdad y el impacto que tiene en muchas cuestiones controvertidas. Esta relación, antes de ser un desafío, es en realidad una gracia que habita en la revelación cristológica. Porque Jesús hizo realidad la promesa de los salmos: “El amor y la verdad se encontrarán, la justicia y la paz se besarán. Brotará de la tierra la verdad y del cielo la justicia” (Sal 85,11-12) ».

Ojalá este número de RPJ te ayude a presentar esta verdad con más confianza, y empodere a tus jóvenes a difundirla con la esperanza de que, al tiempo que transforme su corazón, transforme el mundo. 

Nuestra propuesta no es una opinión más: tenemos una verdad en Jesús que llena el corazón del ser humano, el amor.