LA TECNOLOGÍA Y UN FUTURO ¿BRILLANTE? – Antonio Ricardo Alonso Amez

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Antonio Ricardo Alonso Amez

antonior.aloame@educa.jcyl.es

A medida que pasa el tiempo podemos constatar que la tecnología toma cada vez más y más protagonismo en nuestras vidas y en todo cuanto surge a nuestro alrededor. Somos conscientes de nuevos retos digitales como la inteligencia artificial; nuevas prácticas educativas y de aprendizaje con las TIC; diferentes enfoques comunicativos a través de las redes sociales; una nueva era en el desarrollo sociolaboral con la robótica; un marco de experiencias sorprendentes y que adquieren una dimensión abrumadora con la realidad virtual.

Todo ello son áreas que han pasado de ser meras especulaciones de ciencia ficción a realidades cotidianas de nuestro entorno más cercano y, por extensión, del de nuestros jóvenes. Un estamento poblacional que cimentará las bases de la adultez del cada vez más próximo mañana con unas expectativas que no muchas veces son las más positivas, alentadoras o halagüeñas. Y es que, en ocasiones, nuestro propio desconocimiento de los ecosistemas digitales que hoy en día forman parte de nuestra cotidianidad puede generar prejuicios de cara a un código deontológico de la tecnología o un «manual de buenas prácticas» que nosotros mismos ignoramos.

¿Qué perspectivas podemos tener como sociedad que camina en busca de las huellas del Evangelio si la digitalización de este caminar parece ir en paralelo al mismo o en sentido contrario? ¿Es esto un signo de negatividad o de malos presagios de futuro en lo que a construir Reino se refiere? ¿En qué lugar queda la sociedad del mañana si hoy en día parece carecer de sentido humanizador mediante el abuso de la tecnología?

Todas estas preguntas nos asaltan en la actualidad porque observamos un desmesurado crecimiento del uso de las pantallas y los lenguajes digitales en los jóvenes y somos quizás un tanto pesimistas a la hora de imaginarnos a nosotros en su tiempo. Esa incapacidad de empatizar con ellos no es más que un síntoma de una creciente ignorancia de los nuevos sistemas comunicativos de vanguardia por la tal vez creciente posición negacionista ante la digitalización de la vida. En otras palabras, pretendemos que los jóvenes sean como nosotros fuimos, aun a sabiendas de que viven en una etapa de constante cambio y no menos avances que se incorporan a sus vidas con naturalidad. Y esto lo percibimos a sabiendas de que hemos vivido cambios similares en épocas pasadas. No podemos negar que los avances tecnológicos los hemos experimentado igualmente en nuestra juventud y que hemos vivenciado cambios en nuestras vidas merced a todos ellos que, de una manera significativa o de forma más paulatina, hemos incorporado a un día a día que no sabe ya desarrollarse sin ellos. 

Somos capaces de reconocer el avance, pero no vemos futuro en él en muchas ocasiones. Sin embargo, esperamos y deseamos que una juventud a la que ignoramos en demasiadas ocasiones tome las riendas de la vida de mañana en pos de una sociedad más justa, fraterna y que cimente en el amor a Dios y al prójimo una prosperidad anhelada por todos. Pero ese deseo de Reino en la tierra requiere de nuestra capacidad de escucha, observación, consejo e intervención en lo que al ámbito digital se refiere.

  • Escucha porque hemos de estar atentos a todo lo que nos quieren decir. A veces con palabras y en ocasiones con silencios atronadores. Problemas en redes e inquietudes en el manejo de situaciones planteadas por ámbitos digitales que requieren ser atendidos con oídos abiertos para entender nuevos mensajes que surgen en nuevos contextos.

 

  • Observación porque todos, jóvenes y adultos, hemos de prestar atención a todo aquello que asalta nuestras vidas con la etiqueta de «innovador» o «transformador» en los contextos en que invertimos el tiempo: educación, ámbito laboral, de relaciones interpersonales, pastoral, familiar. Todos ellos hábitats vitales colonizados por la tecnología a pasos agigantados. Que cambian, que mejoran, que tienen problemas, que ofrecen nuevas perspectivas de vida…

 

  • Consejo puesto que esas nuevas realidades de nuestros jóvenes van a requerir sí o sí un manual de resolución de conflictos y dudas. Un acompañamiento en los problemas que la tecnología va a propiciar. Ellos esperan de nosotros cercanía y empatía para que les brindemos nuestra experiencia de vida para ponerla a su servicio desde el amor a otro que tiene en la Palabra el eje sobre el que pivota y que ofrece respuestas válidas a preguntas desconcertantes. Dando buen consejo al que lo necesita.

 

  • Intervención porque somos guías en el caminar y no podemos dejar que el camino sea duro si podemos suavizarlo. Porque es nuestro deber corregir en la equivocación, enseñando al que no sabe. Esa es también una forma de amar y que ellos y ellas, hombres y mujeres del mañana, han de valorar como un tesoro que surge desde el amor hacia quien se debe sentir amado. Desde quienes nos preocupamos hacia quienes nos tranquilizan con su crecimiento responsable pero irremediable.

 

Todo ello nos ha de confortar en la esperanza de un mañana mejor a todos los niveles y en todas las dimensiones personales en las que la era digital ya está actuando, interviniendo, aconsejando y, muy a nuestro pesar, moldeando esos seres humanos, adultos del futuro, que en el presente nos preocupan, nos inquietan e intentamos acompañar todo lo posible en un caminar hacia, como la plegaria reza: «otra ciudad que no se acaba, sin penas ni tristezas; Ciudad de Eternidad».