La trata de personas es un negocio en el que la libertad del ser humano es arrebatada y llevada hasta los peores escenarios de esclavitud: la prostitución, explotación laboral, explotación de órganos, así como también la compra y venta de niños. En un primer momento, es una realidad que no se contempla tan fácil ante los ojos de las personas, de hecho, hoy en día se habla muy poco de ella, a pesar de que es el segundo negocio más redituable del mundo.
Quienes ejercen el papel de tratantes se aprovechan, en la mayoría de los casos, de las distintas situaciones de vulnerabilidad (pobreza, exclusión social, discriminación por género, etnia, así como el desempleo) de las personas. Estas son sometidas a trabajos inhumanos, siendo convertidas en mercancía; en un objeto de valor, del cual se puede hacer uso hasta el deterioro.
Podemos encontrar, dependiendo del enfoque en el cual nos coloquemos, algunas causas del por qué este fenómeno se ha vuelto tan poderoso, llevando a la deshumanización y al robo de la dignidad de muchos. Sin embargo, desde el punto de vista de todo cristiano, la principal causa que lleva a la mercantilización de la persona, como lo ha dicho el papa Francisco, es el egoísmo y la indiferencia de los habitantes que disfrutan de esta cadena.
Así pues, muchas veces, las personas no tienen la culpa de lo que les sucede. En cambio, muchas empresas y negocios se benefician de ellas, de sus cuerpos, disfrutan del «producto» sin importar el por qué están ahí; solo les importa el dinero y el propio beneficio.
Es por eso que, uno de los principales factores que llevan al sostenimiento de esta industria tan difícil de perseguir es, sin duda alguna, la insensibilidad de las personas que siguen beneficiándose de las víctimas
¿Qué datos se manejan?
- El aproximado de víctimas en el mundo oscila entre unas 45.000.000 personas, no es una cifra exacta por el hecho de que es un negocio muy difícil de seguirle las huellas.
- En el caso de la explotación sexual, el mayor número de víctimas resultan ser mujeres y niñas, quienes son sometidas y explotadas sexualmente en lugares dónde se les arrebata su derecho a la vida.
- Por el contrario, los hombres, en su mayoría, terminan haciendo trabajos forzados.
- Muchos países pueden verse afectados por el negocio, ya que, mientras algunos funcionan como país de origen, otros ejercen una función de tránsito o de destino de las víctimas. Siendo las zonas migratorias uno de los mayores contextos en los cuales se desenvuelve la trata.
- Es un negocio que no toma en cuenta la edad de las víctimas, ni tampoco su origen. A muchos niños se les secuestra para obligarlos a robar; mientras que a las jóvenes se les engaña con la ilusión de hacerlas modelo, luego terminan sometidas en los negocios de explotación sexual y pornografía.
- La captación se hace por medio de las redes sociales, y en ocasiones, el trabajo se hace entre distintas personas: taxistas, camioneros, policías, reclutadores y clientes con poder o influencias (jueces, políticos, empresarios).
¿Qué podemos hacer?
El primer paso es generar conciencia, promover el tema, problematizarlo; el inicio está en no callar, cuando callamos nos hacemos indiferentes ante el dolor del que sufre, de quién padece la impunidad.
Decía Elie wiesel que ante las atrocidades tenemos que tomar partido. En efecto, hoy estamos llamados, como hijos e hijas de Dios, a no ser indiferentes, a no ignorar a tantos rostros que hoy permanecen heridos, a recuperar el vínculo universal de la fraternidad, aquel que lleva a la preocupación por la herida que permanece abierta en el costado de Cristo, herida que reclama una respuesta de todos.
En conclusión, aunque no todos dispongamos de habilidades policiales para ir a las periferias y rescatar a las víctimas que sufren, podemos, no obstante, utilizar lo que tenemos a la mano: las distintas redes sociales que sirven también como medio de denuncia y de difusión. Se trata, entonces, de acompañar a las víctimas en su sufrimiento; que el mundo sepa que existe esta realidad y que, por tanto, no podemos ser ajenos a ella.
Carlos Morales.
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